viernes, 25 de marzo de 2011

O cambian o los cambiaremos

O cambian o los cambiaremos

Por Federico Mayor Zaragoza

¿Qué autoridad moral tienen ahora para acusar a Khadafy y a los otros “dictadores” quienes hasta hace cuatro días les ofrecían solícitos el cobijo de sus paraísos fiscales, les vendían armas a manta, les aceptaban prebendas y hasta les daban a sus hijos, con facilidades explícitas, doctorados y otras distinciones académicas?
Tomemos nota, avergonzados, y advirtámosles que deben aprender las lecciones sin demora, actuando rápida y públicamente con medidas concretas, o recibirán muy pronto el rechazo de los ciudadanos. Del mismo modo que se han desencadenado las rebeliones que ahora destapan tantos disparates y contradicciones, provocaremos el cambio de quienes siguen aferrados al mercado, al único valor del dinero, a los vaivenes del “gran dominio” financiero, militar, energético y mediático, a las grandes corporaciones que anuncian beneficios de 32.000 millones de dólares en 2010 -como Exxon Mobil- al tiempo que suben el precio del barril para asfixiar a los consumidores, con “efectos colaterales” tan graves como el alza de los precios de los alimentos.
Exijamos de inmediato el reforzamiento de las Naciones Unidas, una economía basada en el desarrollo global sostenible, la relocalización productiva… el buen sentido, en suma.
El cambio es apremiante. Y este cambio no se hará, desde luego, por quienes confían en la inadvertencia o insolvencia ciudadanas sin aportar solución alguna.
Dejemos de entretenernos con fechas electorales inexorables, acompañadas de maniobras, promesas y ocultaciones intolerables, y proclamemos claramente que si no hay transparencia y cambios reales nos movilizaremos como en Túnez, Egipto… porque nos llena de indignación que sólo se embarguen los bienes “de los derrocados”… al tiempo que todo sigue igual: el acoso de los mercados (¿y los planes de acción social?), el precio del petróleo al alza (¿y el cambio climático?), la economía sumergida, la evasión de responsabilidades civiles (¿cuántos españoles tienen, como los “tiranos”, depósitos en los paraísos fiscales?)
Lo dicho: o cambian o los cambiaremos.

La fuente: Federico Mayor Zaragoza es presidente de la Fundación Cultura de Paz y fue director general de la Unesco. Integra el comité de apoyo de ATTAC España.

lunes, 21 de marzo de 2011

Las auténticas razones de la guerra

Libia: preparativos de guerra.

