miércoles, 25 de junio de 2014

Hay una intuición profunda que se me repite. Como todo en la condición humana, nace y se mezcla con deseos-necesidades-carencias, reconocimiento de carismas, repetición de inquietudes, historia, la propia psique (el trigo y la cizaña)... pero sobre todo, que también brota del Ser profundo cuando estoy sereno y no dominado por la mente-ego. Esto último me hace pensar que puede ser verdadero, de Dios, de la Vida. Me faltan señales, pistas del mundo manifiesto para dar pasos quizás al vacío de la más absoluta confianza. Pido de vuestra luz que es la misma que la mía, rezos, oraciones, energías... como cada uno quiera llamarlo o creerlo, para estar despierto y ser certero en el momento.

domingo, 22 de junio de 2014

Debes desobedecer

Artículo bastante interesante y válido para estos tiempos que corren. "Debes desobedecer" Una expresión que debe brotar del colectivo social ante situaciones que continuamente deshumanizan al ser humano. Expresiones como la desobediencia compasiva o inteligente. Buena reflexión.


Por una desobediencia compasiva


Alguna vez los perros fueron lobos. En algún momento, sin embargo, debieron extraer alguna ventaja de su amistad cooperativa con los seres humanos. Si comienzo con esta observación es porque uno de los ejemplos más profundos de esa amistad con los que me he encontrado es la idea de “desobediencia inteligente.” Un perro lazarillo entrenado para practicar la llamada “desobediencia inteligente” es capaz de contravenir la voluntad de su compañero humano cuando se encuentra  con una orden que pone en peligro a éste (por ejemplo, cuando la persona ciega se dispone a cruzar un semáforo en verde mientras aún pasan coches) Al animal-guía se le ha enseñado a tomar una decisión alternativa precisamente para salvaguardar a su protegido.Alicia García Ruiz – ATTAC Acordem
La idea asombrosa de una “desobediencia inteligente” animal habría hecho las delicias del vegetariano Erasmo o del ermitaño Thoreau, ilustres desobedientes y observadores de la naturaleza humana, no como una esencia inamovible,  sino como algo que refleja el resto de los seres vivos y a la inversa. Una larga tradición de pensamiento nos ha habituado a identificar el mundo de los animales con el reino de la obediencia ciega, frente a la libertad de conciencia exhibida orgullosamente por el ser humano. Pero las fronteras no son tan claras. Si la desobediencia inteligente nos muestra un inesperado ejercicio de libertad en el mundo animal, otro gran desobediente, La Boètie, nos enseñó que su opuesto, la servidumbre voluntaria, basada en la costumbre o el temor, también habita en las profundidades del corazón humano.
Los sucesos en la playa de Melilla, las llamadas “devoluciones en caliente” y otros cientos de acontecimientos que se producen a diario nos fuerzan a pensar (y cada vez lo harán más)  sobre los límites de la obediencia y, en segundo lugar, sobre la desobediencia como concepto límite. Frente a las inacabables noticias de las personas que se ahogan a diario en las rutas mortales de la inmigración forzada en el Mediterráneo, acude a la mente otra imagen muy diferente, sucedida en el mismo mar, que recogió hace unos meses la prensa. Un pescador italiano de Lampedusa, dueño de un bar y de una barca, rescató a los náufragos de una patera, pese a la terrible ley italiana que lo sanciona. En la breve entrevista a la que respondió no se podía contener en tan pocas palabras una idea tan importante “Si el gobierno me quiere meter en la cárcel que lo haga” dijo “¿Cómo voy a ver ahogarse a un hombre delante de mí sin hacer nada?” El mismo mar, entre dos mundos que son uno sólo. El mismo espacio, piensa uno, dividido por percepciones incomunicadas entre sí. Como expresa perfectamente Jacques Rancière en El Desacuerdo es “la contradicción de dos mundos alojados en uno solo” el mundo en el que unos cuentan como seres humanos y otros no.
