lunes, 28 de abril de 2014

Retazos

10 de agosto de 1996                                                       En la casa de la misericordia

A raíz del salmo 19

Que todas mis obras, Señor, lleven impresas el signo de tu amor. Que todo lo que salga de mí sea por ello.

11 de agosto de 1996

Señor, quiero ser consuelo para mis hermanos. Que el que recibo de ti quede reflejado en los ojos de aquellos que necesitan ser aliviado. Dame capacidad de escucha, potencia en mí ese don. Quiero ser oído para el que lo necesita.


El canto de la tierra (Este poema nació como canción, por tanto, tiene su música).

Sopla la brisa que ha vencido, por fin, al huracán.
En mi cielo sonríe, desafiando a la pena, la estrella del mar.
El campo que ayer fue llanto
viste su semblante de colores para hacerse canto.
La roca de dolor fue rota
y hoy grita de gozo que el amor ha vencido al mal.

Quiero pintar un aleluya que arda siempre en mi ser
y unirme al eco de la tierra en su cantar
que hoy de nuevo, de esperanza, sació su ser, sació su ser.
Quiero gritar una tierra nueva que ha nacido con el sol
y contagiar al que ha  llorado con el júbilo de la luz.
Mi Dios ha resucitado.

Nacen mil rayos que han triunfado sobre la oscuridad.
Del grano muerto han brotado en el alma mil frutos de paz.
La cueva ya está vacía,
la piedra ha cedido el paso a la luz del día.
Las damas de dolor vestidas 
contemplan gozosas que la muerte ha sido vencida.

Quiero pintar...



12 de agosto de 1996                                            Casa del misericordia

Señor, sé que para ser el primero en tu Reino tengo que ser el último aquí en la tierra. Quiero servir a mis hermanos. Tú conoces mi fragilidad y sabes lo que me cuesta. Que sepa ser todo lo humilde que supo ser María. Que sólo brilles tú. Apaga mi estrella para que puedan iluminar las otras que me rodean. No quiero ser el astro de mi universo, aunque me cueste pedírtelo. Sólo tú eres mi sol. Extenúa todo el protagonismo que haya en mí. Sólo tú, Señor. Que mis hermanos sólo vean en mí un reflejo de tu amor.


16 de agosto de 1996

Señor, empieza este año especial de caminar contigo en la oración. Acompáñame. Enséñame a orar en tu Espíritu. Instrúyeme en el silencio para así oír tu voz. Quiero acallar mi alma para dejar que hables en mí. María, quiero orar contigo. Ven conmigo y haz que aprenda a ver a Dios en tu silencio. Salvador del mundo, sálvame de mí mismo.


18 de agosto de 1996

Señor, dame paciencia en mi tribulación. Que te deje actuar a ti, mi Dios, que comprenda que mi hora no es la tuya. Que sepas que tú estás ahí en mi vida sanando. Que todo mi dolor es para mayor manifestación de tu gloria. Hazme paciente y cumple en mí tu voluntad.


23 de agosto de 1996 

Señor, espero en ti y en esa esperanza quiero morir. Espero de nuevo remontar el vuelo como el águila, porque tú eres mi fortaleza. Quiero sentirte siempre en mis momentos de abatimiento, como te siento ahora. Quiero aceptar lo que ocurre para así poder santificarme. Quiero ser humilde como María. Que siempre te vea en mis fracasos. Que te saboree mejor en la tribulación, así podré correr sin cansarme y mi juventud renacerá en ti. Gracias, mi Dios, por estar en mi vida.


24 de agosto de 1996

En mi debilidad está mi fortaleza. Señor, sólo en mis flaquezas he de gloriarme. En mi tristeza y angustia te veo más, oh Cristo; en ellas siento tu presencia actuando y remodelándome. En mi ser más pobre, en mi yo más débil te descubro en todo plenitud.


26 de agosto de 1996

Quiero encontrarte, Señor, y si en ello pongo todas mis fuerzas y todo mi corazón, sé que lo lograré. Quiero que mi vida sea un caminar por el sendero que conduce a tu encuentro. Caminar siempre hacia la misma meta. Tú, mi Dios, mi horizonte y camino a la vez. Sé que no me dejarás nunca y en esta confianza quiero morir.


