miércoles, 31 de agosto de 2011

Ambiente festivo

Las imágenes de los jóvenes enfervorizados y emocionados, con lágrimas en los ojos al paso del papamóvil entre ellos, son una prueba más de lo irreal del fondo de esta exitosa convocatoria y daría para hacer un estudio sociológico, e incluso psicológico diría yo. Dicho estudio no distaría nada de cualquier otro sobre fenómenos de masas juveniles en torno a un ídolo musical o deportista.

¿Ambiente festivo? Es la frase que más han repetido los medios de comunicación durante los días de las jornadas. Es cierto que un encuentro dedicado a los jóvenes no puede tener otra connotación. Es cierto también el carácter pascual y su alegría consecuente que tiene la Iglesia en su base. Pero, realmente ¿puede la Iglesia hoy estar de fiesta mientras miles de personas mueren de hambre en el cuerno de África? Podría seguir con la lista de motivos que tiene la Iglesia para situarse bajo la cruz de tanto dolor, pero no lo haré. Y sigo con mis preguntas: ¿Pueden conjugarse las dos cosas? Es decir, la alegría que conlleva el pensar que el final está en Dios y que por tanto es un final resucitado, de liberación, la alegría de pensar que Dios está de parte del ser humano y de que “aunque camine por cañadas tenebrosas” nada tenemos que temer… la alegría propia de la juventud… ¿Es posible conjugar todo eso con la necesidad de situarnos al lado de los apaleados, de los que viven en su viernes santo personal? ¿Es posible situar al millón y medio de jóvenes de cara a la realidad sangrante de un mundo injusto y en el que ellos principalmente juegan un papel primordial? Creo que es absolutamente posible e ineludible.

Han faltado en los discursos del papa ese análisis de una realidad que para muchos de nuestros jóvenes occidentales y sobre todo para muchos de los jóvenes de las características de los participantes en las JMJ, está opaca. Se ha hablado muy poco de los problemas reales de la humanidad, que no son el celibato de los curas, las relaciones prematrimoniales, etc., sino que son el hambre en el mundo, el imperio de los mercados, la injusticia, la precariedad laboral, la falta de trabajo (se ha hecho brevemente alusión) la inmigración, etc. ¿Se podría haber situado a los jóvenes delante de todo esto y haber hecho un envío hacia estas realidades por evangelizar, por liberar? Estoy convencido de que sí. ¡Qué pena no aprovechar ese liderazgo para todo ello! ¡Qué oportunidad tan desaprovechada!

Por otro lado, ¿dónde estaban realmente los jóvenes de nuestra sociedad? Es cierto que el millón y medio que han acudido lo son, pero… ¿por qué no estaban representados, bien representados, jóvenes provenientes del mundo de la inmigración, de los barrios periféricos de las grandes ciudades, los jóvenes que discrepan, que se cuestionan, que se preguntan (sólo una chica que se declaraba agnóstica le hizo una pregunta al Papa, que éste no pudo responder porque se levantó ese temporal de sopetón)? ¿Por qué no se aprovechó la oportunidad para traer a la palestra, para poner en diálogo a estos jóvenes asistentes con todos los del 15-M o con aquellos que se sienten decepcionados de la Iglesia, o que tienen dudas? ¿Dónde estaban los jóvenes homosexuales que se sienten cristianos pero que les duele como institucionalmente la Iglesia los relega, los obliga a no desarrollar su afectividad y su sexualidad, dones sagrados de Dios? Sé que hubiera sido muy difícil que estos jóvenes estuvieran allí, sobre todo los provenientes del mundo de la marginalidad (aunque seguramente Jesús, hubiera sido con ellos con los que hubiera tenido un encuentro, una jornada o lo que sea…), pero ¿por qué no se los ha traído a colación en los discursos, en los gestos, en las alusiones, en los símbolos?. ¿Por qué todo ese alarde de magnificencia entre jóvenes ya convencidos, instalados en la “línea” oficial? ¿De qué vale eso?

Sin querer entrar en la demagogia y tomando algo apuntado anteriormente habría también que preguntarse ¿Qué jóvenes recibirían hoy a Jesús? O mejor, ¿Si Jesús llegara se le recibiría de la misma manera? Seguramente a la mayoría de los jóvenes asistentes a las JMJ les hubiera incomodado ciertas palabras del Maestro, sus maneras, sus “juntiñas”, sus preferencias. Seguramente muchos se hubieran ido antes de tiempo al ver que no se les daba lo que esperaban. Posiblemente Jesús habría visitado los barrios periféricos de Madrid y allí habría tenido encuentros con otros jóvenes, increyentes, descreídos, atrevidos, descarados… los de las lindes, porque este era el ámbito preferido de Jesús. Inmigrantes, jóvenes en paro, estudiantes universitarios, toxicómanos, colectivos homosexuales,… se hubiera acercado a las tribus urbanas, a aquellos que se aproximan o han caído en el mundo de las adicciones… Jesús hubiera querido convocar un encuentro con los jóvenes indignados de Sol. Pero claro, es imposible que hoy un Papa pudiera haber hecho algo semejante,por organización, por seguridad,¿por protocolo?. Pero, ¿se podía haber hecho intentos, gestos significativos, liturgias incluyentes y no exclusivas…?

También ha llamado la atención que entre los gritos y proclamas proferidas se hablaba poco de Jesucristo y se nombraba únicamente al Papa Benedicto. ¿Por qué nadie gritaba "esta es la juventud de Jesus", o "viva el Señor", al único al que hay que venerar, adorar o arrodillarse? ¿Tan mal se entiende eso de ser vicario de Cristo en la tierra? Si es así, ¿por qué no cuidamos también el lenguaje, los términos? ¿Por qué no se renuevan los mismos, si llevan a la confusión, incluso, me atrevo a decir, a la “papolatría”? “Papa, por ti, estamos en Madrid”. ¿Realmente se puede convocar una jornada de esta envergadura con un envoltorio sin parangón para encontrarse con el Papa o el motivo del encuentro debía estar pensado en claves evangelizadoras y misioneras, aunque el Papa viniera para animar eso? Pero claro, ya estoy tocando los mismos cimientos del motivo de estas jornadas y eso ya sí que es harina de otro costal.

No fui capaz de ver a Cristo en esa custodia de Arfe en la vigilia del Sábado, por mucho que quisiera. No podemos obligar a Cristo que esté donde nosotros queremos que esté. No podemos encerrarlo en ese símbolo de ostentación y riqueza. Jesús estaba distraído en esos momentos en los campos de refugiados del África oriental, o quizás, para no caer de nuevo en la demagogia, estaba entre los jóvenes, en sus anhelos y esperanzas, cerca de los que peor lo pasaban, cerca de aquellos que habían venido de países empobrecidos y tenían ahora que volver a ellos a seguir luchando con la vida. Es cierto que el silencio que se creó fue magnífico. Por eso digo que ahí andaba Jesús, entre ellos.

A pesar de todo traté de rezar, traté de unirme en comunión a ese momento. Y posiblemente me esté equivocando en muchas cosas. Posiblemente me esté perdiendo parte de la realidad. Por eso pido disculpas. Sólo quiero hablar con libertad, teniendo en cuenta que mi palabra también es palabra de hombre, pero ejerciendo mi derecho a buscar la verdad para ser más libre. En la búsqueda está Dios.

.

viernes, 26 de agosto de 2011

Vuelvo el 30

¿Y qué hacer con lo vivido? ¿Dónde se guarda lo bello cuando lo bello impregna muchas cosas? O sólo unas pocas... muy pocas en realidad, pero ahora se hacen dueñas de la estancia que habito o que me habita. No hay más, por mucho que rasque. Y el asunto es que ya lo sabía hace tiempo. Entonces... ¿por qué duele tanto? ¿Qué es lo que duele? ¿Qué parte del recuerdo, de las vísceras, de lo por venir... es la que escuece? Si hubiera dejado de esperar... pero ¿cómo se hace eso? ¿Qué queda cuando el deseo se congela? Un iniciado me podrá decir que la esencia, lo realmente auténtico del ser; pero, desde que nací transito otros caminos.