No es mi intención juzgar hechos desde una cómoda posición externa. Existe un momento de absoluta soledad y angustia en la decisión ética. El miedo es tan humano que no pienso que se pueda hacer recaer todo el peso en las personas que intuitivamente creemos que deberían haber desobedecido. Aun así, aunque el momento de la decisión (ayudar, no ayudar) sea individual, solitario, el origen de esta disyuntiva no lo es. El comportamiento de estas personas es, ante todo, indicativo de una situación estructural, la existencia de normas injustas que producen un conflicto interno de obediencia. Eso nos concierne a todos los que observamos estos hechos, espectadores implicados a fin de cuentas. Cuando una norma olvida que su sentido es expresar una relación justa entre seres humanos, esa norma se vuelve vacía, dura como un diamante, dura lex, aunque carente de sentido, porque su acatamiento se rige por una terrible tautología: “obedece, porque debes obedecer.” Pero si la fuente del Derecho está en algún sitio más allá de ella misma, y más allá de la fuerza, seguramente emana de la propia suspensión que los seres humanos son capaces de hacer de ella cuando se encarna en normas injustas.
Quien juzga cómo comportarse en una situación límite está radicalmente solo en el momento de tomar su decisión, a menudo presionado por el miedo. El miedo ante normas injustas usurpa entonces el papel ideal del legislador justo y coloca al ser humano en una angustiosa disyuntiva, que muchas veces se racionaliza con expresiones tales como “no tenía opción”, “eran las órdenes”. Pero los que vemos las imágenes no estamos al margen. Es la sociedad la que aplaude o castiga obediencias y desobediencias; es esta misma sociedad la que debe “acompañar.” o la que deja solo, al “desobediente razonado” en su denuncia de la norma injusta. Planteémonos si el ejemplo del pescador no nos muestra que a veces la desobediencia no es una opción, sino un imperativo. Un paradójico imperativo como sería el de “Debes desobedecer”. Los tiempos presentes, con su proliferación de normas injustas, nos fuerzan cada vez más a su formulación.
Ya hemos visto que la inteligencia no es privativa del ser humano, si por ella entendemos la capacidad de discernir, de juzgar el caso particular. Pero además de la inteligencia los seres humanos poseen un rasgo añadido: la compasión, que en su origen es la capacidad de compartir lo sensible, lo corporal, con otros. Me gustaría pensar que hay alguna continuidad secreta entre la desobediencia inteligente y una posible desobediencia compasiva, que las fronteras entre lo humano y el animal no sólo funcionan para animalizar a los otros sino también para ampliar la consideración de lo humano. No me estoy refiriendo a ningún tipo de humanismo caduco, sino a la fraternidad animal por la que unos y otros nos hacemos cargo del daño, de que antes de poder clamar por sus derechos con una voz articulada, el cuerpo de un ser puede ahogarse entre gritos de auxilio. Puede que nuestras leyes humanas, las que nos damos a nosotros mismos, sean nuestra segunda naturaleza. Pero por ello mismo, son un espejo donde mirarnos y decidir qué clase de animal humano somos unos para otros: compañeros o lobos.
Investigadora de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona
Artículo publicado en Público.es