29 de agosto de 1996

Quiero hundirme, Señor, en el manantial del agua viva; quiero que sus gotas salpiquen mi ser y refresquen lo resquebrajado de mi alma. Quiero beber de tu agua para calmar la sed del mundo y de mi garganta para seguir cantando tus maravillas. Quiero adorarte en Espíritu, en aquel que me sosiega y me habita cuando así soy capaz de darme cuenta. Quiero adorarte en verdad, Tú y yo solos sin barreras que te encubran. Haz de mí un verdadero adorador.


31 de agosto de 1996

Señor, me elegiste porque me amaste; no por ser hombre grande en espíritu, ni hacedor de magníficas obras; no por mi bondad sino por mi pequeñez, porque te fijaste en mí, en mi tibieza y quisiste hacerme pueblo tuyo. Por haberme amado hasta la plenitud, gracias, Señor.


martes, 22 de abril de 2014

La esencia del mal

No quiero con esta opinión herir la sensibilidad de nadie, y mucho más en este tema en el que se ha creado una especie de compasión de grupo o solidaridad social; pero quiero expresar mi pobre y cuestionable manera de entender este asunto a raíz de algo que oí el otro día.
Ante el fallido y enésimo intento de hallar los restos de Marta del Castillo en la escombrera de Camas, después de la prueba realizada a Miguel Carcaño, la madre de la chica asesinada, decía que el asesino era “la esencia del mal”. Con un respeto absoluto a los sentimientos de esos padres a los que no se les ha permitido hacer su proceso de duelo de una manera adecuada y correcta, con un sentimiento de solidaridad ante la terrible experiencia de no poder enterrar a tu hija, me gustaría hacer un breve análisis de esa expresión.
Caemos fácilmente en una visión maniquea de la vida como si ésta y todas sus circunstancias y avatares estuvieran determinados por dos principios, el del bien y el del mal. Situaciones malas y buenas, acciones malas y buenas, personas malas y personas buenas… Esto se aduce también en numerosas ocasiones de una manera escatológica, cuando se trata de dar sentido a acciones inhumanas y absolutamente reprobables como es la de, no solamente asesinar a una adolescente, sino la de no permitir a sus padres poder enterrarla después de 5 años. La expresión “la esencia del mal”, que en su dolor e impotencia utiliza la madre de Marta, encierra una comprensión metafísica de la realidad interesante de analizar y no muy ajena al sentir de mucha gente. Hablar de esencia del mal es admitir de fondo que existe una esencia del bien, que existen estos dos principios como fuerzas al mismo nivel que determinan el orden de lo real.
Desde el lenguaje religioso esta expresión es una de las erróneas alternativas para la explicación del dolor y el sufrimiento. ¿Cómo explicar el mal en el mundo si se dice que hay un Dios bueno? Pues porque hay un principio del mal (diablo, Satanás, demonio, Belcebú, Príncipe de la tinieblas, etc.). Es uno de los recursos o salidas de la imposible teodicea que cae por su propio peso. Admitir un principio del mal al mismo nivel que un principio del bien sería admitir una eterna lucha de contrarios de igual a igual, unas veces gana uno y otras veces otro. Sería poner al mismo nivel a dos opuestos (de nuevo en lenguaje religioso Dios y el diablo). Ni desde la tradición judeo-cristiana, ni de la mayoría de las grandes religiones esto se sostiene.
Admitir que Miguel Carcaño es la esencia del mal sería admitir algo así como que estuviera poseído por el demonio (el tema de las posesiones daría para otro debate y no es el objeto de esta reflexión) o en términos no teístas como que fuera la encarnación del mal. Al margen del sentimiento de rabia que puede llevarla a tal afirmación, debemos preguntarnos si una persona puede poseer en su ser más íntimo sólo perversión y maldad. ¿Puede estar asentada la base ontológica de una persona en la maldad?
