jueves, 21 de marzo de 2013

Querido Papa Francisco

Querido Papa Francisco.
Nunca me hubiera atrevido a escribirle a esta carta si no fuera porque desde que fue elegido algo se movió dentro de mi corazón. Aunque sea cada vez más crítico y reticente a los fenómenos de masas y desde hace años sienta rechazo por la “papolatría” y por ese sentimentalismo acrítico hacia las grandes figuras, no he podido dejar de sentir una emoción inexplicable desde el primer día en que lo eligieron. Cuando digo que algo se movió en mi corazón no me refiero a esa euforia propia de esos días. Lo que siento tiene que ver con algo profundo, muy interior, un pálpito intuitivo que conecta con el lugar donde reside mi esperanza y la de tantos hombres y mujeres.
Quizás debería presentarme, pero teniendo en cuenta que posiblemente nunca lea mi carta, no vamos a perder el tiempo en eso. Simplemente decirle que soy alguien que hoy se atreve a publicar esto por aquí sabiendo que el poner palabras a sentimientos, por un lado quizás me haga conectar con aquellos que sienten algo parecido y por otro me permita sentir esa solidaridad efectiva de aquellos que puedan verse reconocidos en esto. Solamente decirle que hoy en día, por mi trayectoria personal, me encuentro en un impass de búsqueda de un espacio dentro de la Iglesia. Un poco rebotado de formas, estructuras, de lo puramente dado y no cuestionado, tomé la decisión hace un tiempo de situarme fuera de la iglesia de la ley, de la norma, de la Iglesia de las formas que dejan poco resquicio a lo nuevo, a lo de “abajo”, a lo del lugar donde realmente se “cuecen las habas” de la cosas de Dios, de su Espíritu. Me retiré de una iglesia institucional cada vez más excluyente. Y le digo que me retiré de ella porque hace un tiempo que dejé el ejercicio del ministerio ordenado. Le mentiría si no le dijera que lo hice principalmente porque necesitaba vivirme en una integridad personal en la que lo humano, lo afectivo, lo psicológico y lo espiritual estuvieran fundamentados en mi realidad más pura y genuina. Desde ese deseo profundo y esa necesidad, el celibato siempre fue una carga que me hacía daño.
Y profundamente emocionado y siendo consciente de mi osadía, me atrevería a preguntarle: Papa Francisco, ¿qué lugar tenemos las personas como yo en la Iglesia? Siento con la misma fuerza la vocación que Dios en su momento me regaló y que la comunidad, a pesar de mi pobreza y debilidad corroboró. Por ello, mi cuestión ¿qué sitio tendremos en la Iglesia que usted lleva en su corazón (aquella que, como al pobre de Asís, creo que Dios le manda a reconstruir) todos aquellos hombres a los que Dios le encomendó la tarea de ser testigos privilegiados en medio del mundo, pero que a la vez no pudieron prescindir de su necesidad de una afectividad vivida en pareja? ¿Qué pasará con todas aquellas personas con el don la Palabra, de la profecía, del pastoreo, de la cercanía a los más necesitados… que viven en el margen de la institución porque la institución los relegó simplemente porque fueron fieles a sí mismos? Me aparté del ejercicio del ministerio porque disentía de una visión del sacerdocio unida indiscutiblemente a un celibato que en gran medida crea sufrimientos de todo tipo, clandestinidad, frustración… repercutiendo en los que lo sufren directamente y en el resto del Pueblo de Dios. (Y que conste que creo en el celibato y en la castidad como don de Dios reservado a unos cuantos).
Pero, no quisiera centrar mis palabras en “mi problema”. A la vez siento que mi voz pequeña se pierde entre la multitud y la grandeza de corazón que intuyo en usted. ¿Quién soy yo? Sin embargo, en esta locura atrevida e irreal quisiera pedirle que limpie la Iglesia de todo aquello que no nazca de la compasión, (en la misa de inicio de su pontificado habló de ella y del cuidado de la creación y del  que nos debemos unos a otros. Eso conectó con la emoción de mis deseos más profundos, de lo que sentí como vocación); de todo aquello que no nazca de la misericordia, de la ternura entrañable del Dios Padre-Madre, aun a costa de que tenga que prescindir, o simplemente aquilatar, todo aquello que se deriva de lo establecido, de la norma rígida, de lo que tiene que ser porque siempre ha sido. Aléjese de toda visión monocolor de los carismas que Dios le ha dado a la Iglesia, de una visión estática del Magisterio, de una obediencia no dialogada y que no tenga en cuenta las capacidades, y, ¿por qué no? incluso los gustos (también en los gustos habla Dios); dele hueco en la Iglesia a todos los hombres y mujeres tocados de manera especial por el Espíritu y de los que la Iglesia ha prescindido, a los que ha silenciado, apartado por el simple hecho de que no acepten el enrocamiento de unas leyes y normas que son meramente coyunturales de una época y anquilosadas en formas del pasado (algunas de ellas incluso injustas y perversas).
Y, sobre todo, luche por una Iglesia que esté verdaderamente al lado de los empobrecidos y en contra de la injusticia salvaje de un mundo que pone al dinero y a los mercados por delante del ser humano. En esta misa también se ha referido usted a que el auténtico poder está en el servicio. Por ello, le pido que trabaje por esta Iglesia y no por aquella que busca otras clases de poderes. Procure que ésta nunca calle ante las flagrantes injusticias sociales por querer mantenerse al lado de determinados partidos políticos. Abra sus puertas a la mujer en sus órganos de decisión, de reflexión, a los homosexuales que no entienden su vida sin amar y sentir con todo lo que son, a los divorciados que simplemente quisieron salir de una situación donde ya no brotaba la salvación de Dios sino la destrucción de su proyecto de amor. Haga que se recupere la corporeidad (y dentro de ella la sexualidad) como don y regalo y no como maldición o piedra de tropiezo. Así se volverá a ser fiel a la auténtica tradición de las Sagradas Escrituras… Tienda lazos con todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que buscan a Dios desde las más variadas y ricas expresiones religiosas y sobre todo trabaje porque todos hagan un mundo más bello y parecido al sueño de Dios en su creación.
Nunca confié en que la renovación tan necesaria en la Iglesia para recuperar su auténtica vocación de servicio y cercanía viniera desde sus más altas esferas. Pero Dios no atiende a nuestras lógicas e intuiciones y sorprende. Ojalá que esta esperanza que estos días está viviendo tanta gente se haga efectiva en su ministerio; ojalá que aquellos aferrados a la Iglesia del otro poder (perverso y antievangélico) y con los que va a tener que lidiar de cerca, no acallen su voz y sobre todo no cambien su corazón. Desde arriba no se olvide de los de abajo y acérquese cada vez que pueda, aunque tenga que romper protocolos propios de otras instancias ajenas a la misión de buscar aquí el Reino de Dios y su justicia.
Una vez más le pido disculpas por este atrevimiento. He sido capaz de hacerlo con la conciencia de mis propias y muchas incoherencias, pero desde mi búsqueda de aquella verdad que nos haría más libres. Con todos los riesgos a equivocarme presentes pero consciente de que en mis palabras hay un deseo profundo de una Iglesia servidora y consciente también de mi amor por ella, hago públicas estas palabras mal ensartadas. Sé que nunca las leerá pero también sé que los buenos deseos se encuentran y se hacen más grandes y efectivos. Por ello quiero hacerlas oración junto a la de tantos aquellos enamorados de la misión del nazareno, junta a la suya propia. Así, estas palabras, al margen de su pobre manifestación, se harán suplica. Feliz servicio-

