martes, 24 de febrero de 2015

"Era una puta, lo hiciste bien."

Puta: según el diccionario de la RAE: prostituta (persona que ejerce la prostitución). 
Buscando otros significados: Persona que obra con malicia y doblez, despreciable... 
Y por último, ampliando a un significado no recogido en los diccionarios por la connotación sexista y machista que encierra pero que pertenece desafortunadamente a la semiótica de una gran parte de la población, "puta" también es un vocablo referido a las mujeres (nunca a un hombre) que vive en su vida cierta promiscuidad o que no es fiel a su pareja. 
- Refiriéndonos a la primera acepción, (no vamos a pararnos en una reflexión seria sobre el hecho de que un alto porcentaje de las mujeres que ejercen la prostitución están siendo de una manera o de otra obligadas a ello, ni en todo lo que hay en este fenómeno de explotación, vejación, discriminación hacia las mujeres), podría parecer de claridad supina el que una mujer que ejerce la prostitución, por el hecho de ejercerla, no merece ningún tipo de maltrato ni físico, ni moral, ni psicológico. Desgraciadamente y para vergüenza de todxs, no es así; esta cuestión no está tan clara todavía. 
- Con respecto a la segunda acepción, habría comentar que la palabra "puta" como persona despreciable, con malicia, también se utiliza en femenino, o sea, referido a las mujeres. Si se utiliza en masculino "puto" nos estamos refiriendo a una cosa, circusntancia, u acontecimiento molestos. Algunas veces también se utiliza en referencia a los hombres pero como adjetivo, casi nunca como sustantivo. (puto coche, puto día, puto médico...) Raramente un hombre es un "puto", así a secas.
- Con respecto a la acepción machista y sexista tan bien instaurada en el inconsciente colectivo, parece que también debería de quedar claro que por muy promiscua que fuera una mujer nadie puede violentarla ni maltratarla de la manera que sea, por muy ofendido que se sienta el presunto "cornudo". Esto está aún menos claro que el punto primero para gran parte de nuestra sociedad. Evidentemente, no hay ni que decir que esta acepción nunca es utilizada para un hombre. Suena ridículo llamar a un hombre "puto" porque sea un promiscuo, por el mismo vocablo en sí, y porque un hombre sí puede ser todo lo promiscuo que quiera.
Es indudable que los aficionados al Betis que coreaban este fin de semana que la pareja del jugador acusado de maltrato se merecía que le pegaran porque era una "puta" estaban refiriéndose o a la segunda, o a la tercera acepción. Yo me temo que a esta última. Con lo cual se abren tres debates.
1. El maltrato a la mujer con todo lo que eso conlleva de afirmación de un enorme complejo de inferioridad del hombre. Debate manido, pero en el cual faltan ingredientes, seguramente, porque no somos lo suficientemente capaces de inferir con la adecuada contundencia en la sociedad y sobre todo en las nuevas generaciones.
2. Al que quería llegar y que me parece que es paralelo al anterior o que está de fondo. El hecho igual o más machista de que una mujer sea insultada por ser promiscua, o simplemente la ligereza con que este vocablo se utiliza para vilipendiar al género femenino, utilizando precisamente esta palabra que proviene del campo de la sexualidad. El debate aquí daría para mucho (por ejemplo: ¿por qué una mujer es considerada una "puta" o una "guarra" por el hecho de que practique el sexo con asiduidad con distintas personas y para un hombre con estas características, en cambio, simplemente sean logros, batallas ganadas, experiencias que lo acreditan como conquistador, "macho alfa", etc?. Por supuesto tendríamos también el tremendo tema de que una mujer merezca ser castigada por serlo.
3. El debate en el que muy pocos entran del todo: el de la violencia en los campos de fútbol. Caldo de cultivo para sacar fuera frustraciones personales que en ese clima de peligrosa emotividad histérica se juntan a la de muchos otros, generando violencia hacia el contrario o hacia el más débil (las mujeres, los inmigrantes...) Insisto lo que he dicho otras veces, es un asunto que como sociedad tenemos pendiente y que ni siquiera los medios de comunicación más críticos o menos afines al sistema, tratan abierta y concienzudamente. Ya sabemos los dos ingredientes que se mueven en el fútbol: dinero y una forma de canalizar las energías del pueblo, de tenerlas controladitas, de distraerlo para que no se piense en otras cosas ("panem et circenses"). 
El acontecimiento de una afición entera coreando a favor de un presunto maltratador porque su pareja merecía ser castigada por ser una "puta" no es baladí sino que creo que es bastante preocupante y toma bien el pulso de nuestra sociedad. Al margen de los debates planteados, habrá que ver qué se mueve, que medidas se toman, hasta donde llega la reflexión, la asunción de responsabilidades. Seguramente habrá algún gesto simbólico para matar el momento mediático (o quizás ni eso). Porque al gigante, de nuevo, será mejor no "meneallo" pues sigue teniendo a la gente aglutinadita y aborregadita y sigue dando mucho dinero a unos pocos.

lunes, 23 de febrero de 2015

Quiero dejar de ser un #DentroDeMí (Retrato de una sordera)

Soledad aislante, silenciosa de fuera y llena de ruidos interiores.
El mundo externo transcurre como una película en la que no tengo papel. 
Lo esencial está dentro y dentro sólo hay sonidos no elegidos. 
Coches que casi me rozan, lejanos en el tiempo y en el espacio. 
Una amiga que me cuenta su historia como si no fuera conmigo, en otro mundo, en otra dimensión que no es la mía. 
Camino por una ciudad que también ha dejado de ser propia, sin rumbo, sin brújula. 
Mi voz me es ajena, lejana, molesta. 
De la música pierdo tantos matices que no sé si la reconozco.
La radio, compañera de mañanas de té y zumo, se ha convertido en trasto olvidado que se llena de la pringue de la cocina. Ni me acuerdo..
Te escucho la voz en el teléfono cuando me aferro a él y pareces querer devolverme a la realidad exterior pero esta vez no lo consigues, sin embargo te escucho.  No así tu timbre cuando me has llamado.
El agua de la ducha percute y repercute sobre mi cráneo. Su sonido queda amplificado mientras que la que cae suena lejana como si no fuera la misma, como si no viniera resbalando de mi propio cuerpo.
La voz de mi pequeño detrás del coche se pierde en la intención de captarla, en el mismo lugar a donde van los besos que no damos.
Oigo, en cambio, los ruidos de mi cerebro, los de siempre, y los nuevos, amplificados. Los fluidos, el aire entrando por mi nariz, la sangre palpitando en mi cabeza, las articulaciones cuando la giro. Parece como si sólo quedara eso.
No quiero este ensimismamiento. Nada tiene que ver con ese lugar profundo que se convierte en alcoba, en haz de luz, en silencio del Ser, en vacío lleno de contenido.
Éste en cambio me separa de ti, de mí mismo, del Misterio. Me aísla de los sueños, de la atmósfera, del equilibrio, de la ubicación, hasta de los olores. 
Hoy me queda el miedo y la congoja de esta sensación de estar perdido, de habitar el limbo como patria. 
El miedo de si alguien de nuevo me sacará del útero en el que estoy atrapado.
Lejos, lejos de todo y de todos.
Quiero volver a respirar ese aire confiado que llenaba mis pulmones de certeza, de hogar compartido, de piel contra piel, de silencio común, de sueño entendido.
Todo parece estar parado, ajeno, distante. 
¿Para qué todo esto? ¿Qué tengo que aprender? ¿Qué tengo que decirme que no me he dicho? Qué me has dicho que no quiero escuchar?

