miércoles, 26 de marzo de 2014

Esos asesinos



Si la revolución o la lucha se hacen desde la no violencia, desde la resistencia pasiva y lenta, desde la palabra constante y no callada, desde el levantar las manos vacías ante los que ostentan las armas de la violencia institucional… será una revolución que brillará con el aura de lo más digno del ser humano. Así, ha habido unas cuantas a lo largo del tiempo. Soy de los que me apunto a esta suerte de luchas, pues el triunfo es más glorioso.
Eso no quita que reconozca que no son la mayoría y que también en buena parte de las conquistas en favor del ser humano y su dignidad ha habido grandes batallas cruentas.
Hecha esta introducción quería pararme en los hechos ocurridos en la noche del pasado 22 de marzo en la Marchas de la Dignidad. Sin volver a entrar en el debate que le daría de nuevo la razón a los que buscan razones para deslegitimarla y quieren centrar el meollo de la cuestión en la actuación de estos mil o mil y pico de violentos, me gustaría hacer esta breve reflexión sobre la consideración de los mismos. Ya había pensado sobre ello, pero fue al hilo de un comentario de alguien en las redes sociales al calificarlos de asesinos, cuando quise compartir mi reflexión.
Pensaba que, seguramente, si algunos de los chavales con los que trabajé en los barrios de exclusión social en mis años en Sevilla o de mis actuales alumnos de Pcpi hubieran estado en Madrid y hubieran ido a esas marchas, serían de los que arrojaran adoquines y palos a la policía, destrozaran sucursales y quemaran contenedores. Y me preguntaba qué sentía cuando a este tipo de chavales se les llamaba asesinos; si realmente el ser humano, algunos seres humanos nacen siendo violentos. Sentía que no me agradaba introducirlos en esta categoría que pretendemos hacer ontológica desde una posición simplista y poco reflexiva.
Seguramente los mil y pico que destrozaron las calles de Madrid y la cabeza de algún policía eran jóvenes de barrios periféricos de Madrid. Hijos de la gran tribulación de una sociedad que necesita tener barrios de este tipo para que haya otros donde vivan los beneficiados del sistema. Con familias desectruturadas por el imperio de la exclusión, del paro, de las drogas, renegados y hastiados ya de todo a sus escasos años. Descubro día a día el desencanto de este tipo de jóvenes que son estigmatizados desde que nacen. Estigmatizados por la propia lacra de su circunstancia vital y, estigmatizados por el sistema que los ve a ellos mismos como esa lacra, sin darse cuenta que son los efectos colaterales de este mecanismo injusto. Carne de cañón para ideologías radicales de uno u otro lado.
Si de entrada a la gente las metemos en categorías cerradas nunca podremos pasar de esa posición simple que no descubre más allá de los propios planteamientos y a ellos nunca les permitiremos salir de ahí. ¿Es alguien violento por antonomasia o se hace violento? ¿Por qué alguien cae en estas formas salvajes de expresión? La forma de canalizar la ira, el descontento, la indignación, la “amargaera”, como ellos lo llaman, encuentra los cauces psicológicos que cada uno tenga a la mano.
Observo a menudo el estado de angustia existencial en el que viven algunos de mis alumnos con 16 o 17 años. Y es que, a esa corta edad, poca gente les ha descubierto que la cuestión del sentido de su vida puede ser resuelta. Los estallidos de violencia de las calles de París de hace unos años y de Londres hace algunos menos, no obedece más que este mismo mecanismo. La cuestión de la existencia humana queda cerrada en ambientes que lo único que ofrecen es el mismo círculo vicioso de marginación, de falta de respuestas de horizonte, en una edad en la que el horizonte es la pauta para seguir viviendo.
Nuestra mirada compasiva debe abarcar también a los “violentos” a los “salvajes”. Y esto no es "buenismo", sino ampliar nuestra capacidad de comprensión. Para eso tendremos que pararnos y ver más allá.
Y esto no pretende justificar nada.

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