lunes, 22 de agosto de 2011

6 Julio 2011

Jesús, profeta indignado (o la buena noticia del 15-M)
Miguel Ángel Mesa Bouzas

En torno al movimiento del 15-M hay muchos cristianos indignados que se han movilizado y unido a él, para pedir que nuestra democracia sea más participativa, que se acaben los privilegios de la clase política, que sea lo que está llamada a ser: un servicio a la ciudadanía, y no un círculo cerrado de prebendas, corrupción y componendas.
Pero, sobre todo, para que en esta crisis impuesta desde las grandes esferas de poder
económico a nivel nacional e internacional, se cuide en primer lugar a los más débiles de la sociedad para paliar los efectos de la misma, que no se desmantelen los servicios públicos, siguiendo lo que parece ser un esquema planificado por esos mismos ámbitos de poder financiero.
Para ello se debe implementar otra política económica, no la realizada desde una visión neoliberal, pues ya estamos viendo hacia donde nos conduce, sino otra alternativa (que existe, pero que no aparece en los medios de comunicación) que privilegie a los ancianos, a los jóvenes, a los parados, al medio ambiente, a los servicios públicos, que son los que ofrecen bienestar y trabajo a los ciudadanos. Que imponga una fiscalidad que grave más a las rentas más altas, y menos a las de los trabajadores (al contrario de lo que se hace ahora), combatiendo eficazmente el fraude fiscal para salir lo antes posible de la crisis, poniendo las bases de una nueva sociedad, menos consumista, más
justa y equitativa.
Decía que hay muchos cristianos que, por su fe en Jesús de Nazaret, se mezclan como la sal y la levadura entre el movimiento de los indignados. Son unos más, sin llevar ningún cartel que los distinga, ni negando la motivación fundamental si se les pidiera.
Lo mismo que hizo Jesús, uno de los grandes indignados de su época (quizá la indignación actual sería equivalente a la profecía de aquellos tiempos). Voy a intentar trazar unas líneas básicas sobre la indignación profética que mantuvo Jesús en su vida, ante las autoridades políticas y religiosas de su época, realizando una transposición a nuestros días, en concreto, al movimiento 15-M y a todo lo que significa e implica.
Jesús nació pobre entre los empobrecidos, en una aldea perdida de Galilea, sometida por el poder militar y económico del imperio romano, a través de las autoridades judías.
Los campesinos de Galilea sufrían los enormes impuestos, teniendo que vender sus tierras, sirviendo a los latifundistas, o sumándose a quienes se sublevaban contra el dominio opresor.
Sus padres, María y José, eran profundos creyentes y, por lo tanto, solidarios con su pueblo, sometido y desesperanzado. María confiaba en el amor y la liberación de su Dios y, en su indignación, esperaba el día en que se derribara del poder a los poderosos, se enalteciera a los pobres, y se repartieran los bienes para que pudieran vivir con más dignidad los desposeídos, y que a los más ricos se les despojara de las riquezas que habían adquirido mediante robos e injusticias.
A Jesús no le fueron a visitar en su nacimiento los poderosos, ni las autoridades jerárquicas del judaísmo oficial, sino los pastores pobres, marginados y personas de otras culturas y religiones, paganos y descreídos para las autoridades hebreas.
Después de conocer en su propia carne, durante buena parte de su vida, la pobreza, la injusticia y una religión sofocante y excluyente, decidió sumarse al grupo de Juan Bautista que proclamaba: “Quien tenga varios sueldos, que se desprenda de ellos y se quede con lo que le permita vivir con dignidad. No exijáis a los demás nada más que lo que marca la Ley, y que ésta favorezca a los más débiles en primer lugar. No juzguéis injustamente a los más pobres, no hagáis denuncias falsas en los juzgados, ni entréis en las redes de corrupción, contentaos con una paga modesta”.
Por estas manifestaciones el tetrarca Herodes decidió acabar con las denuncias que proclamaba Juan, y que le hacían tanto daño: primero le metió en la cárcel y luego le quitó la vida.
Este hecho provocó en Jesús una fuerte sacudida interior. No podía traicionar la voz interior que le decía: “Tú eres mi hijo amado”, por lo tanto decidió seguir en solitario, pues sus otros hermanos amados estaban como sordos, ciegos y mudos ante tanto dolor impuesto. No podía ser infiel a la llamada. La indignación le pudo más que la prudencia.
He decidido realizar esta actualización pidiendo permiso a Lucas, y me ha dicho que como el evangelio no tiene copyright, podría hacer lo que creyera más conveniente, con tal de difundir la buena noticia de Jesús. He elegido el evangelio de Lucas porque me parece que refleja con más claridad las actitudes que tuvo Jesús ante las injusticias de su tiempo, manifestándose así como profeta indignado ante la exclusión y la marginación en su mundo, con la mente y el corazón siempre puestos y dispuestos en el Reinado de Dios, que podríamos traducir en la actualidad como ese otro mundo posible y necesario, tan anhelado por los más empobrecidos, por las víctimas del sistema, por Dios
mismo.
El trasfondo de las citas que he elegido les sonarán más a los cristianos que hayan leído el Evangelio. Pero en este trabajo han estado presentes, de una forma especial, los jóvenes no creyentes que han demostrado su amor por los demás en las plazas y las calles de toda España. Pues yo creo, sinceramente, en esas frases neotestamentarias que afirman que donde hay libertad y amor, allí está el Espíritu de Dios.
EVANGELIO DE LUCAS (Mayo-Junio del año 2011)
«Últimas noticias de Palestina News: “Las nuevas generaciones, indignadas y superando su apatía, han realizado grandes acampadas, gestos ante la sociedad y manifestaciones.
Se han mostrado creativos y no violentos, pidiendo que dejen su poder quienes se enriquecen y corrompen a costa del pueblo, y que se origine una nueva política democrática y económica que privilegie a los más débiles, a los excluidos, a los inmigrantes, para que puedan vivir con dignidad y que a los más ricos se les aumenten los impuestos para que haya un mejor reparto y más justicia social» (Lc 1,50-53).
«Las madres y los padres les decían a los jóvenes: “Tened cuidado, estamos preocupados por si os dispersa la policía, ya son muchos días los que lleváis en la plaza, y están a la vuelta de la esquina los exámenes finales”. Y ellos y ellas les contestaban: “Gracias por vuestros consejos, pero ahora me debo a esta causa tan justa, vosotros estuvisteis hace años en la acampada del 0,7, ahora nos toca a nosotros luchar por nuestro futuro y el de toda la humanidad”. Y sus padres les entendieron, pero les costaba admitirlo» (Lc 2,48-50).
«Y Dios envió su Espíritu sobre todos ellos en sus acampadas, en sus asambleas, en sus gestos proféticos. Y escribió en una gran pancarta de Sol este texto: “Vosotros sois mis hijas e hijos queridos, mis predilectos. Atended sus justas demandas”» (Lc 3,22).
«Y les dijeron a la clase política y a la las autoridades que les pedían cordura: “No solo de promesas vive el pueblo. La gente no solo se alimenta de pan, sino de belleza y de una segura esperanza en su futuro, para ellos, sus hijos y las siguientes generaciones. No aceptaremos más vuestras mentiras, ni vuestros sueldos escandalosos, ni la merma de nuestros derechos. No nos tentéis más con palabras vacías, solo confiamos en nuestra decidida voluntad de cambio y participación por un mundo mejor y posible”. Y se alejaron de nuevo a los despachos de sus partidos y a sus juntas de gobierno» (Lc 4,1-13).
«Desenrollaron sus pancartas y las colocaron bien a la vista. En ellas se podía leer: “La verdad está con nosotros, y lo sabéis”.
“Nos hemos reunido porque nos queréis privar del futuro”.
“No permitiremos que nos despojéis de nuestros derechos sociales y laborales, o a la falta de vivienda”.
“Liberad a quienes luchan por estas reivindicaciones justas”.
“Hemos visto la opresión de nuestro pueblo y hemos salido a las plazas para denunciarlo”.
“No pagaremos la deuda que han contraído los grandes bancos y los organismos financieros”
» (Lc 4,18-19).
«Se reunieron en asamblea y decidieron extender sus acampadas por todo el ámbito nacional. Y no solo fue así, sino que se propagó más allá de nuestras fronteras el grito de los indignados del mundo» (Lc 4,43).
«Jesús les dijo: “Levantaos, salid de vuestras casas, reclamad vuestros derechos y tomad las plazas y las calles”.
Los dirigentes de los partidos, los jueces y las jerarquías religiosas les dijeron estupefactos: “¿Por qué invadís nuestras plazas? ¿No veis que ahuyentáis al turismo y disminuís las ganancias de los negocios de la gente decente? Además, la mayoría de los que están son ácratas y perroflautas que han encontrado un lugar para pasárselo en grande. Terminaréis mal con esas malas compañías. Van contra el poder constituido legalmente, no tenéis ningún futuro”.
Pero Jesús les contestó: “Efectivamente, aquí no están los instalados, los poderosos, quienes prefieren mantener el statu quo para no perder sus privilegios. Aquí está la gente que no tiene nada, a quienes les han arrebatado el futuro, y un pueblo sin esperanza está como muerto. Han empezado a soñar despiertos y nadie les arrebatará su ilusión y su empeño. Ha empezado a brotar la primavera, ¿no la sentís? Ellos y ellas tienen fe en sí mismos y por eso creen y trabajan por otros ideales, por una sociedad nueva. Por eso estoy tan feliz de que por fin hayan despertado de tan prolongado letargo”.
Y mucha de la gente que tenía la mente abierta y el corazón esponjado para detectar los signos de los tiempos, pensaba para sí y se lo comunicaba a sus allegados, vecinos y compañeros de trabajo: “Hoy, por fin, hemos visto cosas maravillosas”» (Lc 5,24-32).
«Los dirigentes de los partidos y los guardianes del orden lo intentaron por otros derroteros:
“¿No tienen suficiente con la democracia que tenemos? Hay cauces de participación.
Nuestro sistema político funciona, fuera de él solo existe la anarquía y el vacío. O democracia o dictadura. Razonad y volved a los cauces establecidos”.
Pero Jesús les respondió de nuevo: “Un traje que ya está viejo y desgarrado no se puede remendar, pues si se intentara se destrozaría aún más. No es aconsejable echar nuevos remiendos, se necesita otra nueva sociedad. Para conseguir un mundo mejor se necesitan nuevos cauces, creativos, audaces”» (Lc 5,33-39).
«Jesús seguía acampado en Sol entre una multitud de jóvenes y personas de todas las edades. Los jóvenes se organizaban, hacían asambleas y se definían como un movimiento pacífico para cambiar la sociedad. Ponían pancartas en todos los rincones de la plaza, en las que reflejaban sus sueños, sus ideales, su indignación y sus propuestas.
Entonces se le acercaron de nuevo los representantes del poder constituido y le dijeron: “Parece mentira que te unas a estos ‘indignados’ y tú no te indignes al ver cómo están dejando esta plaza, que parece un basurero, somos el hazmerreír del mundo, diles que detengan esta insurrección y desalojen la plaza. Si no lo hacen, ordenaremos que la policía les desaloje. Será vuestra la responsabilidad de lo que ocurra si no obedecéis”.
