jueves, 19 de junio de 2014

Querido Papa Francisco.                   Carta VI

En esta mi sexta carta simplemente quiero transmitirle dos cosas. La primera, una vez más, un sentimiento de agradecimiento por sus gestos y por sus formas. Sus gestos siguen siendo signo de la ternura de Dios en medio de un mundo que sufre. Gracias por el abrazo fraterno delante del muro de las lamentaciones con el rabino Abraham Skorka y el islámico Omar Abboud. En la entrevista para el periodista Enrique Cymerman se refiere usted a Jerusalén como imagen de la Jerusalén celestial y estoy de acurdo en que podría ser para el mundo un signo de concordia y de que esa ciudad, sagrada para las tres grandes religiones monoteístas, lleva encerrada dentro de sí la semilla de la unidad en la diferencia, de la concordia en medio de la diversidad. Ojalá se despliegue alguna vez el verdadero sentido etimológico de su nombre, Jerusalén, ciudad de la paz. Gracias por ese deseo profundo de que esa raíz común a las tres tradiciones sea alguna vez la que determine la convivencia, y el trabajo común. Ese abrazo, esa oración posterior en el Vaticano son un verdadero signo para el mundo de consecuencias que aún no alcanzamos a adivinar. 
Gracias también por esa entrevista llena de ternura evangélica, de humildad, de cercanía. Éstas siguen siendo las notas esenciales de su carácter y de su servicio y desde ahí uno se equivoca menos. 
En segundo lugar, aparte de mi agradecimiento, quería hacerle, con todos mis respetos, una apreciación. Y es que he echado en falta una alusión clara por su parte a la situación de absoluta represión y opresión que sufre el pueblo palestino por parte del Estado de Israel, sobre todo los que malviven en los campos de refugiados, los de los territorios ocupados, todos aquellos de la franja de Gaza y Cisjordania. Bloqueos, sanciones económicas, anulación del derecho a la circulación de las personas, inseguridad alimentaria, cortes de electricidad, déficit sanitario... desastre humanitario, en definitiva. Pienso que esto que indico no es mera opinión sino que hay un flagrante incumplimiento de leyes y convenios internacionales denunciado por la misma ONU. 
Algunos podrán decirme que si lo que queremos es verdaderamente que desde su talante conciliador y evangélico usted haga de mediador en el conflicto, estas cosas hay que callárselas. Y yo me pregunto, si desde esa misma actitud eso es posible. Creo que no puede haber diálogo si no hay previamente reconocimiento de la injusticia. Le oigo hablar con contundencia sobre el antisemitismo que perdura y que se encrudece en estos tiempos. No se muerde tampoco la lengua a la hora de hablar de un sistema económico que excluye, que prescinde de sectores de la humanidad, un sistema económico salvaje. ¿Por qué entonces ninguna palabra sobre el dolor de un pueblo que lleva padeciendo un auténtico apartheid desde hace varias décadas? ¿Es la prudencia, lo políticamente correcto acicate para manifestar una palabra compasiva ante tanto atropello?
No soy especialista en relaciones internacionales, en diplomacia, o en política, pero sí considero que desde esa predisposición suya a la defensa de los más vulnerables, santo y seña del auténtico espíritu cristiano, la denuncia de la opresión del pueblo palestino sería un auténtico gesto de justicia y el reclamo del cese del atropello, un signo de fraternidad con los que tan mal lo están pasando. Todo ello, por supuesto, desde la condena y el rechazo de toda forma de violencia o terrorismo por muy legítimas que sean las demandas de cualquiera de las partes.
Es cierto que no podemos olvidar que la raíz del cristianismo es judía. También lo es del Islam y eso debiera implicar una manifiesta solidaridad con los que son sus hermanos. El rezar con los salmos de David, el leer a los profetas del Antiguo Testamento no sólo es un gesto litúrgico o devocional sino conectar también con una auténtica tradición moral que denunciaba constantemente la injusticia contra los más desfavorecidos (el huérfano, la viuda, el extranjero, el pobre en general). Por lo tanto, conforma, aún más, la esencia cristiana, el posicionamiento compasivo al lado del que sufre. 
Una vez más insisto en mi agradecimiento por su saber hacer y le pido disculpas por lo que no quiere más que ser la expresión de un sentimiento espontáneo.

Afectuosamente

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