Hace tiempo leí un libro que se llamaba "Quiero dejar de ser un dentrodemí". Lo escribía un chaval autista, sobre su experiencia de introversión obligada. Nunca lo olvidé. Hoy lo recuerdo de manera especial. 
...
...
No obstante, hay algo que no se va y que queda. Que las lágrimas desenfocan pero no arrasan. Algo que no puedo definir pero que permanece. Un núcleo imborrable. Algo bueno

viernes, 20 de febrero de 2015

Carta a Carmen

Carta a Carmen: activista, lesbiana y cristiana
Pepa Torres.

Querida Carmen:
Acabo de leer tu carta y como siempre desde que te conozco me ha emocionado tu palabra honda, tu pensamiento crítico y tu convencimiento, que es también el mío, de que es urgente seguir apostando por la construcción de una iglesia y una sociedad liberadas del pecado de la homofobia. Me compartes en ella la sorpresa, la esperanza y también la ambigüedad que supusieron para ti las declaraciones del papa Francisco, sobre los homosexuales y el matrimonio de personas del mismo sexo hace un par de años [1].
Dices que tu primer sentimiento fue de “perplejidad gozosa” ante unas palabras que hace tiempo habías dejado de esperar de las autoridades eclesiásticas, ya que lo habitual suele ser el “maltrato” o la cosificación, quedar reducidos a “tema de catecismo o doctrina”, y negar vuestra radical dignidad de personas, hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas a imagen y semejanza del Amor, obra de su Espíritu diverso y portadores y portadoras de él como un don para la comunidad. Compartes también la experiencia de “alivio” inicial que te embargó, así como la fuerte “convicción interna” que experimentaste de que el Evangelio es verdad y no letra muerta, y que con la fuerza de su espíritu las palabras y obras de las cristianas y cristianos han de estar en continuidad con ella, algo que frecuentemente, dices en tu carta, cuesta historizar en la iglesia, de modo que más que una comunidad de amor se convierte en una “comunidad de ley” que expulsa a los y las diferentes.
Por eso quizás las palabras sencillas del papa “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarle?” te evocaron de forma inmediata las de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados” (Mt 7,1-5), “Yo no te condeno” (Jn 8,1-11). Pero junto al alivio te refieres también a un sentimiento de malestar, como un aguijón en la piel, ante la extraña sensación de tener que ser perdonada por lo que eres. Añades también que tu deseo más hondo en la iglesia no es ser tratada de forma paternalista o benevolente, que no quieres ser objeto de su misericordia sino sujeto activo en ella, con acceso a la plena participación en sus ministerios. Me conmueve tu insistencia en que las lesbianas y los gays no sois una “desviación a corregir” ni  enfermos a tratar con terapias restaurativas, sino que a lo que nos urgís, como bien dices, es a  combatir el pecado de la homofobia y la violencia del heterosexismo dominante dentro y fuera de la iglesia. En tu carta me compartes también con dolor el sentimiento de invisibilidad que como mujer lesbiana sigues teniendo en una iglesia que no se atreve ni a nombrarte, sino que designa e incluye tus sueños, tus luchas, tus sufrimientos, en el “molde masculino”, reproduciendo así el patriarcalismo que tanto daño hace a quienes existen, viven piensan y se aman más allá del binarismo sexual.
Tu carta, querida Carmen, una vez más me ha dado que pensar. Nunca me cansaré de agradecer a Dios el gran regalo que sois en mi vida tantos amigos gays y lesbianas y cuya autenticidad y generosidad ha fortalecido siempre la mía y me ha abierto a nuevas perspectivas y visiones sobre la sexualidad, el amor, la libertad, el respeto, y la diversidad en la comprensión de lo que significa ser persona y sin las cuales hoy no sería la mujer creyente que soy. Hemos sido compañeras y compañeros en muchas búsquedas y luchas comunes. Desde pascuas juveniles donde nos preguntábamos por el sentido de la vida, a otras por una sociedad más inclusiva e igualitaria: movimientos vecinales, reinserción de personas drogodependientes y presas, comités antisida, colectivos feministas y de derechos humanos. A menudo he sido testigo de la paradoja de vuestra militancia, comprometidos en las causas de otros y con otros, pero invisibles y silentes en la vuestra, por el alto precio que teníais que pagar incluso en el seno de los propios colectivos en los que nos encontrábamos, como bien refleja aquella película que vimos juntas hace ya tantos años La muerte de Mikel.
Hoy me gozo con vosotras y vosotros de lo que ha supuesto en vuestras vidas y también en la mía y en la de la sociedad española, vuestra “salida del armario” y la visibilidad pública de vuestras (y también nuestras) luchas. En estos tiempos que corren de recortes de derechos y de libertades me alienta seguir haciendo el camino juntas denunciando políticas excluyentes y exigiendo que se promulguen leyes que equiparen los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales y protejan de la discriminación [2].También las declaraciones del papa Francisco avivaron mi esperanza, a la vez que considero que es urgente ir más allá de las declaraciones compasivas yactivar la realización de cambios profundos en el decir y el hacer de la iglesia en este tema. Creo que es imprescindible la apertura a nuevos paradigmas científicos y  filosóficos y a  hermenéuticas que ponen bajo sospecha la ideología heterosexista como un ídolo dentro de la propia teología y como “norma” y paradigma de lo humano. Es necesario que la teología católica dialogue con las teorías sexuales constructivistas [3] y se libere de la violencia epistémica que reproduce a su vez nuevas violencias y opresiones sobre quienes no se identifican con la heterosexualidad.
Junto a ello espero también que se lleven a cabo modificaciones concretas en el estatuto vigente sobre cristianas y cristianos lesbianas, gays, bisexuales o transexuales en la iglesia, así como en la doctrina expuesta en el catecismo y en el Código de Derecho Canónico sobre la homosexualidad, pues legitiman la violencia y el sufrimiento de los homosexuales y lesbianas en todo el mundo. Creo sinceramente que pasar de los gestos a la praxis significaría por ejemplo favorecer campañas sobre el uso del preservativo para combatir las enfermedades de trasmisión sexual en el mundo o avanzar en algún tipo de declaración pública en el marco de la ONU condenando la persecución de los gays y lesbianas y no avalar así con el silencio, el voto y la complicidad del Vaticano la persecución y los crímenes por la orientación sexual como sucede en tantos rincones del planeta.
Querida Carmen me alegra también mucho lo que me compartes de tu relación  con Isabel. Creo que a estas alturas de vuestras vidas con 25 años de vida en común y tantas dificultades y barreras como habéis tenido que saltar juntas vuestro amor es un amor a toda prueba y vuestra unión y fidelidad es para muchos de nosotras y nosotros un símbolo de la incondicionalidad del amor de Dios por su pueblo. Dios bendice vuestra unión y se goza con ella. Me alegra que deseéis celebrarlo y comprometer públicamente vuestro amor aunque sea en la intimidad de algunos amigos y amigas y familiares. Por supuesto, no faltaré a la cita.
Ya para despedirme me gustaría hacerlo recordando juntas aquellos textos que compartimos  hace ya algún tiempo y que tanto bien te hicieron. Me refiero a las declaraciones del obispo anglicano Mauricio Andrade en las que se afirmaba que la orientación sexual no es lo que define nuestra salvación ya que el Evangelio proclamado y encarnado por Jesús fue contracultural e inclusivo con todos los marginados y marginadas  y que no existe ninguna palabra o gesto de condena en el Evangelio sobre la homosexualidad o el lesbianismo, sino que por el contrario, Jesús escuchó y se hizo cargo del sufrimiento de un hombre que amaba a otro hombre y que acudió a él pidiendo la salud-salvación de su amante[4].
Desde que nos conocemos hemos hecho cada una un largo camino de crecimiento personal y madurez y en él nuestras diferencias han sido siempre una riqueza y una oportunidad, deseo de todo corazón que así siga siendo. A estas alturas de nuestras vidas sabemos que “todo va siendo poco a poco mejor”, por eso con esta expresión “it gets better”, termino mi carta y me sumo con ella a la campaña llevada a cabo en Estados Unidos por el obispo episcopaliano Gen Robinson contra la homofobia[5].
Con todo mi cariño.
Pepa
***
[1] Declaraciones del papa Francisco a su regreso de la JMJ en Brasil en http://www.vidanueva.es/2013/07/31/transcripcion-completa-de-la-entrevista-del-papa-francisco-en-el-avion-de-brasil-a-roma/ y en la entrevista  realizada  por Antonio Spadaro, director de Civiltá  Cattólica al papa Francisco, en http://www.razonyfe.org/images/stories/Entrevista_al_papa_Francisco.pdf
[2] Manifiesto de Crishmon con motivo del día del orgullo LGTB2013, en http://www.crismhom.com/
[3] Me refiero por ejemplo a las teologías sexuales “Queer”. Cf. MARCELLA M. ALTHASU- REID,  Teologíaindecente: Perversiones teológicas en sexo, género y política, Bellaterra, 2005.
[4] Citado en CYNARA MENEZES, “¿Es pecado ser gay, Una opinión evangélica de líderes cristianos?”, en http//comunidadereflexionyespiritualidadeva.blogspot.com. Me refiero también a XAVIER PICAZA, “Jesús sana al amante del centurión“, http://www.cristianosgays.com/documentos/