lunes, 18 de marzo de 2013

La boda

Interesante cortometraje de Marina Seresesky con un buen reparto y un guión sencillo pero que muestra claramente algunas realidades del mundo que no toca vivir.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Extra Omnes!

"Extra omnes". Palabras realmente significativas que describen simbólicamente la realidad de esta parte de nuestra Iglesia. Fuera todos. Unas imágenes de gran belleza en cuanto a espectáculo sobrio y solemne que no dejan de cautivar si uno no es capaz de hacer un ejercicio real de reflexión. Fuera todos. El profeta Joel hablaba de la inspiración del Espíritu Santo a viejos y jóvenes, a gente del p...ueblo, doncellas y niños. (Joel 2, 28). Siempre pensé que el Espíritu Santo soplaba más desde abajo que desde arriba. Pero qué más da mi interpretación ante acontecimiento tan solemne. Sin embargo, en ese cerrado "cum-clave" faltará tanta gente venida de la gran tribulación de la vida, de los lugares donde realmente se cuecen las habas del Reino... Aquellos/as jóvenes y viejos/as que hablan con la boca de Dios diciendo palabras de aliento donde hace falta decirlas, siendo testigos de la pasión y resurrección de su pueblo. Fuera todos! Fuera las mujeres, auténtica savia de la Iglesia, verdaderas creyentes y discípulas, incansables signos de la ternura de Dios. Fuera todos aquellos que realmente podrían decir qué pastor necesitaría la Iglesia de este siglo que nos toca vivir. Fuera las comunidades de base, auténticos hogares de esperanza para los desplazados a la cuneta. Fuera la gente de la parroquias donde la vida pasa con todo su peso. Fuera los teólogos que piensan la vida iluminada desde la palabra, los científicos, filósofos que piensan la vida...fuera los homosexuales que nunca quisieron renunciar al amor como forma de vida, fuera los divorciados... Aunque me fastidie decirlo, quizás tenga que seguir viendo la acción del Espíritu en los pequeños signos, que como en la brisa de Elías, manifiesten la presencia humilde de Dios. O, quien sabe... Sin cortar su creatividad característica, también sople dentro, pues a Él no hay puerta que se le resista, ni "clave" que le impida entrar, ni maestro de ceremonias litúrgicas que lo eche fuera.