Un día de campo

jueves, 19 de junio de 2014

Querido Papa Francisco.                   Carta VI

En esta mi sexta carta simplemente quiero transmitirle dos cosas. La primera, una vez más, un sentimiento de agradecimiento por sus gestos y por sus formas. Sus gestos siguen siendo signo de la ternura de Dios en medio de un mundo que sufre. Gracias por el abrazo fraterno delante del muro de las lamentaciones con el rabino Abraham Skorka y el islámico Omar Abboud. En la entrevista para el periodista Enrique Cymerman se refiere usted a Jerusalén como imagen de la Jerusalén celestial y estoy de acurdo en que podría ser para el mundo un signo de concordia y de que esa ciudad, sagrada para las tres grandes religiones monoteístas, lleva encerrada dentro de sí la semilla de la unidad en la diferencia, de la concordia en medio de la diversidad. Ojalá se despliegue alguna vez el verdadero sentido etimológico de su nombre, Jerusalén, ciudad de la paz. Gracias por ese deseo profundo de que esa raíz común a las tres tradiciones sea alguna vez la que determine la convivencia, y el trabajo común. Ese abrazo, esa oración posterior en el Vaticano son un verdadero signo para el mundo de consecuencias que aún no alcanzamos a adivinar. 
Gracias también por esa entrevista llena de ternura evangélica, de humildad, de cercanía. Éstas siguen siendo las notas esenciales de su carácter y de su servicio y desde ahí uno se equivoca menos. 
En segundo lugar, aparte de mi agradecimiento, quería hacerle, con todos mis respetos, una apreciación. Y es que he echado en falta una alusión clara por su parte a la situación de absoluta represión y opresión que sufre el pueblo palestino por parte del Estado de Israel, sobre todo los que malviven en los campos de refugiados, los de los territorios ocupados, todos aquellos de la franja de Gaza y Cisjordania. Bloqueos, sanciones económicas, anulación del derecho a la circulación de las personas, inseguridad alimentaria, cortes de electricidad, déficit sanitario... desastre humanitario, en definitiva. Pienso que esto que indico no es mera opinión sino que hay un flagrante incumplimiento de leyes y convenios internacionales denunciado por la misma ONU. 
Algunos podrán decirme que si lo que queremos es verdaderamente que desde su talante conciliador y evangélico usted haga de mediador en el conflicto, estas cosas hay que callárselas. Y yo me pregunto, si desde esa misma actitud eso es posible. Creo que no puede haber diálogo si no hay previamente reconocimiento de la injusticia. Le oigo hablar con contundencia sobre el antisemitismo que perdura y que se encrudece en estos tiempos. No se muerde tampoco la lengua a la hora de hablar de un sistema económico que excluye, que prescinde de sectores de la humanidad, un sistema económico salvaje. ¿Por qué entonces ninguna palabra sobre el dolor de un pueblo que lleva padeciendo un auténtico apartheid desde hace varias décadas? ¿Es la prudencia, lo políticamente correcto acicate para manifestar una palabra compasiva ante tanto atropello?
No soy especialista en relaciones internacionales, en diplomacia, o en política, pero sí considero que desde esa predisposición suya a la defensa de los más vulnerables, santo y seña del auténtico espíritu cristiano, la denuncia de la opresión del pueblo palestino sería un auténtico gesto de justicia y el reclamo del cese del atropello, un signo de fraternidad con los que tan mal lo están pasando. Todo ello, por supuesto, desde la condena y el rechazo de toda forma de violencia o terrorismo por muy legítimas que sean las demandas de cualquiera de las partes.
Es cierto que no podemos olvidar que la raíz del cristianismo es judía. También lo es del Islam y eso debiera implicar una manifiesta solidaridad con los que son sus hermanos. El rezar con los salmos de David, el leer a los profetas del Antiguo Testamento no sólo es un gesto litúrgico o devocional sino conectar también con una auténtica tradición moral que denunciaba constantemente la injusticia contra los más desfavorecidos (el huérfano, la viuda, el extranjero, el pobre en general). Por lo tanto, conforma, aún más, la esencia cristiana, el posicionamiento compasivo al lado del que sufre. 
Una vez más insisto en mi agradecimiento por su saber hacer y le pido disculpas por lo que no quiere más que ser la expresión de un sentimiento espontáneo.

Afectuosamente

jueves, 5 de junio de 2014

De profundis


Hay veces que todo adquiere una dimensión diferente. Esto se produce acompañado de diversas manifestaciones: Ganas de tocar los objetos que están a mi paso, las ramas, las hojas de las plantas o simplemente los objetos inanimados, pero sin brusquedad, sin deseo de posesión, como una caricia, con un deseo de reverenciarlo, como si se convirtieran en objetos sagrados; la sensación de un gozo indescriptible y como si todo formara parte de un todo único manifestado en múltiples formas; la sensación de que todo es más intenso, los colores, los olores; la percepción de algo más allá de la apariencia que se manifiesta en ese momento, como si percibiera el espíritu interior de todo lo real, algo que es común a todos los objetos (animados e inanimados); todo esto siempre acompañado de ese gozo del que antes hablaba y de la sensación de que no soy ajeno a nada sino que formo parte de todo.
Esto se ha repetido en numerosas ocasiones desde que tengo consciencia de ello. A veces ha estado unido a un momento de comunicación religiosa, momentos más propiciados de disposición interior a ello y lugares más preparados para ello (capillas, oratorios, casas de espiritualidad…)  Otras ha sobrevenido sin esperarlo, haciendo deporte, paseando.... Muchas veces en conexión con la naturaleza (ante un paisaje, un bosque, el mar, la montaña) pero otras dentro de mi casa, en la habitación del seminario, o en medio de la gran ciudad, entre la gente. Siempre todo cobra un sentido diferente, como si la realidad se transfigurara, mostrara su ser más íntimo. A veces he perdido la noción del tiempo, he vislumbrado algo así como el significado profundo de lo que es la eternidad.
Siento que me faltan las palabras para expresarlo porque es como si todo esto formara parte de algo que está más allá de ellas y de la misma mente.
A veces he bailado espontáneamente; otras muchas, lágrimas abundantes han brotado simplemente por el gozo de un amor desbordante. En todas, el espacio que me habitaba se convertía en terreno sagrado.

En alguna ocasión he sentido como Job que estaba delante del Dios sin forma, del Dios liberado de todo condicionamiento personal y cultural. Y he podido decir “ahora mis ojos te han visto”.