Buscando definiciones de "identidad" nos encontramos con que el contenido semántico está definido desde la contraposición con el otro o lo otro. O sea, la identidad es aquello que nos diferencia del otro o de los otros. Sería el conjunto de características propias que nos hacen único y diferente a otro sujeto o grupo de sujetos con sus propias características. Esto, en el proceso madurativo psicológico de la persona, según los expertos, es algo esencial. El niño necesita diferenciarse de la madre con la que se identifica en sus primeros estadios. Necesita ganarse su identidad, conquistarla en su proceso de individuación.
Entiendo también que un conjunto de características comunes a un conjunto de personas puede darle una peculiaridad con respecto a otro grupo contrapuesto, pero aquí viene el peligro. En primer lugar, ese conjunto de características es accidental, son avatares históricos, circunstanciales, y desde mi punto de vista no pueden llegar a constituir una base sólida, con pretensión de absoluto, y mucho menos de esencia de un pueblo.
Eso no indica que el afecto de un conjunto de personas por esas notas "identitarias" no sea legítimo, pero nunca podrán enarbolarse ni como aspectos cerrados que me diferencian en esencia del otro, ni mucho menos como aquello inalienable y "sagrado" que merezca todo el respeto, como si de la dignidad estuviéramos hablando.
En segundo lugar, ese conjunto de notas características de un pueblo está sujeta a la misma evolución de la historia, de la cultura, etc. Tratar de conservar intactas tradiciones, modos, maneras de disfrutar, arte, expresión es pervertir el mismo concepto de cultura.
Si la identidad de un pueblo tiene que ver con determinados aspectos culturales discutibles y sujetos al mismo proceso histórico me bajo del carro. Me desapunto de cualquier intento de domesticación de lo que soy o me considero. Si ser sevillano implica ser cofradiero y ofenderse cuando "atentan" contra aquello que constituye tu identidad como tal, me "desapunto" de serlo.
Esto, llevado a uno de sus extremos puede volver a traer aquella ocurrente idea del "contrato de integración" que proponían algunos partidos políticos referido a las personas inmigrantes. Siempre me preguntaba si los obligarían a beber gazpacho, comer paella, bailar sevillanas o vestirse de mañico por la fiesta del Pilar.
Sin renunciar a mi historia, a mi lengua, a mi acento, a disfrutar de mis fiestas y paisajes, a nuestra manera de disfrutar de la vida y de entender el ocio... sin prescindir de todo aquello que contribuyó a lo que somos y sintiéndome orgulloso de ello... No pretendan convertir nada de esto en algo inamovible, en nota esencial de lo que soy, no me obliguen a "identificarme" con aquello que no quiero.
En eso está la base de los totalitarismos, de los nacionalismos, de los independentismos. El "somos distintos en esencia" es altamente peligroso pues nos sitúa enfrente o por encima del otro. Creo que es hora de que hablamos más de lo que nos une que de lo que nos diferencia. En los tiempos que corren hablar de la esencia común no puede ser mala pedagogía.
Más allá de esta reflexión no está mal volver a considerar que la sorna, la burla de símbolos religiosos que para algunas personas constituyen objetos o representaciones relacionadas con lo sagrado sigue siendo una auténtica falta de respeto. Ya di mi opinión con respecto a las caricaturas de Mahoma del Charlie Hebdó y en este asunto, salvando las distancias, pienso lo mismo. La libertad de expresión no está por encima del respeto a aquello que pertenece la iconografía religiosa de un colectivo. (Otro tema de reflexión interesante sería la identificación de lo sagrado o lo trascendente con una corona o un manto, pero no es el caso.
Todo esto, más allá del mál gusto de la señora Uma Turman.
Más allá de esta reflexión no está mal volver a considerar que la sorna, la burla de símbolos religiosos que para algunas personas constituyen objetos o representaciones relacionadas con lo sagrado sigue siendo una auténtica falta de respeto. Ya di mi opinión con respecto a las caricaturas de Mahoma del Charlie Hebdó y en este asunto, salvando las distancias, pienso lo mismo. La libertad de expresión no está por encima del respeto a aquello que pertenece la iconografía religiosa de un colectivo. (Otro tema de reflexión interesante sería la identificación de lo sagrado o lo trascendente con una corona o un manto, pero no es el caso.
Todo esto, más allá del mál gusto de la señora Uma Turman.