Y, de nuevo, Jesús les respondió: “Hace solo unos días os preguntabais que por qué no se levantaban los jóvenes, los parados, los inmigrantes. Ahora que lo han hecho y, como veis, de una forma ejemplar y pacífica, les recrimináis su actuación. Ellos y ellas son el pueblo, y el pueblo es libre de manifestar su indignación, y no hay forma mejor que como lo han hecho. Sabed que el espíritu de Dios está muy presente en esta plaza y en los jóvenes que les imitan en otros lugares. Nadie podrá detener esta avalancha de ciudadanía consciente”.
Y ellos discutían y planificaban la mejor forma para desacreditarlos, desinformando, manipulando, mintiendo, buscando fórmulas legales para dispersarlos» (Lc 6,1-11).
«Los medios de comunicación insistían en hablar con los dirigentes, con las cabezas visibles, con los organizadores, pero siempre quedaban desconcertados, pues los jóvenes les respondían: “Entre nosotros no hay líderes, ni dirigentes, todo se decide asambleariamente, lo único que podemos ofreceros son portavoces para que os comuniquen lo que vaya decidiendo la mayoría”» (Lc 6,12-16).
«En la manifestación del 15 de Mayo ya se sentía que vibraba algo especial, que no era igual a ninguna de las anteriores. Pero la acampada de Sol fue como el disparo de salida, y enseguida surtió el contagio, en Barcelona, Sevilla, Oviedo, Zaragoza… y en otras muchas ciudades del mundo. La indignación mundial salió de las catacumbas para llenar las plazas y mostrar su firme desacuerdo con la forma tan inhumana y antiecológica que mostraban los dirigentes de las naciones de gobernar y de afrontar la crisis creada por los grandes bancos y las entidades financieras» (Lc 6,17-19).
«Una tarde, en una asamblea que se hizo sobre espiritualidad, antes de que acabara, Jesús pidió la palabra, se la dieron y en medio de un gran silencio, con el corazón inundado de gozo, exclamó:
“Felices quienes no se sienten identificados con el mundo en el que viven y se esfuerzan por transformarlo.
Felices quienes en su corazón y en su cotidianidad no secundan las razones egoístas del capitalismo, pues sus prácticas llevan a la miseria, la exclusión y la muerte a las mayorías empobrecidas.
Felices quienes se alejan de los poderosos del mundo y se sienten cercanos a los más débiles y marginados, a todos los que se unen a sus causas justas.
Felices quienes reflexionan y discuten las causas de la injusticia imperante en el mundo actual, y se esfuerzan por crear alternativas.
Felices quienes mantienen un corazón joven y abandonan el envejecido discurso del neoliberalismo.
Felices quienes luchan pacíficamente, pero con determinación, por crear un mundo mejor y posible.
Felices quienes no aceptan fronteras y se mueven de un país a otro, enriqueciéndose con
las distintas costumbres y culturas de los pueblos.
Felices quienes no desean solo los cambios políticos y económicos, sino que trabajan por otras formas de relación, de humanidad, de fraternidad, desde un profundo espíritu de amistad y concordia”» (Lc 6,20-23).
«Y les siguió diciendo: “No odiéis a quienes os denigran y persiguen. El odio enturbia y carcome el corazón. Respetad a quienes muestran su desacuerdo con vosotros, pero manteneos firmes en vuestros compromisos por un mundo nuevo. Si desinforman sobre lo que pasa aquí, sed creativos para rebatir la mentira y dejadlos con el culo al aire. Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros. Si hacéis lo mismo que hacen ellos y respondéis de la misma forma, ¿no os convertís vosotros en lo mismo que denunciáis?
Sigamos como hasta ahora, actuando audaz, creativa y pacíficamente. A quienes entre vosotros sois creyentes como yo, os digo: Seamos misericordiosos, como nuestro buen Dios es misericordioso y compasivo con los más débiles y excluidos de nuestra sociedad y nuestro mundo”» (Lc 6-27-36).
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? Abramos los ojos y ayudemos a que otros los abran. Es la única forma de salir adelante todos juntos, para ir creando unidos, en red, otro mundo mejor y, como estamos viendo, posible.
Ha llegado el momento de destapar las injusticias, que salgan a la luz todos los embustes, los manejos de las altas dirigencias políticas y económicas, la opresión que se comete contra las naciones más empobrecidas. Wikileaks ha sido quizá el comienzo de este destape a nivel mundial. Sigamos nosotros, en la medida que podamos, con la gente cercana y a la que podamos llegar con nuestra información alternativa. E intentemos no caer nosotros en las mismas redes con las que intentarán atraparnos» (Lc 6,39-42).
«Según lo que sembremos, eso cosecharemos. Si plantamos en los huertos ecológicos que estamos creando buenas semillas, nos darán buenos frutos. Si nuestro corazón comparte paz, verdad y justicia, eso mismo conseguiremos.
Si queremos que todo lo que estamos creando continúe y dé fruto, debemos pensarlo bien, dialogar entre todos para conseguir el máximo consenso, actuar en consecuencia y tratar de conquistar la simpatía de la gente y del mundo, para que cada vez seamos más y así nos tengan que escuchar a la fuerza. Por lo tanto, reforcemos nuestros cimientos, no construyamos sobre arena, sino sobre roca firme. Sabemos que la verdad brilla cada noche en todas las plazas, no permitamos que se nos escape como agua entre los dedos» (Lc 6-43-49).
«Llegaba cada vez más gente de todas las clases sociales, jóvenes sobre todo, pero también personas maduras y mayores. Y les decían con emoción y, a veces, con lágrimas en los ojos: “Hace mucho, mucho tiempo que estamos esperando algo como lo que habéis puesto en marcha. ¡Ánimo muchachos y muchachas! No os desaniméis y seguid adelante, os apoyamos e intentaremos en lo posible participar en las acciones que propongáis”.
Y ellos y ellas les contestaban: “Vosotros mismos podéis comprobar lo que está pasando aquí y en otras muchas ciudades: muchas personas recobran la ilusión, empiezan a ver que otro mundo es posible si nos comprometemos, estamos realizando acciones que tienen repercusión local, nacional e incluso internacional, resucita la esperanza en muchos corazones decaídos. Los inmigrantes, los parados, los desmoralizados empiezan a ver una nueva luz, pues les estamos proponiendo una buena noticia que se puede llevar a cabo. Los sueños se están cumpliendo en cada paso que damos”» (Lc 7,18-23).
«Jesús pidió la palabra de nuevo y dijo, cuando alguien comentó que en esa plaza solo había jóvenes sucios, sin ganas de trabajar, hippies trasnochados: “¿Qué habéis venido a ver a esta plaza, las apariencias marcadas por vuestros prejuicios? Yo os digo que aquí hay jóvenes y personas mayores de todas las extracciones sociales, de todas las tribus urbanas, de distintas formas de pensar, de varias ideologías, de distintos gustos y estéticas.
Lo que sí puedo decir en voz alta es que son los nuevos profetas de un mundo nuevo.
Lo mejor que ha brotado en esta sociedad desde hace muchos años.
Son jóvenes que han acampado en esta plaza, que dialogan, que se encuentran en profundidad
en un clima de amistad y fraternidad, denuncian y proponen alternativas, y también cantan y bailan.
La nuestra es una generación muy triste que les quiere impedir que tengan esperanza en su futuro.
Por eso es tan hermoso que demuestren su indignación, sin que eso les prive de demostrarlo con la música y la danza de sus jóvenes vidas. Están demostrando más cordura y sabiduría que miles de personas que se consideran gente de bien y de orden» (Lc 7,24-35).
«Había una gran mayoría de mujeres entre la gente reunida en las plazas de las distintas ciudades. Y crearon grupos que discutían en asambleas los problemas de la mujer en la sociedad actual y en el mundo. Porque una nueva sociedad no se puede dar a luz al margen o de espaldas a las mujeres. Y Jesús se unía a sus debates, hablaba y reía con ellas, comía, cantaba y bailaba con ellas. Se sentía profundamente feliz a su lado. Junto a ellas iba descubriendo una nueva forma de entender la vida, una parte esencial que se había ocultado durante toda la historia sobre su buen Dios. Y, desde entonces, decidió llamarle más que Padre, sobre todo Madre» (Lc 8,1-3).
«Jesús se salía de gozo, porque se estaban revelando las claves de ese otro mundo posible en medio de las asambleas y de las propuestas de la gente.
Y a quienes les pedían las conclusiones para sacarlas en los informativos, se las tenían que explicar cuidadosamente, muchas veces por medio de imágenes, para que las comprendieran, pues eran incapaces de entender las decisiones que tomaban. Jesús les comentó:
“Habrá gente que escuche nuestras proposiciones y las consideren utópicas, fuera de la realidad, imposibles de conseguir. Otros las escucharán con alegría, pero las preocupaciones, el trabajo, las ocupaciones diarias hará que no las secunden. Por fin, habrá personas que, como en tierra buena, fructificarán y darán una buena y abundante cosecha”» (Lc 8,11-15).
«“Aquí no hay secretos como en las reuniones del gobierno, no hay nada oculto, todo sale a la luz. Lo único que mantenemos por un tiempo de forma confidencial, son algunas de las acciones que emprendemos, para que sean más impactantes y eficaces. Todo se debe comunicar por los altavoces, para que todo el mundo nos escuche y el que quiera entender, que entienda”.
Llegaron una tarde a verle su familia y le dijeron: “Jesús, ¿no crees que ya es hora de que vuelvas a casa, que comas con nosotros y duermas un poco mejor algún día en tu cama? No te vemos casi nada desde hace semanas”.
Y Jesús les respondió: “Gracias, en cuanto pueda iré, no os preocupéis. Yo os quiero un montón, pero es que he encontrado en esta plaza una nueva familia, que estoy empezando a conocer y con la que estamos poniendo en práctica el mundo nuevo del que tanto hemos hablado, el que tanto anhelamos”» (Lc 8,16-21).
«Una tarde, hablando del decrecimiento, Jesús solicitó la palabra y dijo: “Yo creo que si seguimos así en este mundo del despilfarro, del consumo egoísta, de la búsqueda del máximo beneficio inmediato al menor precio, debemos cambiar la forma de vida, teniendo en cuenta que los recursos de nuestra tierra son limitados. Tenemos que consumir y trabajar lo justo para disfrutar una vida de calidad en lugar de tener calidad de vida, tenemos que bien vivir, en lugar de vivir bien, tenemos que pensar en los millones de personas de nuestro mundo que viven con menos de un dólar al día, tenemos que
pensar en nuestro planeta como madre, dejando de explotarlo sin misericordia. En definitiva, tenemos que decrecer para que otros crezcan, autolimitarnos, vivir más sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir.
Debemos convencer a los demás para crear una civilización de la austeridad compartida, poseyendo menos cosas, para poder vivir felices viendo cómo los demás empiezan a vivir con dignidad. Será una labor ardua, difícil, políticamente incorrecta, pero es la única forma de que la especie humana
perdure en la madre Tierra, e interrumpir así la catástrofe que cada día se avecina con más rapidez» (Lc 9,3-6).
«Solo si compartimos lo que poseemos habrá futuro. Ya lo estamos viendo aquí. El primer día no teníamos nada, pero nuestro ejemplo ha conseguido que centenares de personas nos traigan bocadillos y fruta, que los bares de alrededor nos acerquen comida.
El milagro se puede dar, si cada persona aporta de lo que tiene para que otros puedan comer y empezar a vivir como seres humanos. Debemos sacar de nuestro interior lo mejor que tenemos como seres humanos. Entonces incluso sobrará y habrá para todos» (Lc 9,9-17).