[5] Mr. Gene Robinson en “It gets better” en http://youtu.be/nPBCb-tkpfM

martes, 17 de febrero de 2015

Apuntes

Siento esta noche de manera especial la carga del dolor del mundo. Una sensación de zozobra y de congoja ante tanta crueldad. Hay una especie de locura que se contagia llegando a extremos insospechados de daño atroz al otro, al que se piensa distinto pero que comparte la misma esencia humano-divina. ¿Cómo son posible esos niveles de dolor infringido? ¿Como es posible hacer alarde de ello en un vídeo? Campamentos que se destrozan, niños que desaparecen, palizas, niñas secuestradas, mujeres violadas, hombres decapitados... La humanidad enloquece de violencia y no hay manera de que nos demos cuenta de que la fórmula no es salvaguardar como sea el status quo,  el modo, las formas, el sistema anterior. No es posible alimentar el odio con más odio, no se puede responder desde el miedo y teniendo como único criterio la seguridad personal o nacional.
Por mucho que todo esto nos provoque, la respuesta no puede ser la venganza, el sembrar más pánico, retroalimentar el animal de la violencia. Y no se trata de buenismo, sino de una cuestión de pragmatismo, si es que nos parece ñoño hablar desde otros términos. El vicario apostólico de Trípoli, no se quiere venir de allí y dejar solos a los cristianos a pesar de esa espiral cruel en la que vive el país, habla de un diálogo fraterno entre las civilizaciones (lo siento si suena a aquello que repetía nuestro anterior presidente del que muchos no querrán acordarse, pero en eso tenía razón).
No hay otra salida. Muchos gestos de encuentro entre líderes religiosos, manifestaciones claras y contundentes de los mismo hablando de la paz, de la tolerancia, de la reconciliación, muchos espacios y tiempos puestos al servicio de la acogida al que, en principio, parece distinto, al diálogo interreligioso, intercultural, a coincidir en lo esencial.
El miedo no puede ser la base para ninguna política, no podemos repetir imágenes, vídeos, manifestaciones de intolerancia, eso es seguir el juego a los que han perdido la cordura y seguir alimentando el monstruo del rechazo al otro, del recelo, de la sospecha continua.
El trabajo es arduo, cada vez más, pero nos jugamos el futuro de la humanidad. 
Una de mis películas favoritas, "Hijos de los hombres", narra un futuro hipotético en el que el caos y la violencia se han desatado en la tierra, a los inmigrantes se los encierran a todos en gigantescos centros de internamientos donde reina la inhumanidad, y las mujeres han dejado de poder tener hijos. Me gusta porque me parece de una clarividencia absoluta si no somos capaces de cambiar el rumbo de la historia. Cada vez veo más elementos parecidos a los que aparecen en la pelicula. Pero me gusta también porque ahí, en medio de esa terrible sociedad en la que el hombre es un lobo para el hombre surge una llama de esperanza, precisamente en una mujer negra, inmigrante.
Hay multitud de luces que deben guiarnos en el camino y que indican que también algo bueno está naciendo, aunque cueste mucho más poder verlo y que al final es lo que salvará a la humanidad. Hay que vislumbrar esas señales, propiciarlas, generarlas. Cambiar la inercia del miedo por la   de la confianza. Hay que rescatar la certeza de que nos une algo sagrado. Hay que sentarse, poner la mesa, hablar, hacer silencio, volver a hablar, mirarse a los ojos, conocer las historias desde el principio, poner nombres, aprendérnoslos, comer juntos, ceder, (sin perder el derecho conquistado), relativizar lo absoluto de mi creencia, de mi dogma, de mi forma de vivir y entender la vida, de mi ideología. Volver a hacer silencio, conectar con esa llama que es tuya y mía. Levantarse de la mesa para hacer camino juntos, volver a sentarse a ella para descansar... No queda otra, nos la jugamos.
#ProyectoBerakah.