martes, 5 de marzo de 2013

¿Una primavera Vaticana?

Hans Küng. The New York Time

La primavera árabe sacudió toda una serie de regímenes autoritarios. Ahora que ha dimitido el papa Benedicto XVI, ¿será posible que ocurra algo similar en la Iglesia católica, una primavera vaticana?

Por supuesto, el sistema de la Iglesia católica, más que a Túnez o Egipto, se parece a una monarquía absoluta como Arabia Saudí. En ambos casos, no se han hecho auténticas reformas, sino concesiones sin importancia. En ambos casos, se invoca la tradición para oponerse a la reforma. En Arabia Saudí, la tradición solo se remonta a 200 años atrás; en el caso del papado, a 20 siglos.

Ahora bien, ¿es cierta esa tradición? En realidad, la Iglesia vivió durante un milenio sin un papado de tipo monárquico absolutista como el que conocemos.

Fue a partir del siglo XI cuando una “revolución desde arriba”, la “reforma gregoriana” iniciada por el papa Gregorio VII, nos legó las tres características históricas del sistema de Roma: un papado centralista y absolutista, un clericalismo forzoso y la obligación del celibato para los sacerdotes y otros clérigos seglares.

Los esfuerzos de los concilios reformistas del siglo XV, los reformadores del siglo XVI, la Ilustración francesa en los siglos XVII y XVIII y el liberalismo del siglo XIX tuvieron éxito solo en parte. Incluso el Concilio Vaticano II, de 1962 a 1965, a pesar de abordar muchas preocupaciones de los reformadores y los críticos modernos, se vio obstaculizado por la curia, el órgano rector de la Iglesia, y no logró poner en práctica más que parte de los cambios exigidos.

Hoy, la curia, que también es un producto del siglo XI, sigue siendo el principal obstáculo para cualquier reforma de fondo de la Iglesia católica, cualquier acuerdo ecuménico con las demás iglesias cristianas y religiones mundiales y cualquier actitud crítica y constructiva frente al mundo moderno.


No podemos engañarnos con las grandes masas. Detrás de la fachada, la casa está viniéndose abajo

Con los dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, se ha producido un fatal regreso a los viejos hábitos monárquicos de la Iglesia.

En 2005, en una de sus escasas muestras de audacia, Benedicto mantuvo una amigable conversación de cuatro horas conmigo en su residencia de verano, en Castelgandolfo, cerca de Roma. Yo había sido colega suyo en la Universidad de Tubinga y también su crítico más feroz. Durante 22 años, después de que criticara la infalibilidad del Papa y me retirasen la autorización eclesiástica para dar clase, no habíamos tenido el menor contacto privado.

Antes del encuentro, decidimos dejar de lado nuestras diferencias y hablar de temas sobre los que podíamos estar de acuerdo: la relación positiva entre la fe cristiana y la ciencia, el diálogo entre religiones y civilizaciones y el consenso ético entre fes e ideologías.

Para mí, y para todo el mundo católico, la entrevista fue una señal de esperanza. Pero, por desgracia, el pontificado de Benedicto estuvo marcado por crisis y malas decisiones. Logró irritar a las iglesias protestantes, los judíos, los musulmanes, los indios de Latinoamérica, las mujeres, los teólogos reformistas y todos los católicos partidarios de las reformas.

Los mayores escándalos de su papado son conocidos: para empezar, el hecho de que Benedicto reconociera a la archiconservadora Sociedad de San Pío X del arzobispo Marcel Lefebvre, que se opone de manera rotunda al Concilio Vaticano II, y a un personaje que niega el Holocausto, el obispo Richard Williamson.