Ángeles Maestro

Los levantamientos en Libia, coincidiendo con las luchas populares del resto de países del Magreb y Masrek, responden a razones semejantes a las del resto de países pero tienen connotaciones bien diferentes. En parte son el resultado del hartazgo de un pueblo que ha visto deteriorarse gravemente sus condiciones de vida en los últimos años al tiempo que comprueba la corrupción y el enriquecimiento de las camarillas cercanas al poder. En 1969 la lucha anticolonial derrocó la monarquía fantoche del rey Idris, nacionalizó la industria petrolera y las grandes empresas bajo control de EE.UU y Gran Bretaña y generó un desarrollo agrario e industrial que permitió mitigar las graves desigualdades sociales y el acceso de la población a la vivienda, la educación y la sanidad públicas. No era una revolución socialista pero se situó claramente contra el imperialismo y el sionismo. Kadhafi formaba parte destacada del “eje del mal” y Reagan bombardeó Bengasi y Trípoli en 1986.
La situación cambió radicalmente a partir de los años 90, cuando el gobierno da un giro de 180 grados y empieza a abrirse a la penetración extranjera, sobre todo tras la invasión de Iraq en 2003. Las grandes empresas petroleras, fundamentalmente europeas, van controlando porciones cada vez mayores del crudo y del gas, se privatizan las industrias y, sobre todo, cediendo a las exigencias del FMI se van eliminando los subsidios a los productos alimenticios, combustible y se van anulando las medidas de protección social. Mientras el pueblo se empobrecía y la corrupción y el nepotismo se extendía, Kadhafi era recibido con gran pompa por los gobiernos europeos convertido en un aliado “un poco excéntrico”. El estallido de la ira popular tiene pues raíces semejantes a la que ha hecho levantarse a otros pueblos árabes, cuyos responsables son los gobiernos corruptos que han aplicado las políticas impuestas por el imperialismo.
Pero hay otros elementos. Sobre el caldo de cultivo de la legítima indignación popular es preciso analizar quién está dirigiendo la oposición. El elemento político fundamental es la Conferencia Nacional de la Oposición Libia integrada por el Frente Nacional por la Salvación de Libia (FNSL), fundado en 1981, financiado por la CIA y con oficinas en Washington, con una organización militar, el Ejército Nacional Libio, y por la Unión Constitucional Libia, organización monárquica que reclama lealtad al rey Idris. Ambas organizaciones reclamaron inmediatamente la intervención internacional. Y la “comunidad internacional” está respondiendo. Las inmensas riquezas derivadas del control absoluto del petróleo y el gas, a los que hasta ahora no estaba accediendo EE.UU., son sin ninguna duda el objetivo de las “intervenciones humanitarias”, dirigidas por los mismos que han sido y son los responsables directos de las mayores matanzas y sufrimientos perpetrados contra los pueblos.
Lo primero que votó el Consejo de Seguridad (CS) de la ONU han sido las sanciones a Libia, las mismas que asolaron al pueblo iraquí antes de la invasión, y el mismo CS que asistió sin rechistar a las masacres israelíes sobre Gaza y Líbano. Y para que no quepa duda de lo que se prepara, la evacuación de civiles británicos y alemanes se está realizando mediante barcos de guerra fuertemente armados, mientras el gigantesco portaviones USS Enterprise y la Sexta Flota se encaminan hacia Libia. Por su parte, la OTAN discute la imposición de una zona de exclusión aérea y el establecimiento de corredores militares desde Egipto y Túnez, los cuales además de cercar las instalaciones petroleras y de gas pondrían la bota militar sobre las esperanzas de democracia y soberanía de estos pueblos.