«Algunos decían que sin un líder, sin un programa, sin que el movimiento se transformara en partido político, para tener verdadera influencia, no se podría conseguir nada.
Jesús pidió de nuevo la palabra y dijo: “Todas las personas que estamos aquí somos líderes. Cada joven que acampa en esta plaza es tan importante como el que tiene a su lado. Los niños y niñas pequeñas que están en la guardería que hemos creado, está recibiendo una enseñanza que jamás podrá olvidar y que puede dar fruto cuando sean adultos.
El más importante es el que más se da, sin pedir nada a cambio, quien opta por no figurar. Está en un ordenador pasando información, preparando café, recogiendo desperdicios, aportando en la asamblea, participando en diversas acciones… El más importante es el más humilde” (Lc 9-46-48).
«Una chica se levantó y comentó: “Hay muchas personas que dan opiniones sobre nosotros y se creen portavoces del movimiento. Yo creo que habría que impedírselo para que haya una sola voz, la que decidamos nosotros y nosotras, ante los medios”.
Jesús le respondió: “Si hablan bien de nosotros, si nos echan un cable, si difunden con objetividad lo que está pasando aquí, no creo que debamos impedírselo. Quien no está contra nosotros se muestra a favor nuestro”» (Lc 9,49-50).
«Alguien más pidió la palabra: “Está muy bien todo lo que decís, pero yo creo que al igual que vivimos en una sociedad violenta, que nos responden con violencia (ya habéis visto los vídeos de la represión en la plaza de Cataluña), nosotros debemos emplear la violencia para tener más contundencia y así poder conseguir nuestros objetivos”. Jesús le dijo: “Si algo nos caracteriza y ha producido un impacto positivo en la sociedad, en el gobierno y en la policía, ha sido nuestra actuación pacífica, nuestra apuesta por lograr lo que deseamos con métodos no-violentos. La violencia engendra violencia.
Sigamos así, somos un ejemplo para todo el mundo”» (Lc 9,51-55).
«“Nos parece que somos muchos cuando vemos la plaza llena y cómo va cundiendo el ejemplo en otras ciudades del mundo. Pero somos un pequeño grano de arena entre la población mundial. Sigamos así, sin grandes medios, practicando la no-violencia en un mundo muy violento, ofrezcamos lo que sabemos y tenemos, pues ese otro mundo posible que anhelamos está ya en medio de nosotros”» (Lc 10,2-9).
«Un portavoz de la comisión de información dijo con inmensa alegría: “Nuestro ejemplo está extendiéndose en multitud de lugares, estamos en las portadas de los periódicos y de los telediarios, hay decenas de medios de comunicación y programas dedicados por entero a nuestro movimiento, es sensacional, yo no me esperaba ni por asomo una repercusión así”.
Jesús dijo: “Yo también estoy asombrado, es algo increíble. Es el resultado del esfuerzo de cada uno de nosotros y nosotras. Hemos entrado a formar parte de la historia. Nuestro mayo tendrá tanta o más repercusión que el mayo francés del 68”» (Lc 10,17-20).
«“Yo quiero daros públicamente las gracias a cada uno de vosotros y vosotras, estoy muy feliz por haber podido vivir este momento, como también dijo hace unos días nuestro joven amigo José Luis Sampedro. Este momento de profundo gozo no me lo han proporcionado los sabios del mundo, los poderosos, los entendidos de política nacional e internacional o los brokers de la Bolsa, sino la gente sencilla, los de corazón abierto al cambio de mentalidad y de vida. Muchos de los que han luchado por la libertad y la justicia han deseado ver lo que vosotros estáis viendo y viviendo hoy y no lo han logrado.
Tengamos un recuerdo agradecido hacia ellos y ellas. Os doy las gracias, y perdonad estas lágrimas, pues estoy profundamente emocionado”» (Lc 10,21-24).
«Una persona de más edad que el resto alzó la mano, le concedieron el turno de palabra y les manifestó: “Mi vida ha sido en los últimos un permanente estrés, el trabajo, la familia, los compromisos solidarios… No tenía ni tiempo para comunicarme con mi mujer.
Entre vosotros y vosotras he encontrado sentido a “perder el tiempo” en estas asambleas, a no impacientarme, a pasar horas hasta alcanzar el consenso entre todos. Me habéis enseñado a encontrar lo verdaderamente importante y necesario. Y no voy a consentir
que nadie ni nada me arrebate este hermoso descubrimiento”» (Lc 10,38-42). «En el taller de espiritualidad, viendo cómo se expresaba Jesús y vivía entre ellos, le comentó una chica joven: “Sabes que muchos de nosotros no somos creyentes, en parte desde una profunda reflexión personal, y por otro lado por el mal ejemplo y las posiciones políticas y morales que toman las jerarquías religiosas de nuestro país y de todo el mundo. Pero nosotros y nosotras intentamos vivir con espiritualidad, que es inherente a cualquier ser humano, que empapa toda nuestra vida. Tú, ¿oras a tu Dios? ¿Nos puedes decir cómo rezas?
Y Jesús les respondió: “Estoy de acuerdo plenamente con todas y cada una de tus palabras.
La espiritualidad es algo propio de cada persona, desde el principio de la humanidad.
Esa espiritualidad, esa mística, es necesario aflorarla, para que empape todas nuestras actitudes vitales. Pero, en esta sociedad materialista, consumista y egoísta que nos impone el neoliberalismo, debemos alimentarla o se mantendrá oculta y no florecerá ni dará sus frutos.
Yo la alimento contemplando y dejándome impactar por todo lo que sucede a mi alrededor, por el sufrimiento, la alegría y las esperanzas de quienes me rodean, en especial por las víctimas del sistema. En ellas se manifiesta el dolor y el compromiso de Dios por su liberación, que está en buena parte en nuestras manos. Pero también busco momentos para hablar y comunicarme con su Misterio que está muy dentro de mí, y a la vez me trasciende. Sencillamente, como un amigo lo haría con su amiga”.
La joven le pidió intrigada: “Si no te importa y no te da vergüenza, ¿cómo hablarías en este momento con Él o Ella, pues Dios, si existe, no tiene género?”.
Jesús se recogió un momento en silencio y, mirándola a los ojos, dijo desde su más profunda intimidad:
Padre y Madre nuestra, de los congregados en esta plaza y de toda la humanidad, tú eres el buen Dios al que se te puede invocar con todos los nombres, desde todas las culturas, ideas y religiones.
Te pedimos hoy y aquí, que nos des fuerzas para seguir construyendo ese otro mundo posible que deseas para todos los seres humanos y para la madre Tierra.
Que sepamos vivir con sencillez, para que otros puedan sencillamente vivir, que compartamos lo que somos y tenemos, para que los empobrecidos se sientan personas y puedan vivir con dignidad.
Perdona nuestro egoísmo y nuestra falta de compromiso, y que aprendamos a perdonar, pues el perdón nos humaniza y libera profundamente.
No permitas que caigamos en la seducción del desaliento, de la apatía, y que nos esforcemos por devolver la esperanza a los desilusionados de este mundo, de esta vida que, tantas veces, se nos hace tan cuesta arriba”.
Calló entonces Jesús y la chica que le había preguntado le dirigió una mirada llena de cariño y de profundo agradecimiento» (Lc 11,1-4).
«Se acercó una anciana adonde estaban reunidos y sin esperar a que le dieran la palabra, dijo llena de emoción: “Muchas gracias, queridos jóvenes, me habéis dado la alegría de mi vida. Después de lo que habéis conseguido sé que puedo morir en paz. La vida ha adquirido a mis años un nuevo sentido”.
Jesús se levantó, la abrazó y le dijo: “Personas como tú nos dan ánimo y esperanza.
Nos ayudáis a continuar para poner en práctica lo que estamos compartiendo y dialogando
entre todos y todas. Esta es la verdadera comunidad fraterna y humana. Hoy, para mí,
adquirimos la auténtica imagen de los hijos e hijas queridos por Dios”» (Lc 11,27-28).
«“No nos preocupemos por lo que vayamos a comer hoy, pues el almacén de los alimentos está lleno, gracias a la solidaridad de la gente. No nos impacientemos por conseguir nuestros propósitos en breve, nuestros pasos deben ser firmes, pero con una visión a mediano o a largo plazo, conquistando la simpatía de quienes tengamos a nuestro alrededor. No nos desasoseguemos si hay muchas personas que no nos entienden en un primer momento, expliquemos con paciencia nuestros deseos y si no nos aceptan, acerquémonos a otros foros para seguir proponiendo. La meta es ese otro mundo posible que anhelamos, el resto ya vendrá, si nuestro esfuerzo es permanente y mantenemos la ilusión.
Todo lo demás irá llegando por añadidura. Nuestra verdadera riqueza está aquí y ya nadie nos la podrá arrebatar”» (Lc 12-22-34).
«Estamos creando una nueva sociedad, ¿no lo notáis? Nuestro ardor interior y social está comenzando a prender como una mecha. Nos harán mil acusaciones, pero hagamos caso únicamente de las que nos ayuden a crecer como personas y como movimiento.
Nuestras actitudes crearán división, enfrentamiento, confusión, animadversión. Igual que les pasó a los grandes profetas, como Gandhi, Martin Luther King, Óscar Romero o Nelson Mandela. Ya estamos notando divisiones en el gobierno, en la oposición, e incluso entre nuestras propias familias. Es una señal de que nuestra visión de una nueva sociedad no deja indiferente a nadie» (Lc 12,49-53).
«Yo creo que nuestra labor hoy es ser como la levadura, que echando muy poco hace crecer la masa de una barra de pan. O como la sal, que se diluye en las comidas y les da sabor. Somos pocos, nuestra fuerza es limitada pero, unidos en red, nuestra debilidad se convertirá en fortaleza por la imaginación y la solidez de nuestro ejemplo. Hemos sido hasta ahora los últimos de la sociedad, no hemos contado para nada, pero ya nada será igual a partir de ahora. Los últimos somos ahora quienes salimos en la primera plana de los periódicos. Pero nuestro movimiento tiene que ceder su puesto a los últimos de verdad: a los parados, los inmigrantes, las mujeres violentadas, los jóvenes sin futuro.
Los últimos de verdad deben llegar a ser los primeros en atención y cuidado por parte de todos, en especial por el gobierno y los servicios públicos» (Lc 13,18-21.30).
«Los periodistas le comentaron: “Está habiendo mucha presión para que desalojéis la plaza, cualquier día puede venir la policía a dispersaros”.
Y Jesús respondió: “Aquí seguiremos hasta que el conjunto de los acampados decida marcharse, no antes. Podéis escribir en vuestros artículos, para que se enteren quienes gobiernan, que seguiremos de momento hoy y mañana, luego decidiremos entre todos lo que creamos que es mejor hacer. Hemos decidido ocupar las plazas y las calles para hacer presente la realidad de exclusión y marginación de múltiples colectivos, los últimos de la sociedad, los desechos. Algunos están aquí y el resto están en nuestros corazones, entre nuestras preocupaciones y propuestas para que dejen de serlo”» (Lc 13,31- 32; 14.21).
«Nuestra mayor alegría es contemplar cómo muchas personas que habían perdido la esperanza en un mundo mejor, han recobrado la ilusión, la fe, el ánimo.