Luego estuvo la inmensa ola de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes, que el Papa ayudó en gran parte a encubrir cuando era el cardenal Joseph Ratzinger. Y después el caso Vatileaks, que reveló un espantoso número de intrigas, luchas de poder, corrupción y deslices sexuales en la curia, y que parece ser una de las principales razones por las que Benedicto ha decidido abandonar.

Esta primera dimisión de un papa en casi 700 años deja al descubierto la crisis fundamental que se cierne sobre una Iglesia anquilosada. Y ahora, todo el mundo se pregunta: ¿Será posible que el próximo Papa, a pesar de todo, inaugure una nueva primavera para la Iglesia católica? No se pueden ignorar las desesperadas necesidades de la Iglesia. Existe una desastrosa escasez de sacerdotes, en Europa, Latinoamérica y África. Son muchísimas las personas que han dejado la Iglesia o han emprendido una “emigración interna”, sobre todo en los países industrializados. Ha habido una inequívoca pérdida de respeto hacia obispos y sacerdotes, el distanciamiento, en particular, de las mujeres jóvenes, y la incapacidad de incorporar a los jóvenes a la Iglesia.

No debemos dejarnos engañar por el poder mediático de los grandes acontecimientos papales de masas ni por los aplausos enloquecidos de los grupos juveniles católicos. Detrás de la fachada, la casa está viniéndose abajo.


Una encuesta muestra que el 85% de los católicos son partidarios de dejar que los curas se casen

En esta dramática situación, la Iglesia necesita un Papa que no viva desde el punto de vista intelectual en la Edad Media, que no defienda ningún tipo de teología, liturgia ni constitución eclesiástica propias de la época medieval. Necesita un Papa abierto a las preocupaciones de la reforma, a la modernidad. Un Papa que defienda la libertad de la Iglesia en el mundo no solo mediante sermones sino luchando con hechos y palabras por la libertad y los derechos humanos dentro de la Iglesia, por los teólogos, por las mujeres, por todos los católicos que desean decir la verdad abiertamente. Un Papa que no siga obligando a los obispos a obedecer una línea oficial reaccionaria, que ponga en práctica una democracia apropiada dentro de la Iglesia, construida según el modelo del cristianismo primitivo. Un Papa que no se deje influir por ningún otro “Papa en la sombra” del Vaticano como Benedicto y sus leales seguidores.

La procedencia del nuevo Papa no debería ser un factor crucial. El Colegio Cardenalicio debe elegir al mejor, sin más. Por desgracia, desde la época del papa Juan Pablo II, se emplea un cuestionario para hacer que todos los obispos sigan la doctrina oficial de Roma en los asuntos polémicos, un proceso sellado por el voto de obediencia incondicional al Papa. Por eso, hasta ahora, no ha habido disidentes públicos entre los obispos.

Sin embargo, la jerarquía católica ha recibido advertencias sobre la brecha existente entre ella y los seglares en asuntos importantes relacionados con posibles reformas. Una encuesta reciente en Alemania muestra que el 85% de los católicos son partidarios de dejar que los curas se casen, el 79%, de que los divorciados puedan volver a casarse por la Iglesia, y el 75%, de que las mujeres puedan ordenarse. Probablemente, las cifras serían similares en muchos otros países.

¿Será posible que tengamos un cardenal o un obispo que no esté dispuesto a seguir por la misma senda trillada de siempre? ¿Alguien que sepa lo profunda que es la crisis de la Iglesia y conozca vías para salir de ella?

Estas preguntas deben discutirse abiertamente, antes del cónclave y durante él, sin que nadie amordace a los cardenales, como se hizo en 2005 para que se atuvieran a las directrices.

Soy el último teólogo en activo de los que participó en el Concilio Vaticano II (junto con Benedicto) y, como tal, me pregunto si no será posible que haya al comienzo del cónclave, igual que hubo al comienzo del Concilio, un grupo de cardenales valientes que se enfrenten a los miembros más inflexibles de la jerarquía católica y exijan un candidato dispuesto a aventurarse en nuevas direcciones. ¿Tal vez a través de un nuevo concilio reformista o, mejor aún, una asamblea representativa de obispos, sacerdotes y seglares?

Si el próximo cónclave elige a un Papa que vuelva a lo de siempre, la Iglesia nunca experimentará una nueva primavera, sino que caerá en una edad de hielo y correrá el peligro de encogerse hasta convertirse en una secta cada vez más irrelevante.

Hans Küng es catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga y autor del libro de próxima publicación ¿Puede salvarse la Iglesia?
Traducción del inglés de María Luisa Rodríguez Tapia.
©2013 The New York Times. Distribuido por The New York Times Syndicate.