miércoles, 31 de agosto de 2011

Ambiente festivo

Las imágenes de los jóvenes enfervorizados y emocionados, con lágrimas en los ojos al paso del papamóvil entre ellos, son una prueba más de lo irreal del fondo de esta exitosa convocatoria y daría para hacer un estudio sociológico, e incluso psicológico diría yo. Dicho estudio no distaría nada de cualquier otro sobre fenómenos de masas juveniles en torno a un ídolo musical o deportista.

¿Ambiente festivo? Es la frase que más han repetido los medios de comunicación durante los días de las jornadas. Es cierto que un encuentro dedicado a los jóvenes no puede tener otra connotación. Es cierto también el carácter pascual y su alegría consecuente que tiene la Iglesia en su base. Pero, realmente ¿puede la Iglesia hoy estar de fiesta mientras miles de personas mueren de hambre en el cuerno de África? Podría seguir con la lista de motivos que tiene la Iglesia para situarse bajo la cruz de tanto dolor, pero no lo haré. Y sigo con mis preguntas: ¿Pueden conjugarse las dos cosas? Es decir, la alegría que conlleva el pensar que el final está en Dios y que por tanto es un final resucitado, de liberación, la alegría de pensar que Dios está de parte del ser humano y de que “aunque camine por cañadas tenebrosas” nada tenemos que temer… la alegría propia de la juventud… ¿Es posible conjugar todo eso con la necesidad de situarnos al lado de los apaleados, de los que viven en su viernes santo personal? ¿Es posible situar al millón y medio de jóvenes de cara a la realidad sangrante de un mundo injusto y en el que ellos principalmente juegan un papel primordial? Creo que es absolutamente posible e ineludible.

Han faltado en los discursos del papa ese análisis de una realidad que para muchos de nuestros jóvenes occidentales y sobre todo para muchos de los jóvenes de las características de los participantes en las JMJ, está opaca. Se ha hablado muy poco de los problemas reales de la humanidad, que no son el celibato de los curas, las relaciones prematrimoniales, etc., sino que son el hambre en el mundo, el imperio de los mercados, la injusticia, la precariedad laboral, la falta de trabajo (se ha hecho brevemente alusión) la inmigración, etc. ¿Se podría haber situado a los jóvenes delante de todo esto y haber hecho un envío hacia estas realidades por evangelizar, por liberar? Estoy convencido de que sí. ¡Qué pena no aprovechar ese liderazgo para todo ello! ¡Qué oportunidad tan desaprovechada!

Por otro lado, ¿dónde estaban realmente los jóvenes de nuestra sociedad? Es cierto que el millón y medio que han acudido lo son, pero… ¿por qué no estaban representados, bien representados, jóvenes provenientes del mundo de la inmigración, de los barrios periféricos de las grandes ciudades, los jóvenes que discrepan, que se cuestionan, que se preguntan (sólo una chica que se declaraba agnóstica le hizo una pregunta al Papa, que éste no pudo responder porque se levantó ese temporal de sopetón)? ¿Por qué no se aprovechó la oportunidad para traer a la palestra, para poner en diálogo a estos jóvenes asistentes con todos los del 15-M o con aquellos que se sienten decepcionados de la Iglesia, o que tienen dudas? ¿Dónde estaban los jóvenes homosexuales que se sienten cristianos pero que les duele como institucionalmente la Iglesia los relega, los obliga a no desarrollar su afectividad y su sexualidad, dones sagrados de Dios? Sé que hubiera sido muy difícil que estos jóvenes estuvieran allí, sobre todo los provenientes del mundo de la marginalidad (aunque seguramente Jesús, hubiera sido con ellos con los que hubiera tenido un encuentro, una jornada o lo que sea…), pero ¿por qué no se los ha traído a colación en los discursos, en los gestos, en las alusiones, en los símbolos?. ¿Por qué todo ese alarde de magnificencia entre jóvenes ya convencidos, instalados en la “línea” oficial? ¿De qué vale eso?

Sin querer entrar en la demagogia y tomando algo apuntado anteriormente habría también que preguntarse ¿Qué jóvenes recibirían hoy a Jesús? O mejor, ¿Si Jesús llegara se le recibiría de la misma manera? Seguramente a la mayoría de los jóvenes asistentes a las JMJ les hubiera incomodado ciertas palabras del Maestro, sus maneras, sus “juntiñas”, sus preferencias. Seguramente muchos se hubieran ido antes de tiempo al ver que no se les daba lo que esperaban. Posiblemente Jesús habría visitado los barrios periféricos de Madrid y allí habría tenido encuentros con otros jóvenes, increyentes, descreídos, atrevidos, descarados… los de las lindes, porque este era el ámbito preferido de Jesús. Inmigrantes, jóvenes en paro, estudiantes universitarios, toxicómanos, colectivos homosexuales,… se hubiera acercado a las tribus urbanas, a aquellos que se aproximan o han caído en el mundo de las adicciones… Jesús hubiera querido convocar un encuentro con los jóvenes indignados de Sol. Pero claro, es imposible que hoy un Papa pudiera haber hecho algo semejante,por organización, por seguridad,¿por protocolo?. Pero, ¿se podía haber hecho intentos, gestos significativos, liturgias incluyentes y no exclusivas…?

También ha llamado la atención que entre los gritos y proclamas proferidas se hablaba poco de Jesucristo y se nombraba únicamente al Papa Benedicto. ¿Por qué nadie gritaba "esta es la juventud de Jesus", o "viva el Señor", al único al que hay que venerar, adorar o arrodillarse? ¿Tan mal se entiende eso de ser vicario de Cristo en la tierra? Si es así, ¿por qué no cuidamos también el lenguaje, los términos? ¿Por qué no se renuevan los mismos, si llevan a la confusión, incluso, me atrevo a decir, a la “papolatría”? “Papa, por ti, estamos en Madrid”. ¿Realmente se puede convocar una jornada de esta envergadura con un envoltorio sin parangón para encontrarse con el Papa o el motivo del encuentro debía estar pensado en claves evangelizadoras y misioneras, aunque el Papa viniera para animar eso? Pero claro, ya estoy tocando los mismos cimientos del motivo de estas jornadas y eso ya sí que es harina de otro costal.

No fui capaz de ver a Cristo en esa custodia de Arfe en la vigilia del Sábado, por mucho que quisiera. No podemos obligar a Cristo que esté donde nosotros queremos que esté. No podemos encerrarlo en ese símbolo de ostentación y riqueza. Jesús estaba distraído en esos momentos en los campos de refugiados del África oriental, o quizás, para no caer de nuevo en la demagogia, estaba entre los jóvenes, en sus anhelos y esperanzas, cerca de los que peor lo pasaban, cerca de aquellos que habían venido de países empobrecidos y tenían ahora que volver a ellos a seguir luchando con la vida. Es cierto que el silencio que se creó fue magnífico. Por eso digo que ahí andaba Jesús, entre ellos.

A pesar de todo traté de rezar, traté de unirme en comunión a ese momento. Y posiblemente me esté equivocando en muchas cosas. Posiblemente me esté perdiendo parte de la realidad. Por eso pido disculpas. Sólo quiero hablar con libertad, teniendo en cuenta que mi palabra también es palabra de hombre, pero ejerciendo mi derecho a buscar la verdad para ser más libre. En la búsqueda está Dios.

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