Nosotros sabemos bien quiénes son los causantes de esta crisis: los bancos, los grandes organismos financieros internacionales y la clase política que cumple a rajatabla sus medidas injustas e inhumanas contra los más débiles. Sus opiniones contra nosotros no nos causan más que indiferencia. Hasta ahora nos hemos resignado, pero a partir de este momento nuestra indignación nos ha hecho revelarnos pacíficamente. Hemos entrado en una nueva era de conciencia, desde un nuevo paradigma para construir una nueva sociedad, en la que la democracia, que aceptamos, sea real, participativa, y que sus representantes tengan una clara vocación de servicio hacia los ciudadanos» (Lc 15,8-10; 16,14- 18).
«Nos decís que producimos escándalo, mal ejemplo, que desobedecemos las leyes y a los representantes legítimamente elegidos por el pueblo.
Yo os digo que quienes producen un verdadero escándalo son ellos, pues no son valientes para renunciar a sus cargos antes de aplicar las medidas draconianas contra los desheredados
de la sociedad. La constitución obliga a dar trabajo, casa, atención sanitaria, educación para favorecer una vida digna. ¿Quién causa pues el escándalo, quién desobedece las leyes, quién se apropia impunemente de los bienes que pertenecen al pueblo, quiénes disfrutan de unos sueldos de escándalo cuando hay millones de parados, mientras reducen y eliminan servicios sociales? Contestaros vosotros mismos. Nosotros solo hemos hecho lo que en conciencia debíamos hacer» (Lc 17,1-3.10).
«Llegó un joven por primera vez y al ver la alegría que demostraban los jóvenes en la plaza, preguntó: “¿Qué debo hacer para entrar en este movimiento, me encanta el ambiente?”. Jesús le respondió: hay gente que está en la cocina, otros recogen la basura, otros preparan acciones para denunciar las situaciones injustas, otros están en el servicio de información y comunicación. Buena parte de nosotros nos quedamos a dormir en la plaza”.
Y el buen chaval le miró desconsolado, porque tenía cerca los exámenes finales, en su familia no le entenderían y no le dejarían dormir en la plaza, le daba miedo emprender acciones que le pudieran causar problemas. Y se dio la vuelta lleno de tristeza, pues no se veía sin fuerzas para comprometerse hasta ese extremo.
Jesús dijo a quienes tenía a su lado: “Es un buen chico, pero tiene que superar aún sus incoherencias personales, los miedos ante las opiniones de su familia, aceptar la necesidad de un compromiso vital y satisfactorio. Démosle tiempo al tiempo, no todo el mundo está en condiciones de asumir su responsabilidad para trabajar por ese otro mundo posible por el que estamos aquí” (Lc 18,18-27).
«Llegaron unos mensajeros de un partido político, sin decirlo abiertamente, para sondearles, y les dijeron: “Nosotros simpatizamos con algunas de vuestras propuestas, pero en esta época de crisis no es posible seguir manteniendo el estado del bienestar tal como lo hemos vivido hasta ahora, es necesario racionalizar los servicios públicos. ¿Qué medios proponéis para mantenerlos y paliar el problema del paro?”.
Jesús respondió: “Hay que gravar a las rentas más altas, combatir con firmeza la corrupción, perseguir hasta eliminar el fraude fiscal, rebajar drásticamente los sueldos de los políticos y de los altos cargos de la administración, suspender los sueldos vitalicios y otras medidas similares. Invertir más en obras públicas, en lugar de reducirlas. Con solo estas medidas la realidad de nuestro país sería muy diferente, y con lo que se recaudara se podría invertir para mejorar los servicios sociales y crear empleo. Y si no os sentís capacitados para llevarlas a cabo, lo más digno sería dimitir de las tareas de gobierno, para no ser cómplices de vuestras medidas injustas contra el pueblo”» (Lc 19,1-9).
«En una de las asambleas, decidieron emprender acciones audaces que despertaran a la opinión pública, señalando a los principales causantes de la crisis. Para ello, secretamente, a través de twiter y facebook, se emplazaron en distintos lugares y a unas horas determinadas. Los sitios eran los templos de la democracia representativa y de las finanzas: el Parlamento, los Ayuntamientos, algunos bancos y la Bolsa. Allí, pacíficamente, demostraron con consignas su indignación, repartieron a la gente con la que se cruzaban algunos panfletos y se paraban a hablar para explicarles el porqué de sus acciones. Otros miembros del movimiento realizaban performances con los que atraían la atención y comunicaban de otra forma sus reivindicaciones» (Lc 19,45-46).
«Portavoces del Parlamento les preguntaron irritados: “¿Con qué autoridad hacéis esto?
Nosotros somos los representamos del pueblo, hemos sido elegidos por él en las elecciones.
¿Os creéis que podéis actuar impunemente? Estáis atentando contra la democracia representativa que aceptamos en el año 78 aprobando la Constitución”.
Jesús les respondió: “Nosotros no estamos ni contra la Constitución ni contra la democracia.
Al contrario, queremos que se profundice, que sea más participativa, que sea más justa y que se cumplan los deberes que impone a los representantes del pueblo: ofrecer trabajo, sanidad, educación, vivienda, una vida digna y satisfactoria para los ciudadanos.
Y que los representantes del pueblo sean verdaderos servidores del mismo, no que se sirvan del pueblo para gobernar en contra de él. Pensadlo bien, a partir de ahora os vamos a controlar más de cerca y os diremos a las claras lo que consideremos injusto y en contra de los derechos de la gente”» (Lc 20,1-8).
«Igualmente les increparon los dirigentes de los grandes bancos y de la Bolsa. Les decían que ellos eran depositarios de los ahorros de la gente, que los gestionaban con total transparencia y que la banca española era un ejemplo a nivel europeo por su solidez.
Jesús entonces les pidió que le enseñaran un euro. Ellos se quedaron sorprendidos, se lo pidieron al cajero, pues no llevaban ningún dinero suelto, y les dijo:
“¿De qué es esta inscripción?”. Y ellos respondieron: “Del Banco Central Europeo”. Y Jesús les respondió: “Pues dad al Banco Central lo que le corresponda, pero lo que tenéis es una deuda con el pueblo, le tenéis que devolver todo lo que le habéis robado. Os han dado ayudas para salir adelante, después de la crisis que habéis causado, y encima no ofrecéis ningún préstamo a los particulares, ni a las pequeñas y medianas empresas.
Dejáis en la calle a quienes se quedan en el paro y no pueden abonar su hipoteca. No aceptáis que os devuelvan el piso en pago por lo que les queda de pagar de la misma.
Con todos mis respetos, sois unos verdaderos usureros, sin ninguna conciencia. Y algún día el pueblo os pagará con la misma moneda”. Arrojó el euro al suelo y ellos se dieron la vuelta, rojos de ira. Llamaron a la policía para que los desalojaran, pero después de una hora larga, ésta aun no había aparecido (Lc 20,20-26).
«Jesús dijo en alto a quienes le acompañaban: “No hagáis caso de lo que os diga esta clase dirigente, sea política o económica. Se visten con las marcas más caras del mercado, les gusta aparecer en los programas de máxima audiencia y en la primera plana de los periódicos. Les encanta sentarse en los primeros puestos de las reuniones de accionistas y ser saludados con devoción por sus súbditos, pero son peores que las alimañas, buscando solo su propio interés, el máximo beneficio al menor coste, no les importa dejar en la calle a quien no pueda devolver sus préstamos, y se creen los salvadores de
este país. En algún momento serán juzgados y pagarán por todas sus culpas. Y os aseguro
que llegará un día en que de estos edificios que veis ahora no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido” (Lc 20,45-47; 21,6).
«Mirad todo lo que hemos conseguido en tan poco tiempo. Igual que en la primavera surgen los primeros brotes y en el verano maduran los frutos, así ha sido entre todos los que hemos puesto nuestro granito de arena. Hemos tenido la inmensa suerte de contemplar la cosecha de nuestro esfuerzo conjunto. Estamos contemplando ese otro mundo posible en nuestras plazas y calles, entre nosotros mismos» (Lc 21,29-32).
«Todo esto ha sido gracias a la buena cabeza que hemos tenido. Ni botellones, ni suciedad en la vía pública, con un buen rollo colectivo, bien organizados, con acciones atrevidas pero pacíficas. Sin embargo, debemos estar alertas y mantener este espíritu que hay ahora, que además es tan contagioso. No decaigamos, amigos y amigas, estamos aquí por un futuro mejor, tanto para nosotros, como para los más débiles de nuestra sociedad y las víctimas de este mundo injusto» (Lc 22,34-38).
«Por fin, viendo que la ocupación de las plazas había cumplido ya su función, después de una larga deliberación, decidieron en una votación, casi por unanimidad, dejar la plaza y seguir con otras actividades, otras movilizaciones, extendiendo el trabajo concreto a los barrios.
Decidieron tener una fiesta y una cena especial de despedida. Habían pasado muchos días, varias semanas. Estaban agotados, se notaba el cansancio, pero también el deseo de continuar y los ánimos en alza. Después de charlar sobre los últimos sucesos, la difícil decisión de dejar la acampada, las anécdotas de tantos días juntos, empezaron a preparar la cena.
Jesús estuvo trayendo junto a otros amigos y amigas los bocadillos, las tortillas preparadas, fruta, agua y café. En un momento de la cena, pidió la palabra y les dijo: “Esta cena tiene un triste sabor a despedida. Pero no quiero que terminemos así. Hemos tenido durante todo este tiempo un montón de asambleas, nos hemos ido conociendo, aceptando, respetando y, por qué no decirlo, queriendo también. Vosotros y vosotras ya formáis una parte vital, importantísima de mi vida. Y creo que yo formo parte también de la vuestra. Nuestra entrega voluntaria por otro mundo mejor, más justo, ha dado sus frutos. Pequeños, incipientes, pero semillas de un futuro más humano, en paz y fraternidad.
Nos alejaremos, cada uno volverá a su casa, pero seguiremos unidos, trabajando en cada
barrio y nos veremos en las movilizaciones conjuntas. Seguiremos charlando por facebook.
Ha sido una inmensa gozada trabajar con vosotros. Ya no os llamo ni siquiera colegas, amigos, sino que habéis pasado a ser como de mi propia familia. Me habéis enseñado un montón de cosas. Os puedo asegurar que ahora soy diferente a cómo era cuando dormí la primera noche aquí. He aprendido que no hay nadie más importante que otro, que nadie es imprescindible, pero que todos somos necesarios. He comprendido que servir a los demás reporta más felicidad que esperar a que te sirvan a ti. Gracias a todos, a todas. Nos seguiremos viendo. Ahora a seguir trabajando cada uno en su parcela”.
Hubo otras intervenciones, igual de sentidas, en las que siguieron aflorando los sentimientos, la tristeza, el gozo, la esperanza, la incertidumbre, la ternura. Y también se derramaron lágrimas de alegría (Lc 22,14-30).
Y cuando todos y todas terminaron de comunicarse, Jesús tomó su guitarra y cantaron y bailaron durante toda la noche. Una noche en la que incluso en el cielo de Madrid se pudieron vislumbrar algunas estrellas. Así estuvieron hasta que los primeros rayos del Sol les sorprendieron aún despiertos, más despiertos que nunca, disfrutando de ese nuevo amanecer que, como una hermosa metáfora, se abría desafiante ante el futuro.
Muchas más cosas podría contaros de lo que sucedió en estos días tan hermosos y vibrantes, pero ya hay otros libros que recogen los hechos con más objetividad. Leedlos, ahí se recoge parte de nuestra reciente y prometedora historia.