Invitación a la espiritualidad

De José Arregui. Interesante, profunda y sabia reflexión sobre la espiritualidad.
"Quiero proponeros una invitación a la espiritualidad. También hoy, hoy de nuevo, necesitamos de espiritualidad. Una espiritualidad de siempre y, a la vez, una espiritualidad nueva, que responda a las luces y a las sombras de nuestra cultura. Y al decir espiritualidad, quiero decir: una vida alentada por el Espíritu que ilumina y consuela.
Voy a señalaros algunos rasgos de la espiritualidad que necesitamos hoy.
1. Una espiritualidad necesaria
Necesitamos de espiritualidad como de oxígeno, de agua, de pan.
Hace 25 años, J. Moltmann escribió:
“A mí me parece que hoy necesitamos de hombres que se encaminen hacia el desierto interior del alma y bajen hasta los abismos del yo para combatir a los demonios y experimentar la victoria de Cristo, o más sencillamente para garantizar una esfera de vida interior y, a través de la experiencia del alma, abrir el camino a los demás.
Y en nuestro contexto esto significa comprender el sentido positivo de la soledad, del silencio, del vacío interior, del sufrimiento, de la pobreza, de la sequedad espiritual y del ‘saber que ignora’.
Para los místicos este sentimiento consistía –según su forma paradójica de expresarse– en aprender a existir en la ausencia del Dios presente, o en la presencia del Dios ausente, y en soportar la ‘noche oscura del alma’ (Juan de la Cruz).
¿Puede valer esto mismo para nuestros días?”
(J. Moltmann, “Contemplación, mística, martirio”, en T. Goffi – B. Secondin, Problemas y perspectivas de espiritualidad, Sígueme, Salamanca 1986, p. 401).
Sí, puede valer para nuestros días, porque necesitamos liberarnos del miedo y reconciliarnos con nosotros mismos; porque no nos basta lo que tenemos, lo que sabemos, lo que podemos; porque necesitamos seguir creyendo en la bondad a pesar de todos los males que hacemos y padecemos; porque es preciso seguir esperando activamente en otro mundo mejor.
La espiritualidad no es un conjunto de creencias más o menos articuladas, aunque las creencias puedan existir e incluso inspirar.
La espiritualidad no es una serie de ritos, aunque los ritos pueden ser bellos y sanadores.
La espiritualidad no es un sistema de normas morales, aunque unos principios morales pueden ayudar a mantener abierto un horizonte ético sin el que la espiritualidad es puro engaño.
¿Qué es la espiritualidad? Es la vida con espíritu, la vida que respira, la vida alentada y empujada por el soplo, la brisa o el huracán. La espiritualidad es vivir en el Espíritu que habita en todos los seres, en el Espíritu que acompaña y consuela, que libera y da anchura, que nos hace prójimos y compasivos, nos hace capaces de paz y de armonía, nos enseña a mirar a todos los seres con atención, respeto, miramiento.
Nos permite ver que todo es sagrado y admirarlo y cuidarlo. También nosotros somos sagrados y debemos cuidarnos.
2. Espiritualidad para un tiempo nuevo
Sería pretencioso pensar que justo a nosotros nos ha tocado vivir la mayor transición de la historia universal. Todos los tiempos son de transición. Pero no todos los tiempos conocen una significativa transición cultural o epocal, y hay muchos indicadores de que hoy nos hallamos en medio de una de esas grandes transformaciones de la historia humana, de que estamos en el umbral de una nueva época.
El paso de la cultura nómada de los cazadores/recolectores a la cultura sedentaria de la agricultura, hace 9.000 años, constituyó un hecho crucial en la humanidad, lleno de consecuencias religiosas (todas las grandes religiones universales del pasado o del presente nacieron en la cultura agraria y responden a su cosmovisión, reproducen sus instituciones).
Hace solamente 200 años, la industrialización empezó a cambiar la agricultura y la visión del mundo (las religiones se resistieron).
En nuestros días, la era industrial está dando paso a la era de la información: la información aumenta en un grado hasta hace pocos años inimaginable y circula a una velocidad inusitada hasta ahora, y el futuro no lo podemos ni imaginar; el conocimiento se fragmenta, las verdades se tambalean, las instituciones se resquebrajan. El pluralismo es inevitable. Pero las religiones se siguen resistiendo.
Sin embargo, se puede prever que la transformación cultural, tarde o temprano, traerá consigo una transformación espiritual y religiosa, análoga a aquella que se dio en torno al año 500 a.C., el llamado “tiempo eje” (de Buda, Mahavira, Confucio y Lao zi; de Isaías, Jeremías y Ezequiel; de Heráclito, Sócrates, Platón y Aristóteles…).
Se va abriendo una nueva visión integral del mundo, un nuevo paradigma: el paradigma evolutivo y holístico, el paradigma de la interrelación dinámica. Todo está relacionado con todo en todos sus puntos, y todo está en evolución y transformación permanente.
El mundo antiguo está en crisis. La crisis económica es la crisis de todo un modelo cultural, de una forma de desarrollo, de producción, de relación, de ser. Y Einstein dijo con razón: “Los problemas provocados por un modelo no se pueden resolver dentro de ese modelo”. Eso vale, sin duda, para la ciencia, pero también debiera valer para la política y la economía. Y debiera valer igualmente para la religión.
¿Qué sucedería si las religiones asumieran, que algún día tendrán que asumir, este nuevo paradigma? Promoverían una enorme transformación espiritual planetaria. No podrá darse la transformación planetaria sin esta transformación espiritual. La transformación ha de ser también espiritual, y la espiritualidad ha de promover la transformación. Pero es indispensable para ello que las religiones desplieguen su alma espiritual más allá y a través de todas las formas.
3. Una espiritualidad más allá de la religión
