sábado, 24 de octubre de 2015

El canto de Déborah


En la invitación al silencio profundo, podría parecer un insulto a los oídos, una molestia pertinaz que rompiera el ambiente creado. En el acompasado ritmo de la respiración consciente, del placer de sentir la vida que se mueve dentro, tu voz pudiera parecer estentórea... en lo sagrado de ese aquí y ahora, el insistente gorgoteo de tu garganta pudiera desentonar.
Pero no ha sido así. Precisamente el Misterio ha asimilado tu sonido como el mejor de los cantos, haciéndolo suyo, suave y expresivo. Es más, ha sido la forma en la que el Espíritu esta tarde se ha expresado, desapareciendo la dualidad entre el silencio y tu canto, siendo ambos una sola cosa- Ni siquiera el suave murmullo del agua de la fuente ha competido contigo en dulzura y ternura. Al contrario, te ha cedido el puesto.
He querido saber qué querías decirnos desde tu inocencia abstracta y bella, diferente, desde tu peculiaridad perenne y de moldes rotos. Pero no, no has tenido nada que decir. Tan sólo has cantado el canto profundo de los que ven a Dios, inefable, y en el que la mente se diluye sin contenido.
Quiero agradecer tu voz en el silencio porque nos has demostrado hoy que no hay distancias, no hay dos cosas contrapuestas: silencio y sonido, lo normal o lo anormal, lo que vale o lo que no vale... sino una sola expresión de la Vida que se manifiesta en su belleza y esplendor como quiere.