Al tiempo que Sarkozy clamaba por bombardeos selectivos para evitar que Kadhafi ataque a su pueblo con “armas químicas”, Francia y Reino Unido, avanzadilla de las posiciones de EE.UU. en Europa han reconocido ayer al Consejo Nacional Libio de Transición (CNLT) integrado fundamentalmente por el FNSL y por la UCL que pretende restaurar la monarquía. Este “gobierno provisional” con sede en Bengasi está así mismo clamando por una intervención militar de la OTAN. ¿Es legítimo hacer paralelismos entre esta “oposición” y las revueltas populares en Tunez, Egipto y demás países árabes? ¿Alguien les ha oído reclama una intervención militar?
Por si hay alguna duda, comprensible en estos tiempos de tanta mentira mediática, acerca de la petición reiterada del “gobierno provisional” de una intervención militar informo de algo vivido directamente. Cuando asistía a una reunión preparatoria de una próxima manifestación en solidaridad con los levantamientos de los pueblos árabes y al exigir que se explicitara con toda claridad que los convocantes nos oponíamos radicalmente a cualquier intervención extranjera y exigíamos al gobierno español que no participara en acción alguna de la OTAN, ni prestara las bases, la representante de Casa Libia dijo que su organización seguía las directrices del gobierno provisional reclamando una intervención militar y que si la propuesta citada se aceptaba, ellos no suscribirían el Manifiesto. La propuesta se aceptó.
Para cualquiera que se moleste lo más mínimo en informarse está claro que las organizaciones libias anteriormente citadas son criaturas de la CIA y/o expresión de una monarquía que debe su existencia al sometimiento al colonialismo. Nada nuevo, por otra parte; es lo mismo que ocurrió con la oposición iraquí o con los jefecillos locales que hacen el trabajo sucio y esperan ocupar su lamentable cuota de poder aupados por las armas del imperio. No me cabe duda de que entre los alzados hay sectores del pueblo libio que rechazan la intervención extranjera y, que como en otros países árabes, reclaman democracia y justicia social. Cuando oigamos su voz – aún débil o sepultada por la propaganda – merecerán el apoyo y la solidaridad que están generando las demás luchas populares árabes, pero deberán diferenciarse nítidamente de quiénes no son más que esbirros del imperialismo en Libia.
Después de lo que sabemos, de lo que hemos conocido directamente de su propaganda de guerra como pretextos inventados para masacrar, deponer gobiernos que no se les someten y asesinar a centenares de miles de personas, ¿Alguien puede creer que estén vertiendo lágrimas por los sufrimientos de ningún pueblo y mucho menos que la OTAN, la mayor maquinaria de guerra y de destrucción se apreste a realizar “intervenciones humanitarias”? Por otra parte, la intervención en Libia serviría perfectamente como “aviso para navegantes” para los demás pueblos árabes”. Esa y no otra es la lectura del apoyo de la Liga Árabe a un ataque a Libia: sería el mejor regalo que se les podría hacer a corruptas petromonarquías que ven sus tronos tambalearse por la ira popular.
No puede haber la menor duda: es al pueblo libio y a los pueblos árabes a quienes corresponde decidir sobre sus gobiernos en su legítima lucha por la democracia y la soberanía sobre sus recursos, que inevitablemente les lleva a confrontar con el sionismo y el imperialismo. A nosotros nos toca hacer todos los esfuerzos posibles por intentar detener los proyectos criminales del imperialismo, a defender la lucha por la autodeterminación de los pueblos y a impedir que ni un sólo soldado, ni una sola base se utilice para atacar a ningún Estado. Como en Iraq, el problema central no es quién es Sadam o Kadhafi, sino qué papel juegan los recursos de sus pueblos en los planes de dominación y expolio de las grandes potencias. Hoy como entonces: ¡No a la guerra imperialista!

