jueves, 13 de noviembre de 2014

No me gusta el anuncio de la lotería de Navidad

Sí, de nuevo a aguar la fiesta, y en este caso, nunca mejor dicho… Una amiga es la que me ha dado la clave publicando otro comentario al respecto. Había algo que no me gustaba. Por supuesto que también se me han humedecido los ojos, pero he sido consciente de que no era más que esa emotividad fácil y que no te convierte en más sensible sino que como mucho te demuestra que te haces mayor. El actor es muy bueno para qué negarlo. La música no la conocía y me encanta. Y todos los ingredientes necesarios para generar el fenómeno de que todo el mundo hable bien de él. Había que resarcirse del que hicieron el año pasado que fue un auténtico esperpento y que al menos despertó la creatividad sarcástica de todos aquellos que hicieron miles de chistes. Pero bueno… pufff, casi que no me atrevo. Voy a tocar algo tan metido en el imaginario y en la idiosincrasia nacional que es casi como criticar el fútbol. ¿Qué es una navidad española sin la lotería?. Forma parte destacada de toda la parafernalia ornamental de esos días. El canto de los niños con los que nos criamos, la cercanía de las fiestas del consumo y, ¡oh amigos!, para consumir hay que tener dinero. Qué mayor generosidad que la de regalar un décimo de lotería que encima está premiado. Todo el mundo feliz, y los cavas mojando las cámaras de la tele y las cabezas de los premiados. Habría que preguntar a los que ganaron la lotería hace dos años si siguen siendo felices. Igual sí. Me diréis que le cuente este cuento antinavideño a los que no llegan a final de mes o no pueden pagar la luz y el agua, o simplemente no tienen con qué alimentar a sus hijos. Pero quizás debamos acordarnos de lo de siempre, que no hay más navidad que esa, y por citar tan sólo un ejemplo: la de los que duermen en los portales (y no de Belén) de los bancos o piden en la puerta de los grandes centros comerciales y a los que no les toca la lotería. Pero está bien hacer fiesta, armar ruido, brindar con cava, comprar lotería, emocionarse con el anuncio porque nos creamos que la solidaridad es eso. Pero la solidaridad no es, básicamente, regalar un décimo de lotería, aunque esté premiado. La solidaridad desgasta más, aunque luego te agrande el corazón. La solidaridad necesita tiempo, tesón, lucha, que no te entiendan, que te desacrediten. La solidaridad tiene que ver con los comparten lo que tienen, no sólo su dinero, sino principalmente su vida. La solidaridad huele a abuelos dando de comer a sus nietos y los hijos que tuvieron que volver; a indignados activistas en la puerta de una casa para que no echen a la anciana que la habita; la solidaridad tiene que ver con aquellos que escuchan semana tras semana a los desahuciados del sistema, y sufren con ellos y pierden noches de sueño buscando cómo aliviar la desesperación; o con aquellos que deciden irse a vivir entre los empobrecidos para hacerse cercanos, vecinos en las penas y en las esperanzas y que se quedan a su lado a pesar de los conflictos, del ébola, de las catástrofes…; solidarios son los que acogen en su casa a los que no tienen techo, los que defienden en los parlamentos, a pesar de que eso les haga perder votos, los intereses de los que siempre cuentan menos (éstos no abundan mucho), solidarios son los que se quejan de los muros, de las vallas, de la falta de derechos en las prisiones… Pero la lotería nos hace olvidar por un momento que hay pobres porque interesa que los haya para que haya ricos cada vez más ricos. Nos hace olvidar que los problemas económicos se arreglarían si la codicia no fuera el motor que mueve la sociedad. Nos hace olvidar a todos aquellos que se llevan el dinero del resto de ciudadanos a veces con más gloria que pena. Habrá que festejar con los pocos agraciados por la diosa fortuna porque quizás nunca más volverán a estar tristes. Y olvidar con la espuma del champán la crudeza de lo real, y la responsabilidad de los responsables y la nuestra propia...
Si voy a Madrid, como cada año, le compraré a mi padre el décimo en doña Manolita.

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