lunes, 18 de noviembre de 2013

A mi abuela

26 de mayo de 1996 (sobre el 22 de mayo del mismo año)

Te fuiste sin decir palabra en tu sueño de paz. Partiste sin decirme nada cuando yo, distraído en existencia, no me daba cuenta que me dejabas.
Hoy echo de menos tu presencia que ayer quizás, en ocasiones, pasó desapercibida. ¡Cómo te anhelo, mi gaviota maltratada!. Hoy vuelas por horizontes más suaves. Te llevaste parte de mi ser para instalarte del todo en el hueco que dejabas. Ahora vives en mí, en toda tu plenitud, tal como el Creador te hizo. Aunque aún lloro por quererte tan sólo en mi esfera sin pensar que ya eres parte de lo infinito.
Estas noches en las que te lloro son el reflejo del recuerdo de la mayor parte de nuestro convivir juntos. Y siento que te ofrecí poco, cuando tú, como una madre me dabas tu complacencia pidiéndome apenas nada. ¿Cuándo dejaré de verte en tu obra, preciosa, ordenada, metódica y con gusto, casi perfecta? Tardará en desprenderse tu perfume del hogar que compartimos, y todavía no puedo oler el tuyo nuevo.
Esta vez no pude decirte adiós, porque quizás ahora no sean necesarias las despedidas.
Quiero pensar que ya donde estás recogerás el fruto de la tierra que regaste con tus lágrimas y tus sudores y que las arrugas que pintó la dureza de tu camino, se colmarán de la luz radiante  del que ahora es tu sol.
Tan sólo te pido una cosa última que sé que no me negarás. Vela por mí y por los tuyos.

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