Nuestras iglesias, espacios tan bellos de luz serena y de piedra silenciosa, empezaron a quedarse vacías en los años 50. Aún vacías –llenas del vacío de todas las cosas que no son el Todo pero son su sacramento– siguen siendo bellas y sagradas, están habitadas por el Misterio que nos acoge a todos (¡y todos estamos tan necesitados de ser acogidos!).
Pero las iglesias vacías empezaron a ser el síntoma de un éxodo más profundo. Fue quedando desierta la Iglesia, patria espiritual de innumerable gente buena, pero también gigantesco andamiaje histórico sin espíritu y sin vida.
Los intelectuales no encontraban inspiración en ella, y la mayoría se fue, muy a menudo en silencio, por pura asfixia espiritual no pocas veces.
La gente de izquierda no hallaba en ella eco a sus protestas y esperanzas y, profundamente decepcionados durante siglos, casi todos se fueron.
Los jóvenes no se sentían acogidos por ella en sus críticas y anhelos, y también se fueron, se fueron en masa.
No obstante, muchos tuvieron la sensación de que, al irse, se llevaban lo mejor: Jesús de Nazaret con su rebeldía y sus bienaventuranzas. Jesús el profeta inspirado y arriesgado. Jesús el manso y humilde de corazón. “No a la Iglesia, sí a Cristo”, declaraban entonces muchos, para excusar su marcha y no sentirse huérfanos del todo. No les faltaba razón.
Luego, entre los años 60 y 90, se fueron sucediendo otras divisas distintas, testigos elocuentes de la transformación, insospechada como imparable, que se está produciendo en la cultura religiosa del mundo actual, al menos en el Occidente europeo. “No a Cristo, sí a Dios”, alegaron algunos, viendo que Dios podía unir a muchos creyentes separados por dogmas cristológicos (“de la misma sustancia que el Padre”, “naturaleza humana y naturaleza divina”…). También ellos tenían sus buenas razones, pues era claro que el lenguaje de los dogmas resultaba ininteligible.
Pero otros no tardaron en anunciar: “No a Dios, sí a la religión”, pues, entretanto, “Dios” se les había antojado como una estatua muerta o un soberano peligroso, mientras que la religión podía ser algo todavía necesario, un mundo de sentimientos humanos y vivos, más allá y más acá, eso sí, de toda religión establecida o de toda institución religiosa.
En esta perspectiva abundan quienes, en la última década, proclaman abiertamente: “No a la religión, sí a la espiritualidad”. Sí a una espiritualidad mística y laica, liberada de credos y jerarquías. No a una religión apresada en las mallas, tan sutiles y obstinadas, del dogma, de la moral y del poder, o simplemente del miedo.
El miedo es muy humano, pero fácilmente deshumaniza. Y donde hay miedo, tal vez haya religión, pero ciertamente no hay espiritualidad, porque el miedo impide respirar y la espiritualidad es respiro.
Yo no creo que sea bueno reivindicar la espiritualidad contra la religión, a no ser que uno haya llegado a aquel estado de plenitud simple, de vacío pleno, en que el Espíritu anima del todo cada respiración y cada paso. La inmensa mayoría no estamos todavía ahí, y es bueno cuidar el rito y la palabra, volver a los textos “sagrados” y los dogmas de siempre para releerlos y dejarnos inspirar; es bueno reunirnos para rezar las oraciones de siempre, para danzar, cantar y callar, para mantener encendida la llamita común de la esperanza, para consolarnos de las penas de la vida y –así los cristianos–fortalecernos con el pan de Jesús.
Creo que la inmensa mayoría de los que nos llamamos “creyentes” y queremos vivir la espiritualidad necesitamos de alguna forma de religión, sin sujetarnos a ella, y sin censurar a los que quieran prescindir en absoluto de toda forma establecida.
Es bueno que sigamos practicando la religión aquellos que la necesitemos para vivir la espiritualidad, y que el Espíritu nos inspire en las formas. Pero no es bueno que dejemos ahogar el Espíritu en las formas religiosas. Entonces la religión está muerta o ha de morir.
“Las religiones mueren cuando fallan sus luces”, escribió el gran teólogo W. Pannenberg.
Las religiones mueren cuando dejan de inspirar, iluminar, consolar.
Las religiones mueren cuando obligan a los creyentes a aferrarse a las creencias, por fundamentales que se consideren y por esenciales que parezcan ser (en realidad, nunca son esenciales; la “esencia” de toda religión es el Espíritu que sopla, refresca y relanza).
Las religiones mueren cuando ligan el amor a unos mandamientos absolutos y supeditan el consuelo del perdón a unas condiciones.
Las religiones mueren cuando se convierten en sistemas de dominación y de subordinación mutua. Y hay síntomas que no engañan: una religión está muerta o se va muriendo cuando estrecha espacios para la pluralidad y la tolerancia, cuando apela de continuo a la autoridad, cuando blande la amenaza, cuando multiplica condenas y advertencias, cuando olvida la misericordia y exhibe el poder.
Y no hablo sólo de instituciones religiosas. Ningún creyente está exento de estas tentaciones, y cada uno debe empezar por mirarse a sí mismo y dejar que el Espíritu detecte nuestros engaños dándonos consuelo, pues Él no sabe juzgar si no es consolando. “Luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo”. Fuente del mayor consuelo.
4. El mayor peligro es el fundamentalismo
El cristianismo en el que hemos sido formados y que en buena parte sigue aún en pie se ha desarrollado en una sociedad sólida y muy estable. La fe se apoyaba en una cosmovisión de certezas firmes y, a su vez, contribuía como lo que más a dotar a la cultura de cohesión y estabilidad. Los creyentes se hallaban firmemente enraizados en la realidad, y la religión ofrecía el sistema último de certezas que les sostenían y fundaban.
Pero he aquí que se ha producido un cambio drástico de panorama. La Modernidad y la industrialización han ido plasmando unos cambios profundos que el Renacimiento ya anunciaba de lejos. La era postindustrial de la información en la que nos hallamos no hace sino radicalizar esos cambios.
Mal que bien, la Iglesia ha podido resistir en los últimos siglos a lo que se consideraban embates del mal. Pero todos los indicios apuntan a que la resistencia se está agotando. La realidad acaba por imponerse.