domingo, 13 de marzo de 2011

Alguien que me cuide

¿Cómo no se me ocurrió antes?



martes, 8 de marzo de 2011

Carta a Benedicto XVI

Con el humor irónico e irreverente de Cortés...



Viñeta de José Luis Cortés
"Todo el mundo sabe que la ley del celibato es pura cabezonería"
Carta abierta a Benedicto XVI
Te escribo para recomendarte el libro "Curas casados, historia de fe y ternura
(José Luis Cortés).- Estimado Su Santidad: No tengo el gusto de conocerte personalmente, porque las veces que has venido a España (y últimamente vienes mucho a España) yo no he acudido a vitorearte, y cuando yo he estado en Roma nunca hemos coincidido en ninguna trattoria. Tal vez si algún día me llamas a declarar a Roma podamos finalmente vernos las caras.
Te escribo porque acabo de leer un libro que me ha gustado mucho, y querría recomendártelo. Ya sé que tú tienes mucho que leer y que escribir, entre encíclicas, sermones, reprimendas y condenas. Aun así creo que este te va a interesar. Verás: se titula "Curas casados. Historias de fe y ternura", y ha sido publicado directamente por MOCEOP, porque no había sitio para ellos en ninguna editorial.
Te prevengo de que no se trata del enésimo tratado sobre si mantener o no el celibato obligatorio, aunque también de eso se habla en el libro. A día de hoy todo el mundo sabe ya que la ley del celibato nada tiene que ver ni con la fe ni con el evangelio, y que es una pura cuestión de cabezonería, de rutina o de algo peor. "El celibato obligatorio caerá como un fruto maduro -se dice en este libro-: la gente normal ya lo ve; falta solo que lo vea la jerarquía".
El libro tampoco es "un trabajo de investigación sociológica. Solo se ha intentado realizar un aporte de tipo testimonial" (21). De hecho, se trata precisamente de eso: recoge las historias y los testimonios personales, personalísimos, unos más literarios, otros más descarnados, algunos objetivos y otros sumamente íntimos, de 23 varones y de algunas mujeres (sus esposas) que, en un cierto momento de sus vidas, decidieron continuar su ministerio como personas casadas, sin dejar por ello de sentirse curas, es decir, "animadores de la fe y de las celebraciones". Demostrar, con los hechos, que "es posible ser cura sin ser clero" (87).
A pesar de que se aborde el tema de los curas casados, no creas que se trata de morbosas historias de debilidad ante las urgencias de la carne.
Como dice en el epílogo José Mª Castillo (de quien sin duda has oído hablar), son historias que "muestran una fortaleza mucho mayor de lo que la gente se imagina" (340). Y hasta lo hacen con cierto orgullo, porque, como ellos mismos afirman: "No nos causa ningún trauma sentirnos marginales, sino más bien satisfacción". Convencidos de que: "Nos incumbe como tarea pastoral acumular experiencias que muestren que el presbítero casado es una riqueza para las comunidades, para la teología y para la Iglesia en general" (96).
Son testimonios duros. ¿Te imaginas, Su Santidad, lo que significaba en los años setenta u ochenta, y aun en nuestros días, replantearse toda la vida a cierta edad, con lo fácil que era seguir de curas, con la vida resuelta, incluso con algún apañete sentimental?
Porque te debo decir -por si lo has olvidado- que, en la mayoría de los casos, la Iglesia no solo no facilitó ese pasaje, sino que se comportó peor que la madrastra de Blancanieves (Schneewittchen en alemán). "Me pareció una falta gravísima de justicia -comenta uno de estos curas- que los obispos dejasen en la estacada, sin pensiones, a curas mayores secularizados y, sobre todo, a religiosas secularizadas sin posibilidad de trabajar ni de cotizar el mínimo de años, después de haber entregado la mayor parte de su vida a la Iglesia" (259). Así fueron las cosas, Su Santidad.
La mayoría de los que en este libro cuentan su experiencia habían salido de familias humildes. Para ellos, el seminario menor -a donde fueron conducidos muchas veces por curas recolectores de vocaciones-, pese al clima oscurantista de aquellas décadas, fue un momento de grandes alegrías y de grandes amigos. Amigos que, en algunos casos, han durado toda la vida. Espero que tú, Su Santidad, después de tantos años de Curia no hayas olvidado todavía lo que es un amigo.
"Al seminario se entra con babas y se sale con barbas", le había dicho a uno el cura de su pueblo (279). Y hay en este libro recuerdos muy hermosos de los años en que las babas se iban cambiando en barbas: recuerdos de niños, adolescentes y jóvenes seminaristas que se tomaron en serio su vocación sacerdotal.