Desde la experiencia espiritual es imposible. Desde la mística de cualquiera de las grandes tradiciones religiosas, el fondo del ser humano es sagrado, divino, pues comparte la esencia con el Misterio o Ser. Y aquí es dónde llega lo políticamente incorrecto de mi reflexión. Decir que la esencia de Miguel Carcaño es sagrada o divina y no el mal, me hace removerme en mi asiento incluso a mí que soy el que escribo esto. Decir que la esencia de personajes como Hitler no sea el mal, sino el bien, la luz, puede parecer un intento forzado y “buenista” de entender la realidad. Pero situándonos en otro nivel (no en el nivel psíquico o mental, sino en el trascendente o inmanente) no podremos más que decirlo, con serenidad y sin pretensión de imponer ni de defender ningún axioma.
Sobre los condicionantes psicológicos, sociales, circunstanciales que pueden llevar a una persona a cambiar en numerosas ocasiones la versión de los hechos para que no se encuentre el cadáver o a otro a asesinar a millones de seres humanos, se podría hablar mucho. Pero no soy experto.
Tan sólo quiero afirmar humildemente y desde mi pobre y corta experiencia, que lo esencial de cualquier ser humano está enraizado en el único principio existente, la única realidad, y esa realidad es el Misterio de lo bello, lo bueno, el amor, aunque eso sea imposible verlo desde esta manera nuestra de poder interpretar la realidad o nos “aparezca” machacado y enterrado por cientos de circunstancias que presenten a los autores de tan horribles acciones como auténticos monstruos.
Cuando, en términos creyentes, decimos que el ser humano tiene la huella de lo divino (“a imagen suya los creó”, Gen 1,27) queremos expresar lo que vengo diciendo. Y eso es para todos los seres humanos o no es para ninguno.
Esta comprensión nos cambiaría la visión de la humanidad y la relación con el resto de nuestros semejantes. De aquí brota el concepto de dignidad inalienable para cualquiera (incluso para los que nos parezcan deleznables por su conducta). E incluso diría que es la base de nuestro derecho actual. Sé que es mucho más fácil dividir el mundo entre buenos y malos, pero a la vez es más simplista y menos inteligente. Esto nos complica la vida en cuanto a la percepción de la realidad en su conjunto y en particular del ser humano y del respeto que le debemos al margen de su conducta. Cuando desde la tradición hinduista se saluda a una persona con la expresión “namasté” se está queriendo expresar algo así como "aquello divino que hay en mí reconoce y reverencia aquello divino que descubro en ti". Habría que preguntarse si eso divino de cada uno desaparece cuando uno comete una atrocidad. Si desaparece es que no es divino, si el principio del mal es capaz de anular el del bien es concederle al primero una fuerza pareja a la del segundo y el ser humano sería una marioneta al antojo de uno u otro principio. Con lo cual la realidad estaría carente de sentido.
Toda esta elucubración mental última que acabo de hacer es volver a caer en nuestro intento occidental de comprensión de la realidad. La afirmación de lo sagrado del ser humano (cualquier ser humano) manifestada por los grandes maestros espirituales de todos los tiempos, no nace de la reflexión sino de la experiencia (la meditación, la vivencia desde lo profundo de su ser). Y a eso invito y me invito a mí mismo.
Desde el punto de vista materialista-cientifista, como se comprenderá, la afirmación de la existencia de un principio del mal, o de una esencia del mismo es insostenible igual que lo es la existencia de un principio del bien. Con lo cual, también desde este paradigma, caería esa visión del ser humano.
Termino de nuevo apelando a mi solidaridad, compasión y respeto más absolutos a esos padres destrozados. La cercanía, el cariño, la búsqueda de la verdad y la justicia no deben de cesar. Aunque propongo que un duelo no realizado, el sufrimiento generado desde la impotencia más cruel, no sean nunca la base de comprensión de lo real y que ayudemos a las personas que se encuentran en esos duros trances a hacer bien sus procesos.