martes, 12 de julio de 2011

El 15M es incompleto

Perdonad, compañerxs esta intrusión crítica de un ciudadano medio inexperto en estas cosas como yo. Alguien que ha gritado en las manifestaciones de estos meses y que ha vivido esto como una primavera interior y social. Pero se me ocurría que no podemos conformarnos siquiera con nuestras propias limitaciones. Y es que corremos el riesgo de estancarnos en una crítica parcial de esta realidad injusta y cruel. Si queremos hacer una revolución ¿por qué no comenzamos a plantearnos que esa revolución sea total?. Pienso que el 15 M es incompleto, principalmente por dos motivos:
1. Para que haya revolución real, cambio social, todo eso tiene que ir acompañado de un una revolución interior, un cambio personal. ¿Por qué no comenzar a invitar a que la persona retome lo más auténtico de sí mismo? ¿Por qué no abrir debates (comisiones, asambleas, etc.) sobre qué es lo más genuino del ser humano? Abrir cauces para conectar con eso, con la interioridad, la profundidad, la trascendencia, lo espiritual o como queramos llamarlo. Invitar a que no podemos gritar contra la codicia de los banqueros si luego nosotros entramos en la vorágine del consumismo, de la competitividad, del escalar puestos a costa de lo que sea. Reconocer que lo mejor del ser humano es la generosidad, la solidaridad, la fraternidad, y ¿por qué no decirlo?, el amor.
2. Habría que pensar más globalmente. En esta sociedad de la mundialización, hay que adecuar un lenguaje extensivo que no sólo incluya a los 5 millones de parados, sino también a las mujeres y niños explotados, esclavizados para que nosotros podemos vestir nuestras prendas de moda, comprarlas baratas o comernos una hamburguesa. (Por poner tan sólo algunos ejemplos). Un discurso que tenga en cuenta el planeta, su utilización atroz y salvaje, que contradiga la lógica del crecimiento ilimitado y el enriquecimiento como únicas formas de ser felices.

Me encantaría que se abriera el debate en estos términos, u en otros que completaran, que me dieran la impresión de que esto va más allá de lo puramente material (para o caer en los mismos errores que criticamos) de lo puramente inmediato y cercano. La revolución debe ser global, desde el interior y extensible a la humanidad.

viernes, 25 de marzo de 2011

O cambian o los cambiaremos

O cambian o los cambiaremos

Por Federico Mayor Zaragoza

¿Qué autoridad moral tienen ahora para acusar a Khadafy y a los otros “dictadores” quienes hasta hace cuatro días les ofrecían solícitos el cobijo de sus paraísos fiscales, les vendían armas a manta, les aceptaban prebendas y hasta les daban a sus hijos, con facilidades explícitas, doctorados y otras distinciones académicas?
Tomemos nota, avergonzados, y advirtámosles que deben aprender las lecciones sin demora, actuando rápida y públicamente con medidas concretas, o recibirán muy pronto el rechazo de los ciudadanos. Del mismo modo que se han desencadenado las rebeliones que ahora destapan tantos disparates y contradicciones, provocaremos el cambio de quienes siguen aferrados al mercado, al único valor del dinero, a los vaivenes del “gran dominio” financiero, militar, energético y mediático, a las grandes corporaciones que anuncian beneficios de 32.000 millones de dólares en 2010 -como Exxon Mobil- al tiempo que suben el precio del barril para asfixiar a los consumidores, con “efectos colaterales” tan graves como el alza de los precios de los alimentos.
Exijamos de inmediato el reforzamiento de las Naciones Unidas, una economía basada en el desarrollo global sostenible, la relocalización productiva… el buen sentido, en suma.
El cambio es apremiante. Y este cambio no se hará, desde luego, por quienes confían en la inadvertencia o insolvencia ciudadanas sin aportar solución alguna.
Dejemos de entretenernos con fechas electorales inexorables, acompañadas de maniobras, promesas y ocultaciones intolerables, y proclamemos claramente que si no hay transparencia y cambios reales nos movilizaremos como en Túnez, Egipto… porque nos llena de indignación que sólo se embarguen los bienes “de los derrocados”… al tiempo que todo sigue igual: el acoso de los mercados (¿y los planes de acción social?), el precio del petróleo al alza (¿y el cambio climático?), la economía sumergida, la evasión de responsabilidades civiles (¿cuántos españoles tienen, como los “tiranos”, depósitos en los paraísos fiscales?)
Lo dicho: o cambian o los cambiaremos.

La fuente: Federico Mayor Zaragoza es presidente de la Fundación Cultura de Paz y fue director general de la Unesco. Integra el comité de apoyo de ATTAC España.

lunes, 21 de marzo de 2011

Las auténticas razones de la guerra

Libia: preparativos de guerra.