A muchos de los curas de este libro, a la mayoría, les tocó luego vivir la primavera del Concilio Vaticano II. Espero que tú, Su Santidad, no hayas olvidado lo que fue aquel concilio, en el que, aunque hoy nos cueste creerlo, colaboraste activamente. Por un momento, por unos años, la buena gente nos sentimos orgullosos de nuestra madre la Iglesia que ¡por fin! recuperaba el aire de autenticidad, de sed de justicia, de fraternidad universal que le había insuflado el carpintero profeta a orillas del lago. Y, dos mil años después, se ponía otra vez en sintonía con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (GS 1,1).
En ese espíritu conciliar, "eso de ser ‘segregados del pueblo' nuestros protagonistas lo entendían cada vez menos" (160). Y la mayoría sintió que debía llevar una vida como los demás hombres y mujeres a los que ellos les transmitían la buena noticia, ganándose el sustento como curas obreros. Porque "no ser un profesional de la religión, ni vivir de ella, hace que el servicio del evangelio sea más creíble, porque es gratuito" (81), y porque "un trabajo civil que te dé independencia y autorrealización social va limando y liberándote de la situación de poder y de superioridad que el estatus de cura facilita en la sociedad" (126).
"El vivir diario de aquellas gentes -comenta otro- fuertes ante las dificultades, me hizo caer en la cuenta de que mi labor no podía consistir en alimentar más esa espiritualidad de ritos, rezos e iglesia" (277). Comprendieron que no se trataba de dejarlo todo para seguir a un Jesús espiritualista y abstracto, sino para encontrarlos de verdad a todos.
Y ello a pesar de que en aquellos días (como ahora, pero por otros motivos) no era nada fácil hacerse un lugar en la sociedad y conseguir un trabajo: "En cuanto se enteran de que soy cura, me niegan la incorporación" (287). En el libro se desgranan las experiencias más variopintas de aquellos curas obreros: en el mundo rural, en América Latina, en grandes fábricas de internacionales, implicados hasta las cejas en los movimientos sindicales; impartiendo clases, o simplemente aceptando lo primero que salía para tener algo que llevarse a la boca y situarse socialmente... Son historias crudas de una fe de pan y cebolla.
Y también historias de ternura.
En este proceso de recuperación de los ideales evangélicos y de integración en el pueblo, todos los que escriben en el libro se preguntaron, en un cierto momento, qué sentido tenía vivir en medio de la gente con el corazón obligatoriamente en cuarentena. Quiero decir, Su Santidad, por qué el ministerio al que con tanto ardor se dedicaban debía ir indisolublemente unido a la soltería. Porque, como se dice en el libro, "El celibato es un carisma, pero bien distinto del carisma del ministerio del presbiterado" (171). Y se insiste en que "No es el carisma del celibato lo que está en discusión, sino la ley del celibato" (176).
En algún momento, por los caminos más variados, Dios, celestina celestial, puso en el camino de todos ellos a una mujer. De repente, cuentan, "el enamoramiento dejaba de ser una traición para ser una alternativa, una maravillosa posibilidad" (145). De esto creo que tú, Su Santidad, y tus más directos colaboradores sabéis poco.
En general, sabéis poco y mal de las mujeres ¡Con qué ganas esperamos algunos un tiempo en que las mujeres puedan desempeñar cualquier ministerio en nuestra Iglesia, y hasta llegar a ser Papa, una papisa a la que podamos llamar simplemente "Susan", y no Su Santidad...! Pero me estoy desviando: volvamos al libro.
A pesar de que también en las cuestiones amorosas y sexuales la mayoría de ellos eran unos pardillos (es tiernísimo el testimonio de quien confiesa que hasta los 30 años no tuvo su primera eyaculación voluntaria) el encuentro con la mujer fue decisivo en sus historias: "Ahora entiendo mejor -comenta uno- por qué el amor conyugal fue siempre en la literatura bíblica imagen privilegiada del amor de Dios a su pueblo, de Cristo a su Iglesia" (174). Y "¿En qué Dios estamos pensando cuando nos imaginamos o proponemos que amando menos a un ser humano lo amamos más a Él?" (342).
Con todo eso, con el trabajo civil entre la gente y con el matrimonio, llegó la integración en pequeñas comunidades cristianas marginadas, en grupos humanos donde lo de ser presbítero "casado o soltero importaba bastante menos que esa triple pasión por Jesús, por el pueblo y por la comunidad" (105), y donde prácticamente se podía seguir haciendo lo mismo que en la parroquia, "pero ahora sin el sacramentalismo abrumador" (164).
Está claro que "quien celebra no es el cura, sino la comunidad. En la comunidad no hay clérigos y laicos, docentes y discentes, sagrados y profanos, sino que la propia comunidad es la protagonista de su caminar" (166). En la mayoría de los casos, todo este proceso se hacía al margen del derecho canónico, pero con la anuencia y la bendición de la comunidad cristiana de pertenencia: decidimos "vivir lo que creímos que tiene que ser, sin pedir ni esperar permisos" (89), y sin "reducirse al estado laical", expresión que ofende también a los laicos (280).