miércoles, 9 de abril de 2014

La raíz de la indignación

Ayer me hacía consciente de algo. Suelo leer las noticias a través de Twitter. Me he sentido satisfecho este tiempo de haber “coleccionado” una serie de redes, personas, entidades y colectivos que escriben lo que quiero leer. Gente de una determinada ideología afín que pone palabras mejor que yo a lo que pienso. Me hago eco de ellas, las tuiteo, las comparto, haciendo extensible aquello con lo que conecto y que verifica lo que creo. Observando tanto el Twitter, el Facebook como ciertos canales de televisión y radio que frecuento algo más, me daba cuenta de una realidad, en cierto modo desoladora, que ensombrece el panorama de nuestro país y del resto del mundo. Expresiones, noticias, comentarios (serios, sarcásticos…) que describen que lo que nos toca vivir no va lo bien que quisiéramos.
Y pensaba que, sin dejar de quitar realidad a lo transmitido, a lo expresado, me perdía muchas veces en esa negatividad marrón que todo lo ve malo. Sentía incluso que podía amargar un poco el día de aquellos que se asoman o pasan (según las leyes a las que nos obligan estas redes) por mis “cuentas”.
Iba más allá y reflexionaba sobre cuál era la raíz de la indignación. De la propia y de la de todos aquellos a los que sigo. Aunque es presuntuoso, atrevido y juicioso tratar de analizar el fondo de los otros, puedo hacerlo con lo que se expresa y lo que intuyo que hay detrás y, por supuesto, hacer un análisis más profundo sobre el lugar desde el que brota mi indignación.
Cuando el 15M estaba en todo su apogeo y yo vivía todo aquello como una primavera del despertar de la gente y del dejar de conformarse con las tardes de Belén Esteban y de domingo en el partido de futbol, leí un artículo que se llamaba “Jesús, profeta indignado”. Aquello evidentemente confirmaba mis teorías, mis ganas de lucha y certificaba la bondad de los indignados. Pero ya entonces pude presentir algo que ahora corroboro con más lucidez.
El derecho al justo cabreo y pataleo es un movimiento exigible a una sociedad que se pretende democrática y que se revela contra las adormideras que el mismo sistema inventa. Es un primer paso. Una vez dado habrá que pararse. ¿De dónde brota realmente la indignación, cuál es su raíz más profunda?
De nuevo vuelvo a mí mismo para no caer en el juicio. Sentía estos días que entre tanta indignación estaba perdiendo algo constitutivo, la búsqueda de la belleza en lo que nos rodea. La dimensión más contemplativa (mística) de lo real. La constatación de que, en medio de tanta injusticia, necedad y despropósito, hay una transparencia sutil de aquello más profundo que configura la realidad. No sólo en lo manifiesto, la naturaleza en su apogeo primaveral, la música, la compasión expresada en tantas buenas acciones, el rostro de la gente, el mar, la buenas palabras, los buenos “tapeos y cerveceos” con los amigos… sino también en lo menos aparente y perceptible. Esa belleza “oculta” incluso en lo que menos podamos pensar y que verdaderamente me hace vibrar.
¿Cuál es la raíz de la indignación? Pues muchas veces el propio ego, que en su constante carencia y necesidad, trata de decir aquí estoy yo haciéndose abanderado de las causas más justas, proponiendo, denunciando, debatiendo, discutiendo… Analizaba también el fondo de mis réplicas por las redes y pensaba si realmente lo que las movía era la solidaridad, la compasión. Quizás en el fondo sí… pero eso quedaba enterrado en ese deseo manifiesto de hacerme notar… esa necesidad egoica de hacerme visible.
La raíz de la indignación de Jesús no es otra que la compasión. La compasión no es más que el ver la unidad que conforma todo lo real, y por tanto, si el otro siente dolor, ese dolor me afecta porque el daño que le hacen al otro me lo hacen a mí. Esto es lo que mueve a Jesús a ser un profeta indignado. Sus enfrentamientos con los maestros de la ley y fariseos, su defensa de pecadores y pobres, su saber ponerse clara y parcialmente en favor de todos éstos… brotan de esa conciencia clara de saber que “yo soy tú”. (Ejemplo claro en el llamado Juicio a las naciones: “Tuve hambre y me distéis de comer…”. Mt 25). Esa sabiduría nace de una consciencia “despierta” que se sabe todo en todo y en todos. Esa claridad sólo puede partir de su íntima y radical unión con el Misterio que es la esencia de lo real y al que él llama Padre. Por eso, los “pataleos” indignados de Jesús brotan de lo más auténtico de su ser.
A la vez, en medio de tanto dolor e injusticia, Jesús es capaz de ver esa Realidad profunda que emerge y se hace visible lenta y sutilmente. Realidad a la que él llama Reino. Es capaz de estallar de júbilo y agradecimiento ante la sencillez de la gente que le rodea. Contempla la belleza de los lirios del campo y las aves del cielo, el cambio de las estaciones, la generosa acción de la viuda pobre… La indignación no está reñida con el agradecimiento por todo lo que ya existe, y tiene que nacer de la certeza de que aquello que se busca (justicia, solidaridad, etc.) está ya dado. (“El Reino de Dios está entre vosotros”. Lc 17, 21)
Ésta debe ser la base de toda indignación, de todo “cabreo”. Ni más ni menos que el amor. Si aquélla brota de la serenidad que se desprende de esa sabiduría interior que sabe que lo que se busca pertenece a la misma realidad (sólo hay que descubrirlo)… si brota de una consciencia contemplativa de la belleza hay en lo que nos rodea… y si brota de una compasión que nos sitúa al mismo nivel de aquel por el que luchamos porque lo sentimos “carne de nuestras carnes y sangre de nuestra sangre”, será legítima la lucha indignada. Y surgirán las acciones más adecuadas y coherentes para el cambio. Si no, su raíz será esa angustia existencial que escoge la carencia y la necesidad como el motor que nos mueve, aunque esa amargura esté justificada por las causas más dignas.
Me preguntaba cuánto hay de eso en mí y en el resto de la gente a la que sigo. Y cuánto hay de ese ego carente y necesitado que no sabe cómo hacerse sitio y que recurre incluso a las causas más justas. Y vive siempre medio enfadado. Estaremos entonces al servicio de nuestro ego y no de la “causa”.
Con todo y con esto, tengo que decir que será siempre mejor salir a las calles, gritar, patalear (cuidando que ese ego no lleve incluso a desorbitarse de tal manera que recurra a la violencia como método) que quedarse en casa adormecido por el “Sálvame” de turno, o canalizar todo esa energía vital gritándole al equipo contrario en el partido del domingo.
Seguiré enfadándome y manifestándolo en las redes sociales, seguiré compartiendo el enfado de los que saben expresarlo mejor que yo y tendréis que soportarlo, pero trataré de estar atento de dónde viene todo eso y, por supuesto, estaré atento también a tanta belleza que nos rodea.