¿Y cuál es hoy esta realidad? Una realidad absolutamente compleja y marcada por la conciencia de la complejidad. Con todos nuestros saberes, o tal vez por ellos, el mundo nos resulta hoy mucho menos evidente que hace unos siglos o que hace solamente cincuenta años.
Los sociólogos hablan de una “intransparencia irreductible”, o del “final de la evidencia y la visibilidad” o, más en general aún, de “la falta de rotundidad” (D. Innerarity) de la realidad en su conjunto y de la sociedad en particular. Efectivamente, nada es rotundo y seguro.
Y la espiritualidad es esa libertad interior para vivir en paz en la intemperie, sin aferrarse a ninguna seguridad. La búsqueda de sistemas de seguridad vuelve a ser hoy la gran tentación de las religiones.
El gran peligro espiritual de hoy no es el agnosticismo, ni es el ateísmo. Ni el hedonismo, el relativismo, el indiferentismo y esas cosas que tantas veces escuchamos denunciar en los discursos eclesiásticos. El gran peligro de hoy para las religiones es el fundamentalismo.
La espiritualidad nos reconcilia con la duda, la incertidumbre, la búsqueda. Necesitamos una espiritualidad sin espíritu de secta, sin pesimismo apocalíptico, sin actitudes defensivas, sin agresividad doctrinaria.
Una espiritualidad que cuida la identidad y la mantiene abierta, flexible, viva.
Una espiritualidad a menudo perpleja, sí, pero no resignada, ni amargada, ni escéptica.
Una espiritualidad dialogante y amable, que sabe que la verdad y el bien no son posesión suya, pero que no por ello renuncia a ser testigo de la gracia que la hace vivir.
5. Espiritualidad de la vida
“Espiritualidad de la vida” es una expresión redundante. La espiritualidad no es algo específico y separado, sino la confianza en la vida que se expresa en todas nuestras manifestaciones vitales. Por eso se podría mirar esta nueva espiritualidad como un nuevo estilo de vida: una manera de mirar, sentir, relacionarse, vivir.
La vida es un gran misterio, envuelto en un misterio más grande aun. Cuanto más avanzan las ciencias, más se maravillan, no solamente de cómo es la realidad, sino de que sea y viva. En realidad, más allá del concepto estricto de vida biológica, se puede decir todo cuanto es vive, está animado, se mueve, se transforma.
El Espíritu es “aliento vital” presente en el corazón de cuanto es. Es fons vitae, fuente de vida. Es la viriditas primaveral de la vida, como lo llama Hildegarda de Bingen. Es como el verdor de la primavera y de todo cuanto vive.
Es vitalitas de Dios que está presente en todos los seres vivientes y se traduce en “amor a la vida”. El amor a la vida, el querer vivir se manifiesta en todos los seres vivos. No sólo viven, sino que también quieren vivir.
“En las rebeliones de los cuerpos y de la tierra se detectan hoy signos que indican que las criaturas quieren vivir. En este mundo, con su moderna enfermedad mortal, la verdadera espiritualidad consistirá en recuperar el amor a la vida y, por tanto, la vitalidad. El sí total y si reservas a la vida y el amor total y sin reservas a todo lo que vive son las primeras experiencias del Espíritu de Dios”
(J. Moltmann, El Espíritu de la vida, Sígueme, Salamanca 1998, p. 111).
Cuanto es quiere ser más plenamente, porque está animado por el Espíritu de Dios. Cuanto vive quiere vivir más plenamente, porque está atravesado por la corriente de la vida. La creación no está acabada. La vida, la conciencia, la libertad… todo está en camino, movido por la aspiración e inspiración universal del Espíritu. Y la muerte forma parte de la vida en su forma actual, pero también cuanto muere quiere seguir viviendo, quiere transfigurarse, quiere “resucitar” en una vida sin daño ni muerte, en la primavera definitiva y universal de la vida.
6. Espiritualidad de la carne, del cuerpo
“Espíritu” nos sugiere lo que no es materia o carne o cuerpo. Ahora bien, en la Biblia “espíritu” no es lo opuesto a la carne, ni lo separado de la carne, sino el aliento, el soplo o el viento de Dios que anima la carne, toda carne.
Y decir carne es decir la realidad del mundo tal como es en su finitud y apertura misteriosa. Decir carne es decir el mundo del que formamos parte los seres humanos en comunidad de ser con todos los seres. No hay mística del alma sin mística del cuerpo.
La espiritualidad ha de ser, pues, necesariamente una “espiritualidad del cuerpo”
(J. Moltmann, El Espíritu Santo y la teología de la vida, Sígueme, Salamanca 2000, p. 102).
Amamos como cuerpo, confiamos como cuerpo, oramos como cuerpo. Para ser espirituales necesitamos relajarnos, liberarnos de las tensiones físicas y mentales. Para ser espirituales necesitamos respirar bien y sentirse bien en nuestro cuerpo, lo que no significa que hayamos de tener un cuerpo perfecto y gozar de una salud perfecta.
Moltmann observa atinadamente que el amor a la vida…
“nada tiene que ver con los ídolos de la salud, propios de la sociedad tardoburguesa, que venera la fuerza vital como ‘fuente de rendimiento’. La angustia por la pérdida de sentido de la vida real es lo que lleva al hombre moderno a recurrir a medios que potencien la vitalidad.
Así pues, no sólo hay que proteger la vitalidad que surge del amor a la vida contra su entumecimiento en las rutinas de la sociedad tecnológica, sino también contra el culto a la salud, tan propio de la moderna sociedad del rendimiento, y que tantas enfermedades procura al hombre”).
El Espíritu de la vida, o.c., p. 100
El placer es bueno, es necesario, y es espiritual. Todos nuestros placeres son placer de Dios. El Espíritu de Dios se place en nuestros placeres y en los placeres de toda la creación.