Ángeles Maestro

Los levantamientos en Libia, coincidiendo con las luchas populares del resto de países del Magreb y Masrek, responden a razones semejantes a las del resto de países pero tienen connotaciones bien diferentes. En parte son el resultado del hartazgo de un pueblo que ha visto deteriorarse gravemente sus condiciones de vida en los últimos años al tiempo que comprueba la corrupción y el enriquecimiento de las camarillas cercanas al poder. En 1969 la lucha anticolonial derrocó la monarquía fantoche del rey Idris, nacionalizó la industria petrolera y las grandes empresas bajo control de EE.UU y Gran Bretaña y generó un desarrollo agrario e industrial que permitió mitigar las graves desigualdades sociales y el acceso de la población a la vivienda, la educación y la sanidad públicas. No era una revolución socialista pero se situó claramente contra el imperialismo y el sionismo. Kadhafi formaba parte destacada del “eje del mal” y Reagan bombardeó Bengasi y Trípoli en 1986.
La situación cambió radicalmente a partir de los años 90, cuando el gobierno da un giro de 180 grados y empieza a abrirse a la penetración extranjera, sobre todo tras la invasión de Iraq en 2003. Las grandes empresas petroleras, fundamentalmente europeas, van controlando porciones cada vez mayores del crudo y del gas, se privatizan las industrias y, sobre todo, cediendo a las exigencias del FMI se van eliminando los subsidios a los productos alimenticios, combustible y se van anulando las medidas de protección social. Mientras el pueblo se empobrecía y la corrupción y el nepotismo se extendía, Kadhafi era recibido con gran pompa por los gobiernos europeos convertido en un aliado “un poco excéntrico”. El estallido de la ira popular tiene pues raíces semejantes a la que ha hecho levantarse a otros pueblos árabes, cuyos responsables son los gobiernos corruptos que han aplicado las políticas impuestas por el imperialismo.
Pero hay otros elementos. Sobre el caldo de cultivo de la legítima indignación popular es preciso analizar quién está dirigiendo la oposición. El elemento político fundamental es la Conferencia Nacional de la Oposición Libia integrada por el Frente Nacional por la Salvación de Libia (FNSL), fundado en 1981, financiado por la CIA y con oficinas en Washington, con una organización militar, el Ejército Nacional Libio, y por la Unión Constitucional Libia, organización monárquica que reclama lealtad al rey Idris. Ambas organizaciones reclamaron inmediatamente la intervención internacional. Y la “comunidad internacional” está respondiendo. Las inmensas riquezas derivadas del control absoluto del petróleo y el gas, a los que hasta ahora no estaba accediendo EE.UU., son sin ninguna duda el objetivo de las “intervenciones humanitarias”, dirigidas por los mismos que han sido y son los responsables directos de las mayores matanzas y sufrimientos perpetrados contra los pueblos.
Lo primero que votó el Consejo de Seguridad (CS) de la ONU han sido las sanciones a Libia, las mismas que asolaron al pueblo iraquí antes de la invasión, y el mismo CS que asistió sin rechistar a las masacres israelíes sobre Gaza y Líbano. Y para que no quepa duda de lo que se prepara, la evacuación de civiles británicos y alemanes se está realizando mediante barcos de guerra fuertemente armados, mientras el gigantesco portaviones USS Enterprise y la Sexta Flota se encaminan hacia Libia. Por su parte, la OTAN discute la imposición de una zona de exclusión aérea y el establecimiento de corredores militares desde Egipto y Túnez, los cuales además de cercar las instalaciones petroleras y de gas pondrían la bota militar sobre las esperanzas de democracia y soberanía de estos pueblos.
Al tiempo que Sarkozy clamaba por bombardeos selectivos para evitar que Kadhafi ataque a su pueblo con “armas químicas”, Francia y Reino Unido, avanzadilla de las posiciones de EE.UU. en Europa han reconocido ayer al Consejo Nacional Libio de Transición (CNLT) integrado fundamentalmente por el FNSL y por la UCL que pretende restaurar la monarquía. Este “gobierno provisional” con sede en Bengasi está así mismo clamando por una intervención militar de la OTAN. ¿Es legítimo hacer paralelismos entre esta “oposición” y las revueltas populares en Tunez, Egipto y demás países árabes? ¿Alguien les ha oído reclama una intervención militar?
Por si hay alguna duda, comprensible en estos tiempos de tanta mentira mediática, acerca de la petición reiterada del “gobierno provisional” de una intervención militar informo de algo vivido directamente. Cuando asistía a una reunión preparatoria de una próxima manifestación en solidaridad con los levantamientos de los pueblos árabes y al exigir que se explicitara con toda claridad que los convocantes nos oponíamos radicalmente a cualquier intervención extranjera y exigíamos al gobierno español que no participara en acción alguna de la OTAN, ni prestara las bases, la representante de Casa Libia dijo que su organización seguía las directrices del gobierno provisional reclamando una intervención militar y que si la propuesta citada se aceptaba, ellos no suscribirían el Manifiesto. La propuesta se aceptó.
Para cualquiera que se moleste lo más mínimo en informarse está claro que las organizaciones libias anteriormente citadas son criaturas de la CIA y/o expresión de una monarquía que debe su existencia al sometimiento al colonialismo. Nada nuevo, por otra parte; es lo mismo que ocurrió con la oposición iraquí o con los jefecillos locales que hacen el trabajo sucio y esperan ocupar su lamentable cuota de poder aupados por las armas del imperio. No me cabe duda de que entre los alzados hay sectores del pueblo libio que rechazan la intervención extranjera y, que como en otros países árabes, reclaman democracia y justicia social. Cuando oigamos su voz – aún débil o sepultada por la propaganda – merecerán el apoyo y la solidaridad que están generando las demás luchas populares árabes, pero deberán diferenciarse nítidamente de quiénes no son más que esbirros del imperialismo en Libia.
Después de lo que sabemos, de lo que hemos conocido directamente de su propaganda de guerra como pretextos inventados para masacrar, deponer gobiernos que no se les someten y asesinar a centenares de miles de personas, ¿Alguien puede creer que estén vertiendo lágrimas por los sufrimientos de ningún pueblo y mucho menos que la OTAN, la mayor maquinaria de guerra y de destrucción se apreste a realizar “intervenciones humanitarias”? Por otra parte, la intervención en Libia serviría perfectamente como “aviso para navegantes” para los demás pueblos árabes”. Esa y no otra es la lectura del apoyo de la Liga Árabe a un ataque a Libia: sería el mejor regalo que se les podría hacer a corruptas petromonarquías que ven sus tronos tambalearse por la ira popular.
No puede haber la menor duda: es al pueblo libio y a los pueblos árabes a quienes corresponde decidir sobre sus gobiernos en su legítima lucha por la democracia y la soberanía sobre sus recursos, que inevitablemente les lleva a confrontar con el sionismo y el imperialismo. A nosotros nos toca hacer todos los esfuerzos posibles por intentar detener los proyectos criminales del imperialismo, a defender la lucha por la autodeterminación de los pueblos y a impedir que ni un sólo soldado, ni una sola base se utilice para atacar a ningún Estado. Como en Iraq, el problema central no es quién es Sadam o Kadhafi, sino qué papel juegan los recursos de sus pueblos en los planes de dominación y expolio de las grandes potencias. Hoy como entonces: ¡No a la guerra imperialista!

domingo, 13 de marzo de 2011

Alguien que me cuide

¿Cómo no se me ocurrió antes?



martes, 8 de marzo de 2011

Carta a Benedicto XVI

Con el humor irónico e irreverente de Cortés...