Ya ves, Su Santidad: muchos hombres, con sus mujeres, que se colocaron voluntariamente en el margen. Se convirtieron en hombres (y mujeres) de avanzadilla, de frontera. Pero, fíjate, en ningún momento rompieron con la Iglesia. Porque, como le dijo un obispo a los representantes de Justicia y Paz: "Tenéis que tener un pie fuera y otro dentro de la Iglesia. Si tenéis los dos pies dentro, nadie de fuera os escuchará. Si tenéis los dos pies fuera, no representáis a la Iglesia" (263).
Y así siguen muchos aun, en los arrabales, incluso en sentido literal: "En el arrabal, en las afueras, hemos encontrado una luz cálida que nos la proporciona la libertad, nuestro amor y la fe en Jesús. Aquí nos sentimos más cerca de lo humano" (275). "El hecho de ver la Iglesia desde fuera de la institución te da una perspectiva muy interesante, mucho más realista. Los que están dentro del engranaje lo tienen más difícil" (209).
Veo, Su Santidad, que todavía no he hablado de los hijos y las hijas que llegaron después. No es fácil ser "hijo o hija de cura", y de esto también se habla en el libro... Pero tengo que ir terminando.
El libro es eso: la narración de 23 historias de coherencia y coraje, de fe y ternura, en boca de sus protagonistas. Más un prólogo y un epílogo sobre el MOCEOP (que "dejó de ser un movimiento meramente reivindicativo para ser un movimiento de renovación eclesial" (87) y cuyo tino fue "saber remover un puntal que tambaleaba toda la estructura (...) No tanto el celibato como condición, cuanto el clericalismo mismo" (87).
Hay también un documento final teológico para situar el celibato ministerial, y, en las últimas de las 381 páginas, un Glosario por el que desfilan personas y movimientos de la segunda mitad del siglo XX que mantuvieron fresca la Comunidad de Jesús, desde Herder Cámara al obispo Romero de El Salvador y desde Pere Casaldáliga a José Antonio Pagola; desde Cáritas a la Teología de la Liberación, a la Asociación de El Prado o el movimiento Junior, recientemente disuelto por los expertos en disolver.
En fin, "Un libro de testimonios de vida enmarcados históricamente, en una etapa de contrastes y contraposiciones" (20). Al final de su lectura, Su Santidad querido, te queda claro que "la ley del celibato y sus secuelas no es una cuestión de curas, sino que nos afecta a todos" (325), porque ya "no se trata de reivindicar un derecho para un estamento ya de por sí privilegiado, sino de luchar por un nuevo rostro de la Iglesia, objetivo central del Vaticano II" (326).
"La concepción del cura como funcionario de la Iglesia debe pasar a mejor vida" (50), dice uno; porque "tengo mis serias dudas -añade otro- de que la parroquia, o al menos la mayoría de ellas, sean hoy lugar de evangelización" (60). Y resume Castillo en el epílogo: "La solución para los problemas crecientes y acuciantes que hoy soporta la Iglesia no está ni en que los curas se casen ni en que las mujeres sean ordenadas sacerdotes, sino en la teología que justifica a la propia institución eclesiástica y al Dios que esa teología pretende explicar" (346).
Nada más, Su Santidad. Yo creo que, si lees este libro, no te vas a arrepentir. Y quizás su lectura te dé un empujoncito y te anime a decir en algún momento (quizás en el avión, ante los periodistas, donde ya has dicho alguna que otra barbaridad) una frasecita que deje abierto el futuro para un urgente replanteamiento del ministerio sacerdotal. Tal vez estos curas no lo necesiten; pero la Iglesia sí lo necesita. Y yo creo que debes hacerlo.
Porque, como se dice en el libro, "lo mismo que hay palabras y comportamientos que rompen la comunión, también hay silencios y omisiones cómplices con el pecado" (175).
Ya vas teniendo tus añitos, Su Santidad, y a los ancianos se les permite decir las verdades con descaro ("parresía", lo llamaban tus predecesores). También la mayor parte de los que participan en este libro tienen ya sus años ("Me siento padre y abuelo -dice uno de ellos- y veo a Dios Padre mucho mejor que antes" (47); uno ya falleció, otro lucha ahora mismo contra un cáncer, la gran mayoría están jubilados... Pero no han perdido ni un gramo de esperanza. "Rozando la tercera edad, nosotros seguimos" (282).
Mira, Su Santidad: durante tu reinado tú ya has dado demasiado espacio a los fanáticos, a los trepas, a los miedosos, a los tarados... ¿Es mucho pedir que, antes de morirte, dediques un momentito a los limpios de corazón, a los hambrientos de justicia, a los que, a pesar de todo lo que han sufrido, todavía son capaces de comprender los signos de los tiempos, de mirar el cielo rojo al atardecer y anunciar: "mañana hará bueno"?
Si otro mundo es posible, como creemos firmemente, también es posible otra Iglesia.
Un abrazo, Santidad (o "Santi", si lo prefieres).