También (aún hace falta decirlo para muchos cristianos), también el placer sexual. El placer sexual es bueno y santo. Es la proyección distorsionada del deseo y el afán de posesión los que hieren la vida (y eso tiene más que ver con las construcciones de nuestra mente o de nuestra alma que con la biología propiamente dicha, aunque naturalmente la mente o el alma son, naturalmente, la “nueva dimensión humana” que “emerge” de las células del cerebro biológico).
7. Espiritualidad de todos los sentidos
La espiritualidad del cuerpo es espiritualidad de los sentidos. Somos cuerpo del mundo que siente. Somos cuerpo de Dios que siente, ¿por qué no decirlo?
He aquí un bello texto de J. Moltmann, comentario crítico de un bello texto de San Agustín:
“Una tarde leí en Agustín [Confesiones X 6, 8]:
«¿Pero qué es lo que yo amo, cuando Te amo a Ti? No amo la belleza de un cuerpo ni el ritmo del tiempo que se mueve; no amo el brillo de la luz, tan amable a los ojos, ni las dulces melodías en el mundo de toda suerte de tonos; no amo el aroma de las flores, de los ungüentos y especias; no amo el maná ni la miel; no amo los miembros del cuerpo, tan deliciosos en el abrazo carnal. Nada de todo eso amo yo, cuando amo a mi Dios.
Y sin embargo, amo una luz y un sonido y un aroma y un alimento y un abrazo de mi hombre interior. Allí brilla a mi alma lo que no abarca ningún espacio, allí suena lo que no arrebata ningún tiempo: allí se exhala un perfume que ningún viento disipa: allí se paladea lo que no vuelve insípida ninguna saciedad; allí se une lo que ningún hastío separa. Eso es lo que yo amo, cuando amo a mi Dios».
“Y yo le respondí aquella noche:
«Cuando yo amo a Dios, entonces yo amo la belleza de los cuerpos, el ritmo de los movimientos, el brillo de los ojos, los abrazos, los sentimientos, los perfumes, los sonidos de esta creación variopinta. Todo quisiera yo abrazarlo cuando yo, Dios mío, te amo a ti, porque yo te amo con todos mis sentidos puestos en las criaturas de tu amor. Tú me esperas en todas las cosas que se encuentran conmigo»”.
Ves el sol ponerse en el horizonte y tus ojos contemplan a Dios en su anchura, o es como si Dios contemplara en tus ojos sin fin. Hueles una flor y hueles los aromas de Dios, o es como si Dios se gozara en todos los aromas. En la piel que palpas a Dios, o es Dios que te palpa y te acaricia. Y así con todos los sentidos.
Los sentidos nos abren acceso al mundo como sacramento de Dios. Cada ser es el Todo. Cada instante, en el aquí y el ahora, es la eternidad.
La espiritualidad de los sentidos es la espiritualidad del gozo, del respiro, del descanso para todas las criaturas. Tras seis días de trabajo, los seres humanos descansan, respiran, se sienten hermanos de todos los seres, dejan descansar a la naturaleza en la paz y el gozo de Dios. Y sienten que es verdad aquel estribillo del poema de la creación: “Todo era bueno”, ”todo era muy bueno”. El día del descanso, todos nuestros sentidos sienten que algún día habremos de gozar en el sábado de la vida en la comunión de todos los seres.
8. Espiritualidad ecológica y liberadora
“Cuando hablo de espiritualidad pienso en un nuevo sentido de ser, en un nuevo sueño colectivo, entretejido de valores infinitos como la cooperación, la solidaridad, el respeto a cada ser, el cuidado de toda la vida, la armonía con la naturaleza, el amor a la Madre Tierra y la pluralidad de expresiones de lo Sagrado”
(Boff, “Crisis y ejemplos-semilla”, en Atrio, el 3-04-2009).
Necesitamos una espiritualidad ecológica, una nueva manera de situarse ante la naturaleza que somos, ante todos los seres que son nuestros hermanos y hermanas. “El grito de los pobres y el grito de la Tierra” son el mismo grito.
Necesitamos una espiritualidad basada en la interrelación de cosmos y humanidad, materia y espíritu. Una espiritualidad que propicie nuestra armonía con el Cosmos.
Una espiritualidad que repare la ruptura secular entre Dios y creación, una ruptura que ha predominado en la tradición occidental y que ha convertido a Dios en una figura separada, alejada del mundo. Una espiritualidad que redescubra el misterio de Dios en el corazón del Cosmos y contemple el Cosmos en el misterio de Dios.
Una espiritualidad que “profetiza la jovialidad del Verbo que asumió la carne humana en su eterna fragilidad y, a través de ella, de todo el cosmos, y del Espíritu que habita con sus energías la totalidad del Universo”
(L. Boff, Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres, Trotta, Madrid 1996, pp. 85-86).
Es preciso reconocer la espiritualidad y la “divinidad” de toda la materia. Es preciso entonar un nuevo “himno a la materia”, que tal vez no sea sino pura energía y espíritu, que ciertamente no es -para los ojos del creyente- sino una manifestación del Espíritu de Dios.
Es preciso que hagamos nuestra la vieja sabiduría de las tribus que afirman: “El espíritu duerme en la materia, se despierta en la flor, siente en el animal, sabe que siente en el hombre” y -ha añadido Boff- “siente que siente en la mujer”.
Necesitamos una espiritualidad animada por la cortesía y la gentileza para con todas las criaturas, tratadas como hermanas.
Una espiritualidad que percibe la materia no con los ojos de Descartes, como una extensión inerte y opuesta al espíritu, sino con los ojos de Francisco de Asís, como criatura hermana: hermana agua, hermano fuego y hermano aire, hermana madre tierra que somos y que nos hace ser.
Una espiritualidad capaz de intuir en un trozo de piedra el Espíritu que duerme y danza, que sueña y juega y crea.
Necesitamos una espiritualidad que mira el universo como una trama de relaciones, en la que todo está en comunión con todo, y todo está fundado en un Dios que es “fundamental y esencialmente comunión, vida en relación, energía en expresión y amor supremo”.
Una espiritualidad que mira en “el universo en formación, una metáfora de Dios mismo, una imagen de su exuberancia de ser, de vivir y de colaborar”
(L. Boff, Ecología, o.c., p. 185).
Una espiritualidad fundada sobre la presencia universal del Espíritu y del Logos de Dios en todo el universo, desde la partícula subatómica hasta las galaxias más lejanas.