Viñeta de José Luis Cortés
"Todo el mundo sabe que la ley del celibato es pura cabezonería"
Carta abierta a Benedicto XVI
Te escribo para recomendarte el libro "Curas casados, historia de fe y ternura
(José Luis Cortés).- Estimado Su Santidad: No tengo el gusto de conocerte personalmente, porque las veces que has venido a España (y últimamente vienes mucho a España) yo no he acudido a vitorearte, y cuando yo he estado en Roma nunca hemos coincidido en ninguna trattoria. Tal vez si algún día me llamas a declarar a Roma podamos finalmente vernos las caras.
Te escribo porque acabo de leer un libro que me ha gustado mucho, y querría recomendártelo. Ya sé que tú tienes mucho que leer y que escribir, entre encíclicas, sermones, reprimendas y condenas. Aun así creo que este te va a interesar. Verás: se titula "Curas casados. Historias de fe y ternura", y ha sido publicado directamente por MOCEOP, porque no había sitio para ellos en ninguna editorial.
Te prevengo de que no se trata del enésimo tratado sobre si mantener o no el celibato obligatorio, aunque también de eso se habla en el libro. A día de hoy todo el mundo sabe ya que la ley del celibato nada tiene que ver ni con la fe ni con el evangelio, y que es una pura cuestión de cabezonería, de rutina o de algo peor. "El celibato obligatorio caerá como un fruto maduro -se dice en este libro-: la gente normal ya lo ve; falta solo que lo vea la jerarquía".
El libro tampoco es "un trabajo de investigación sociológica. Solo se ha intentado realizar un aporte de tipo testimonial" (21). De hecho, se trata precisamente de eso: recoge las historias y los testimonios personales, personalísimos, unos más literarios, otros más descarnados, algunos objetivos y otros sumamente íntimos, de 23 varones y de algunas mujeres (sus esposas) que, en un cierto momento de sus vidas, decidieron continuar su ministerio como personas casadas, sin dejar por ello de sentirse curas, es decir, "animadores de la fe y de las celebraciones". Demostrar, con los hechos, que "es posible ser cura sin ser clero" (87).
A pesar de que se aborde el tema de los curas casados, no creas que se trata de morbosas historias de debilidad ante las urgencias de la carne.
Como dice en el epílogo José Mª Castillo (de quien sin duda has oído hablar), son historias que "muestran una fortaleza mucho mayor de lo que la gente se imagina" (340). Y hasta lo hacen con cierto orgullo, porque, como ellos mismos afirman: "No nos causa ningún trauma sentirnos marginales, sino más bien satisfacción". Convencidos de que: "Nos incumbe como tarea pastoral acumular experiencias que muestren que el presbítero casado es una riqueza para las comunidades, para la teología y para la Iglesia en general" (96).
Son testimonios duros. ¿Te imaginas, Su Santidad, lo que significaba en los años setenta u ochenta, y aun en nuestros días, replantearse toda la vida a cierta edad, con lo fácil que era seguir de curas, con la vida resuelta, incluso con algún apañete sentimental?
Porque te debo decir -por si lo has olvidado- que, en la mayoría de los casos, la Iglesia no solo no facilitó ese pasaje, sino que se comportó peor que la madrastra de Blancanieves (Schneewittchen en alemán). "Me pareció una falta gravísima de justicia -comenta uno de estos curas- que los obispos dejasen en la estacada, sin pensiones, a curas mayores secularizados y, sobre todo, a religiosas secularizadas sin posibilidad de trabajar ni de cotizar el mínimo de años, después de haber entregado la mayor parte de su vida a la Iglesia" (259). Así fueron las cosas, Su Santidad.
La mayoría de los que en este libro cuentan su experiencia habían salido de familias humildes. Para ellos, el seminario menor -a donde fueron conducidos muchas veces por curas recolectores de vocaciones-, pese al clima oscurantista de aquellas décadas, fue un momento de grandes alegrías y de grandes amigos. Amigos que, en algunos casos, han durado toda la vida. Espero que tú, Su Santidad, después de tantos años de Curia no hayas olvidado todavía lo que es un amigo.
"Al seminario se entra con babas y se sale con barbas", le había dicho a uno el cura de su pueblo (279). Y hay en este libro recuerdos muy hermosos de los años en que las babas se iban cambiando en barbas: recuerdos de niños, adolescentes y jóvenes seminaristas que se tomaron en serio su vocación sacerdotal.
A muchos de los curas de este libro, a la mayoría, les tocó luego vivir la primavera del Concilio Vaticano II. Espero que tú, Su Santidad, no hayas olvidado lo que fue aquel concilio, en el que, aunque hoy nos cueste creerlo, colaboraste activamente. Por un momento, por unos años, la buena gente nos sentimos orgullosos de nuestra madre la Iglesia que ¡por fin! recuperaba el aire de autenticidad, de sed de justicia, de fraternidad universal que le había insuflado el carpintero profeta a orillas del lago. Y, dos mil años después, se ponía otra vez en sintonía con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (GS 1,1).
En ese espíritu conciliar, "eso de ser ‘segregados del pueblo' nuestros protagonistas lo entendían cada vez menos" (160). Y la mayoría sintió que debía llevar una vida como los demás hombres y mujeres a los que ellos les transmitían la buena noticia, ganándose el sustento como curas obreros. Porque "no ser un profesional de la religión, ni vivir de ella, hace que el servicio del evangelio sea más creíble, porque es gratuito" (81), y porque "un trabajo civil que te dé independencia y autorrealización social va limando y liberándote de la situación de poder y de superioridad que el estatus de cura facilita en la sociedad" (126).
"El vivir diario de aquellas gentes -comenta otro- fuertes ante las dificultades, me hizo caer en la cuenta de que mi labor no podía consistir en alimentar más esa espiritualidad de ritos, rezos e iglesia" (277). Comprendieron que no se trataba de dejarlo todo para seguir a un Jesús espiritualista y abstracto, sino para encontrarlos de verdad a todos.
Y ello a pesar de que en aquellos días (como ahora, pero por otros motivos) no era nada fácil hacerse un lugar en la sociedad y conseguir un trabajo: "En cuanto se enteran de que soy cura, me niegan la incorporación" (287). En el libro se desgranan las experiencias más variopintas de aquellos curas obreros: en el mundo rural, en América Latina, en grandes fábricas de internacionales, implicados hasta las cejas en los movimientos sindicales; impartiendo clases, o simplemente aceptando lo primero que salía para tener algo que llevarse a la boca y situarse socialmente... Son historias crudas de una fe de pan y cebolla.
Y también historias de ternura.
En este proceso de recuperación de los ideales evangélicos y de integración en el pueblo, todos los que escriben en el libro se preguntaron, en un cierto momento, qué sentido tenía vivir en medio de la gente con el corazón obligatoriamente en cuarentena. Quiero decir, Su Santidad, por qué el ministerio al que con tanto ardor se dedicaban debía ir indisolublemente unido a la soltería. Porque, como se dice en el libro, "El celibato es un carisma, pero bien distinto del carisma del ministerio del presbiterado" (171). Y se insiste en que "No es el carisma del celibato lo que está en discusión, sino la ley del celibato" (176).
En algún momento, por los caminos más variados, Dios, celestina celestial, puso en el camino de todos ellos a una mujer. De repente, cuentan, "el enamoramiento dejaba de ser una traición para ser una alternativa, una maravillosa posibilidad" (145). De esto creo que tú, Su Santidad, y tus más directos colaboradores sabéis poco.
En general, sabéis poco y mal de las mujeres ¡Con qué ganas esperamos algunos un tiempo en que las mujeres puedan desempeñar cualquier ministerio en nuestra Iglesia, y hasta llegar a ser Papa, una papisa a la que podamos llamar simplemente "Susan", y no Su Santidad...! Pero me estoy desviando: volvamos al libro.
A pesar de que también en las cuestiones amorosas y sexuales la mayoría de ellos eran unos pardillos (es tiernísimo el testimonio de quien confiesa que hasta los 30 años no tuvo su primera eyaculación voluntaria) el encuentro con la mujer fue decisivo en sus historias: "Ahora entiendo mejor -comenta uno- por qué el amor conyugal fue siempre en la literatura bíblica imagen privilegiada del amor de Dios a su pueblo, de Cristo a su Iglesia" (174). Y "¿En qué Dios estamos pensando cuando nos imaginamos o proponemos que amando menos a un ser humano lo amamos más a Él?" (342).
Con todo eso, con el trabajo civil entre la gente y con el matrimonio, llegó la integración en pequeñas comunidades cristianas marginadas, en grupos humanos donde lo de ser presbítero "casado o soltero importaba bastante menos que esa triple pasión por Jesús, por el pueblo y por la comunidad" (105), y donde prácticamente se podía seguir haciendo lo mismo que en la parroquia, "pero ahora sin el sacramentalismo abrumador" (164).
Está claro que "quien celebra no es el cura, sino la comunidad. En la comunidad no hay clérigos y laicos, docentes y discentes, sagrados y profanos, sino que la propia comunidad es la protagonista de su caminar" (166). En la mayoría de los casos, todo este proceso se hacía al margen del derecho canónico, pero con la anuencia y la bendición de la comunidad cristiana de pertenencia: decidimos "vivir lo que creímos que tiene que ser, sin pedir ni esperar permisos" (89), y sin "reducirse al estado laical", expresión que ofende también a los laicos (280).
Ya ves, Su Santidad: muchos hombres, con sus mujeres, que se colocaron voluntariamente en el margen. Se convirtieron en hombres (y mujeres) de avanzadilla, de frontera. Pero, fíjate, en ningún momento rompieron con la Iglesia. Porque, como le dijo un obispo a los representantes de Justicia y Paz: "Tenéis que tener un pie fuera y otro dentro de la Iglesia. Si tenéis los dos pies dentro, nadie de fuera os escuchará. Si tenéis los dos pies fuera, no representáis a la Iglesia" (263).
Y así siguen muchos aun, en los arrabales, incluso en sentido literal: "En el arrabal, en las afueras, hemos encontrado una luz cálida que nos la proporciona la libertad, nuestro amor y la fe en Jesús. Aquí nos sentimos más cerca de lo humano" (275). "El hecho de ver la Iglesia desde fuera de la institución te da una perspectiva muy interesante, mucho más realista. Los que están dentro del engranaje lo tienen más difícil" (209).
Veo, Su Santidad, que todavía no he hablado de los hijos y las hijas que llegaron después. No es fácil ser "hijo o hija de cura", y de esto también se habla en el libro... Pero tengo que ir terminando.
El libro es eso: la narración de 23 historias de coherencia y coraje, de fe y ternura, en boca de sus protagonistas. Más un prólogo y un epílogo sobre el MOCEOP (que "dejó de ser un movimiento meramente reivindicativo para ser un movimiento de renovación eclesial" (87) y cuyo tino fue "saber remover un puntal que tambaleaba toda la estructura (...) No tanto el celibato como condición, cuanto el clericalismo mismo" (87).
Hay también un documento final teológico para situar el celibato ministerial, y, en las últimas de las 381 páginas, un Glosario por el que desfilan personas y movimientos de la segunda mitad del siglo XX que mantuvieron fresca la Comunidad de Jesús, desde Herder Cámara al obispo Romero de El Salvador y desde Pere Casaldáliga a José Antonio Pagola; desde Cáritas a la Teología de la Liberación, a la Asociación de El Prado o el movimiento Junior, recientemente disuelto por los expertos en disolver.
En fin, "Un libro de testimonios de vida enmarcados históricamente, en una etapa de contrastes y contraposiciones" (20). Al final de su lectura, Su Santidad querido, te queda claro que "la ley del celibato y sus secuelas no es una cuestión de curas, sino que nos afecta a todos" (325), porque ya "no se trata de reivindicar un derecho para un estamento ya de por sí privilegiado, sino de luchar por un nuevo rostro de la Iglesia, objetivo central del Vaticano II" (326).
"La concepción del cura como funcionario de la Iglesia debe pasar a mejor vida" (50), dice uno; porque "tengo mis serias dudas -añade otro- de que la parroquia, o al menos la mayoría de ellas, sean hoy lugar de evangelización" (60). Y resume Castillo en el epílogo: "La solución para los problemas crecientes y acuciantes que hoy soporta la Iglesia no está ni en que los curas se casen ni en que las mujeres sean ordenadas sacerdotes, sino en la teología que justifica a la propia institución eclesiástica y al Dios que esa teología pretende explicar" (346).
Nada más, Su Santidad. Yo creo que, si lees este libro, no te vas a arrepentir. Y quizás su lectura te dé un empujoncito y te anime a decir en algún momento (quizás en el avión, ante los periodistas, donde ya has dicho alguna que otra barbaridad) una frasecita que deje abierto el futuro para un urgente replanteamiento del ministerio sacerdotal. Tal vez estos curas no lo necesiten; pero la Iglesia sí lo necesita. Y yo creo que debes hacerlo.
Porque, como se dice en el libro, "lo mismo que hay palabras y comportamientos que rompen la comunión, también hay silencios y omisiones cómplices con el pecado" (175).
Ya vas teniendo tus añitos, Su Santidad, y a los ancianos se les permite decir las verdades con descaro ("parresía", lo llamaban tus predecesores). También la mayor parte de los que participan en este libro tienen ya sus años ("Me siento padre y abuelo -dice uno de ellos- y veo a Dios Padre mucho mejor que antes" (47); uno ya falleció, otro lucha ahora mismo contra un cáncer, la gran mayoría están jubilados... Pero no han perdido ni un gramo de esperanza. "Rozando la tercera edad, nosotros seguimos" (282).
Mira, Su Santidad: durante tu reinado tú ya has dado demasiado espacio a los fanáticos, a los trepas, a los miedosos, a los tarados... ¿Es mucho pedir que, antes de morirte, dediques un momentito a los limpios de corazón, a los hambrientos de justicia, a los que, a pesar de todo lo que han sufrido, todavía son capaces de comprender los signos de los tiempos, de mirar el cielo rojo al atardecer y anunciar: "mañana hará bueno"?
Si otro mundo es posible, como creemos firmemente, también es posible otra Iglesia.
Un abrazo, Santidad (o "Santi", si lo prefieres).