jueves, 5 de noviembre de 2015

Las dos colas


En estos días de escapada madrileña, de risas, encuentros, hojas ocres en los árboles y en el suelo, de rastro en la Latina, de café en Malasaña... hay algo que se suma al paisaje urbanita en el que te sumerges más o menos conscientemente y dependiendo de la zona por la que camines: la gente con la que te cruzas, multitud de personas comprando o viendo lo que quisieran comprar. De la sociedad de consumo no hay quien nos libre, forma parte de tejido social y del mismo diseño paisajístico de los centros de las grandes ciudades.
En estos tropiezos nos damos de bruces con la recién estrenada Primark de la Gran Vía. Nos cuenta un amigo que en la inauguración había estado hasta cortada ésta, la más conocida de todas las calles madrileñas, con furgones de la policía incluidos. 
Lo asombroso es que observamos que para poder acceder a la tienda, asentada en un precioso edificio de la citada calle, hay una cola enorme que lo rodea incluso por la calles aledañas. Vallas que separan, y por lo menos unas 15 personas, entre guardias de seguridad y empleados de la multinacional que van tratando de guardar el orden. Todavía más llamativo es que a la gente se le da un ticket de acceso para poder entrar, supongo que un número o algo similar. Poder pasar por la acera donde se sitúa es prácticamente imposible, la cantidad de gente con bolsas con la propaganda de la tienda es incontable. En estas "cavernas" del consumo poco queda que te sorprenda, pero esta visión de "cola para entrar" como si se tratara de un museo, un concierto o un espectáculo de danza resulta abrumador.
Y es que el consumo llega a convertirse en espectáculo por si mismo. El placer de comprar barato, comprar por comprar aunque no se necesite y por supuesto sin cuestionamientos sobre el origen de la ropa (fábricas en países como Bangladesh, donde la condiciones laborales rozan la semiesclavitud) rellena una especie de vacío existencial. O quizás hace de falso relleno, porque el hueco sigue estando. No vamos a entrar en un análisis de las insatisfacciones de nuestra sociedad contemporánea, pero en ellas, la acumulación de objetos ocupa un lugar compensatorio enorme y peligroso. Tampoco entraremos en valoraciones éticas sobre las artes y mañas que permiten que estas marcas en concreto vendan la ropa tan barata.
Luego, quisimos entrar en la exposición de Kandinsky en el edificio Plaza Cibeles y también había una gran cola. Los efectos de esperar una cola, sea la que sea, abarcan un amplio espectro de sensaciones y experiencias más o menos gratificantes. El "espectáculo" que se ofrece en las dos a las que nos estamos refiriendo es bien distinto en cada una de ellas. Sin entrar a juzgar ni a calificar el beneficio del sacrificio de la espera, yo me sigo quedando con el segundo. Porque el arte, sea del tipo que sea, bien merece una cola.


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