Una espiritualidad fundada sobre la fe en un Dios que sigue creando, cuyo dinamismo creador es universal y siempre activo desde dentro mismo de la creación, de la que formamos parte; un Dios que ha dado a cada ser el poder de ir haciéndose en relación con todos los seres; un Dios que ama cuanto es y que “sostiene todas las cosas con su palabra poderosa” (Heb 1,3).
Una espiritualidad de “la ternura del Dios de los oprimidos”, de todas las criaturas oprimidas. Necesitamos una espiritualidad que comparta la esperanza de liberación y el gemido de la creación entera (Rm 8,20-22).
Una espiritualidad corpórea y sensible, convencida de que “no hay redención personal sin la redención de la naturaleza humana y de la naturaleza de la tierra, a la que los seres humanos están ligados indisolublemente porque conviven con ella”
(J. Moltmann, El camino de Jesucristo, Sígueme, Salamanca 1993, p. 382).
La bendición del descanso sabático se extiende a todos: hombres y mujeres. padres e hijos, empresarios y trabajadores, hombres y animales.
En el séptimo día, según la concepción judía, se hospeda «la reina Sabbat» en las familias de Israel, y se realiza la shekiná o la presencia de Dios en su pueblo y en el mundo entero. Dios habita en medio de su pueblo exiliado, Él mismo exiliado, hasta que se realice enteramente la morada conjunta de Dios y de todas las criaturas.
9. Reinventar a Dios
“Inventar” viene del latín invenire, que significa “encontrar”. “Inventar a Dios” no significa crearlo de la nada, sino descubrirlo siempre nuevo y creador en el corazón de toda la creación en marcha, para decirlo con palabras también nuevas, con imágenes sugerentes capaces de expresar lo inexpresable.
No queremos ni podemos dejar de creer en Dios en nuestro tiempo. Pero tal vez no podamos creer de la misma manera en que lo hemos hecho. Todo lo que vive se transforma, y también se transforman la fe viva y la palabra.
Nuestros tiempos nos ofrecen la gracia de creer en un Dios más creíble. Y nos damos cuenta de que los pocos ateos que quedan y los muchos agnósticos que aumentan nos ayudan precisamente a creer en un Dios más digno de fe.
No podemos creer en un Dios Padre, Señor, Rey, soberano, omnipotente. Un Dios inmutable, separado y lejano. Un Dios autoritario, providente y vigilante. Un Dios que se revela solamente a quien quiere, que ha elegido a un pueblo más que a otros, que atiende e interviene cuando quiere. Un Dios que impone normas intocables y exige culto. Un Dios que se ofende y aíra, que pone a prueba y castiga. Un Dios que se impone y da miedo.
No, en ese Dios no podemos creer, porque no es verdadero, porque simplemente no existe. “Los conceptos de Dios rancios, simples u obsoletos ya no satisfacen. Sin embargo, nacientes ideas de diversos contextos del mundo recogidas en la teología se prevén mucho más sabrosas”
(E. Johnson, La búsqueda del Dios vivo, Sal Terrae, Santander 2008, p. 18).
Así, por ejemplo: Dios crucificado de la compasión, Dios liberador de la vida, Dios en femenino, Dios que rompe las cadenas, Dios compañero de fiesta, Dios siempre mayor de todas las religiones, Espíritu creador en un mundo en evolución, Dios vivo del amor “trinitario”…
Creo que nuestro tiempo nos invita a revisar en buena parte nuestra representación de Dios, tanto imaginaria como conceptual. Y “el eje de esa nueva concepción no será la distinción entre Dios y el mundo, sino el conocimiento de la presencia de Dios en el mundo y de la presencia del mundo en Dios”
(J. Moltmann, Dios en la creación. Doctrina ecológica de la creación, Sígueme, Salamanca 1997, p. 26)
Es bueno creer en el Dios que lo habita todo y en quien todo habita, el “Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Un Dios que no es parte del mundo ni la totalidad del mundo, pero que tampoco es alguien ni algo exterior al mundo y separado de él.
Un Dios en quien el mundo es y todos somos como el niño en la madre y mucho más, como la luz en la llama y mucho más, como el sentido en la palabra y mucho más, como el espíritu en el cuerpo y mucho más.
Un Dios que es la Gran Realidad de toda realidad, y que no está “más allá, fuera del mundo, sino más acá, en la profundidad de las cosas, como su fundamento y su misterio”
(J. Alvilares, Dios en los límites, PPC, Madrid 1999, p. 40).
Un Dios que es el corazón de la realidad que nos rodea, que nos constituye, que somos. Un Dios que todo lo anima, lo sostiene, lo habita.
Dios no es ni trascendente ni inmanente al mundo y a todos los entes. No es un objeto que podemos ver, conocer, pensar. No es un ente entre los entes. No es el Super-Ente. Es el Ser de todo cuanto es.
O, como dicen los Upanishads indios, no es lo que el ojo ve, sino El que ve en el ojo; no es lo que el oído oye, sino El que oye en el oído; no es lo que el pensamiento piensa, sino El que piensa en el pensamiento; no es lo que los sentidos sienten, sino El que siente en todos los sentidos…
Dios es el Misterio que funda, precede, acompaña. La presencia que sufre y goza en todos los seres.
“El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve”
O también:
“Los ojos porque suspiras,
sábelo bien,
los ojos en que te miras
son ojos porque te ven.”
(A. Machado).
San Juan de la Cruz lo dijo con la imagen, de incomparable belleza, de los ojos por los que somos dulcemente mirados desde el fondo de nuestro ser.
“Oh cristalina fuente
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados”.
Termino con esta bella oración de Javier Melloni:
“¡Oh Profundidad infinita que asomas por doquier!,
danos la obertura de la mente y del corazón
para que podamos reconocerte en todo.
Que cada instante sea el camino por el que volvamos a ti
del mismo modo que tú vienes a nosotros en cada situación.
Que todo momento sea la oportunidad y la celebración
de este encuentro que se hace transparente a tu Presencia”.
José Arregi
Comunicación con motivo de la presentación de su libro en Donostia (8 nov) y Madrid (11 nov)