miércoles, 9 de abril de 2014

La raíz de la indignación

Ayer me hacía consciente de algo. Suelo leer las noticias a través de Twitter. Me he sentido satisfecho este tiempo de haber “coleccionado” una serie de redes, personas, entidades y colectivos que escriben lo que quiero leer. Gente de una determinada ideología afín que pone palabras mejor que yo a lo que pienso. Me hago eco de ellas, las tuiteo, las comparto, haciendo extensible aquello con lo que conecto y que verifica lo que creo. Observando tanto el Twitter, el Facebook como ciertos canales de televisión y radio que frecuento algo más, me daba cuenta de una realidad, en cierto modo desoladora, que ensombrece el panorama de nuestro país y del resto del mundo. Expresiones, noticias, comentarios (serios, sarcásticos…) que describen que lo que nos toca vivir no va lo bien que quisiéramos.
Y pensaba que, sin dejar de quitar realidad a lo transmitido, a lo expresado, me perdía muchas veces en esa negatividad marrón que todo lo ve malo. Sentía incluso que podía amargar un poco el día de aquellos que se asoman o pasan (según las leyes a las que nos obligan estas redes) por mis “cuentas”.
Iba más allá y reflexionaba sobre cuál era la raíz de la indignación. De la propia y de la de todos aquellos a los que sigo. Aunque es presuntuoso, atrevido y juicioso tratar de analizar el fondo de los otros, puedo hacerlo con lo que se expresa y lo que intuyo que hay detrás y, por supuesto, hacer un análisis más profundo sobre el lugar desde el que brota mi indignación.
Cuando el 15M estaba en todo su apogeo y yo vivía todo aquello como una primavera del despertar de la gente y del dejar de conformarse con las tardes de Belén Esteban y de domingo en el partido de futbol, leí un artículo que se llamaba “Jesús, profeta indignado”. Aquello evidentemente confirmaba mis teorías, mis ganas de lucha y certificaba la bondad de los indignados. Pero ya entonces pude presentir algo que ahora corroboro con más lucidez.
El derecho al justo cabreo y pataleo es un movimiento exigible a una sociedad que se pretende democrática y que se revela contra las adormideras que el mismo sistema inventa. Es un primer paso. Una vez dado habrá que pararse. ¿De dónde brota realmente la indignación, cuál es su raíz más profunda?
De nuevo vuelvo a mí mismo para no caer en el juicio. Sentía estos días que entre tanta indignación estaba perdiendo algo constitutivo, la búsqueda de la belleza en lo que nos rodea. La dimensión más contemplativa (mística) de lo real. La constatación de que, en medio de tanta injusticia, necedad y despropósito, hay una transparencia sutil de aquello más profundo que configura la realidad. No sólo en lo manifiesto, la naturaleza en su apogeo primaveral, la música, la compasión expresada en tantas buenas acciones, el rostro de la gente, el mar, la buenas palabras, los buenos “tapeos y cerveceos” con los amigos… sino también en lo menos aparente y perceptible. Esa belleza “oculta” incluso en lo que menos podamos pensar y que verdaderamente me hace vibrar.
¿Cuál es la raíz de la indignación? Pues muchas veces el propio ego, que en su constante carencia y necesidad, trata de decir aquí estoy yo haciéndose abanderado de las causas más justas, proponiendo, denunciando, debatiendo, discutiendo… Analizaba también el fondo de mis réplicas por las redes y pensaba si realmente lo que las movía era la solidaridad, la compasión. Quizás en el fondo sí… pero eso quedaba enterrado en ese deseo manifiesto de hacerme notar… esa necesidad egoica de hacerme visible.
La raíz de la indignación de Jesús no es otra que la compasión. La compasión no es más que el ver la unidad que conforma todo lo real, y por tanto, si el otro siente dolor, ese dolor me afecta porque el daño que le hacen al otro me lo hacen a mí. Esto es lo que mueve a Jesús a ser un profeta indignado. Sus enfrentamientos con los maestros de la ley y fariseos, su defensa de pecadores y pobres, su saber ponerse clara y parcialmente en favor de todos éstos… brotan de esa conciencia clara de saber que “yo soy tú”. (Ejemplo claro en el llamado Juicio a las naciones: “Tuve hambre y me distéis de comer…”. Mt 25). Esa sabiduría nace de una consciencia “despierta” que se sabe todo en todo y en todos. Esa claridad sólo puede partir de su íntima y radical unión con el Misterio que es la esencia de lo real y al que él llama Padre. Por eso, los “pataleos” indignados de Jesús brotan de lo más auténtico de su ser.
A la vez, en medio de tanto dolor e injusticia, Jesús es capaz de ver esa Realidad profunda que emerge y se hace visible lenta y sutilmente. Realidad a la que él llama Reino. Es capaz de estallar de júbilo y agradecimiento ante la sencillez de la gente que le rodea. Contempla la belleza de los lirios del campo y las aves del cielo, el cambio de las estaciones, la generosa acción de la viuda pobre… La indignación no está reñida con el agradecimiento por todo lo que ya existe, y tiene que nacer de la certeza de que aquello que se busca (justicia, solidaridad, etc.) está ya dado. (“El Reino de Dios está entre vosotros”. Lc 17, 21)
Ésta debe ser la base de toda indignación, de todo “cabreo”. Ni más ni menos que el amor. Si aquélla brota de la serenidad que se desprende de esa sabiduría interior que sabe que lo que se busca pertenece a la misma realidad (sólo hay que descubrirlo)… si brota de una consciencia contemplativa de la belleza hay en lo que nos rodea… y si brota de una compasión que nos sitúa al mismo nivel de aquel por el que luchamos porque lo sentimos “carne de nuestras carnes y sangre de nuestra sangre”, será legítima la lucha indignada. Y surgirán las acciones más adecuadas y coherentes para el cambio. Si no, su raíz será esa angustia existencial que escoge la carencia y la necesidad como el motor que nos mueve, aunque esa amargura esté justificada por las causas más dignas.
Me preguntaba cuánto hay de eso en mí y en el resto de la gente a la que sigo. Y cuánto hay de ese ego carente y necesitado que no sabe cómo hacerse sitio y que recurre incluso a las causas más justas. Y vive siempre medio enfadado. Estaremos entonces al servicio de nuestro ego y no de la “causa”.
Con todo y con esto, tengo que decir que será siempre mejor salir a las calles, gritar, patalear (cuidando que ese ego no lleve incluso a desorbitarse de tal manera que recurra a la violencia como método) que quedarse en casa adormecido por el “Sálvame” de turno, o canalizar todo esa energía vital gritándole al equipo contrario en el partido del domingo.
Seguiré enfadándome y manifestándolo en las redes sociales, seguiré compartiendo el enfado de los que saben expresarlo mejor que yo y tendréis que soportarlo, pero trataré de estar atento de dónde viene todo eso y, por supuesto, estaré atento también a tanta belleza que nos rodea.

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