Las cuatro leyes de la espiritualidad

Al margen de que poner estas cosas suene ahora "moderno", hay una sabiduría de fondo, nueva y tan antigua, que puede ayudarnos a liberarnos y a vivir conectados con nuestra identidad más profunda.

 

lunes, 7 de abril de 2014

Tres pasiones


Tres pasiones,
sencillas pero tremendamente fuertes,
han regido mi vida: 
- el deseo de amar y ser amado
- la búsqueda del saber y
- una compasión, superior a mis fuerzas,
por el sufrimiento de la humanidad …

Estas pasiones, como vientos potentes,
me han zarandeado de aquí para allá,

en navegación tortuosa, por el océano
profundo de la angustia, hasta
el borde mismo de la desesperación.

Busqué primero el amor, porque trae consigo el éxtasis
(éxtasis tan grande que muchas veces hubiera sacrificado yo
el resto de mi vida por unas pocas horas de gozo).

Lo busqué, también, porque el amor alivia la soledad
-esa terrible soledad en la que el tembloroso ser que tiene conciencia de sí mismo
se asoma al borde del universo y ve un frío abismo sin fondo y sin vida-.

Y lo busqué, finalmente,
porque en la unión que es amor he visto,
como en mística miniatura, la visión anunciadora
de ese cielo que los santos y los poetas han imaginado.

Eso es lo que busqué y,
aunque parezca quizá demasiado gozo para el hombre,
eso es lo que -al fin- he encontrado.
Con el mismo apasionamiento busqué el saber.
He deseado comprender el corazón del hombre.
He querido saber por qué brillan las estrellas.
Y he intentado apoderarme del poder pitagórico
gracias al cual el número triunfa sobre el flujo.

Algo de esto, aunque no mucho, he conseguido.
El amor y el saber, en cuanto me fueron posibles,
me levantaron hacia arriba, hacia los cielos.

Pero la compasión me devolvió siempre a la tierra.
Ecos de gritos de dolor reverberan en mi corazón.

Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores,
ancianos inválidos que son sólo una carga odiada para sus hijos,
y todo ese mundo de soledad, pobreza y sufrimiento
convierte en burla lo que la vida humana debería ser.

Aspiro con toda mi alma a aliviar el mal,
pero no puedo, y sufro.

Esta ha sido mi vida.
La juzgo digna de vivirse y,


si se me diera la oportunidad,
volvería a vivirla con gusto.

Bertrand Russell