lunes, 10 de agosto de 2015

El agua que une

El agua que une.

Aunque no sea transparente y cristalina o quizás por eso mismo, estar dentro del mar rodeado de personas de los 5 continentes provoca una sensación extraña, positivamente rara.
Y es que es lo único así que ha podido llamarme la atención de la playa de la Malvarosa en Valencia. Desacostumbrado de las playas convencionales y mucho menos de las de grandes poblaciones de las que trato de huir casi por alergia, quizás, estos días me he vuelto más observador del aporte que tal situación podría suponer a mi experiencia. Y ese ha sido. Hindúes bañándose con sus saris, africanas con sus pelucas, latinoamericanos con su ruido gozoso y muchos europeos, sobre todo italianos y franceses (por supuesto españoles también). Todos y todas exprimiendo el gozo de mojarte en estos días terribles de calor. Juegos, bromas, risas, salpicones, gritos... Y así, de sopetón, podías verte rodeado de gente con 4 ó 5 tonalidades diferentes de piel. Una verdadera gozada para los que creemos que la diversidad es riqueza.
Pareciera como si el mar desdibujara los fronteras que se señalan en la misma ciudad en la que seguramente todos pernoctarían, barrios diferentes, bares diferentes, espacios en el parque diferentes... Sin embargo aquí nadie se cuestiona nada. Dos metros cuadrados rellenos del agua mediterránea en los que se producen los choques evidentes de los movimientos de las olas, de los intentos por nadar, de jugar, etc. Es como si el agua uniera lo que parece condenado a estar separado en otros entornos más naturales al ser humano. (Habrá muchos que evidentemente incluso huyan de estos contextos).
Era agradable observarlo y sentirlo...
... Bien es cierto que cada mochuelo en su olivo, o cada persona o grupo humano en su porción de agua determinada aunque estuvieras casi rozándote con el del otro continente... Y es que a pesar de lo dicho, falta el siguiente paso. Que el blanquito rubito mire a los ojos al de piel aceituna, y se pregunten los nombres y quizás las risas empiecen a ser por la misma chorrada acuática. Nadie conoce a nadie. Los sonidos del aire parece que dicen lo contrario, pero no es así. Todo se facilita para que sea, pero: "a mí déjame mojarme con los míos". Y dentro del mar, es como que casi, pero como que no.
Y se me ocurren que en esos contextos tan distendidos y a la vez tan necesarios sea para quien sea, podrían ser tan propicios para que se diera una real y efectiva interrelación más allá de las barreras culturales, raciales, religiosas... Nuestro reto está en pasar las fronteras de la mera tolerancia, primero para que no pase lo de los barrios de Francia, de EEUU, de Reino unido. Pero habrá que ir más allá, no sólo para que no ocurra el conflicto, sino para que se dé el descubrimiento del regalo que es el que en principio se muestra como diferente... el reto, decía, está en buscar los espacios donde se traspase esa barrera psicológica del rechazo, del miedo o de la precaución al "distinto". Espacios que favorezcan el mirarse a los ojos, aprender los nombres y las historias del otro, caminar juntos, soñar juntos, mojarse el uno al otro...

Quizás tengamos que meternos en el mar.

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