miércoles, 5 de febrero de 2014

Querido Papa Francisco (V)

Querido Papá Francisco. (V)

Una vez más me acerco tímidamente a este desatino comunicativo que en principio sólo se queda en un desahogo.

Quiero comenzar dándole las gracias por su primera Exhortación “Evangelii Gaudeum”, la cual sólo he empezado a leer pero que huele a fresco y a profecía de la necesaria en estos tiempos. En esta misma órbita siguen sus gestos (algunos empiezan a criticar que sólo son gestos no plasmados en cambios auténticos, yo prefiero seguir esperando; aunque se quedara sólo en ellos, ya habríamos ganado). Felicitarle también por sus últimas palabras contundentes, nacidas de ese genio latino y referidas a la injusticia de todas aquellas personas que no tienen para llegar a fin de mes y que tienen que estar pagando a usureros que son los que le han provocado esa situación. Ya quisiera que los jerarcas de nuestra Iglesia española hablaran con esa fuerza. Lo políticamente correcto no es válido cuando el ser humano es atropellado en su dignidad. No tenemos más que mirar a nuestro Maestro indignado cuando se ponía al ser humano al servicio de otros intereses o cuando se utilizaba el nombre de Dios para negociar y robar (episodio de los mercaderes en el templo, Mt 21, 12-27).

Por otro lado, quería expresarle mi opinión, como en otras ocasiones, sobre algunos temas. Hoy ha salido en los medios de comunicación la denuncia de la Onu sobre el encubrimiento de la Santa Sede a tantos casos de pederastia. Un documento, según dicen bastante duro, que acusa de tapar durante décadas estos atentados a la dignidad de los menores con tal de salvaguardar la reputación de la Iglesia, así como del daño causado al tomar como única resolución el cambio de parroquia de los clérigos implicados en ellos. Me ha sorprendido la reacción del portavoz del Vaticano, Federico Lombardi. En su declaración habla de ideologías de fondo, incluso de ataque a la Iglesia. En tema tan delicado, aunque sólo fuera por táctica, no creo que sean las palabras más correctas. Siempre me ha fastidiado ese complejo de víctima de ciertos sectores de la misma en los últimos tiempos. La única persecución garante de coherencia a la Iglesia es aquella que se produce por la lucha por la justicia, por la defensa de los más vulnerables y por su dignidad. “El Reino de Dios y su justicia”. La lucha por ellos conlleva el choque con los poderes de la tierra, siendo, esta persecución, necesaria si queremos comprobar que estamos siendo coherentes y fieles al mensaje de Jesús. Dando un paso más, sólo por ética, ponerse a la defensiva en un caso de flagrante delito como es el abuso de un menor me parece chocante. Sólo se puede pedir perdón, una y mil veces, acercarse a las víctimas, y apartar (con misericordia por supuesto) a los culpables y dejar que éstos y sus procesos de culpabilidad o inocencia, sean puestos en manos de las leyes humanas y juzgados por ellas. Si encima damos el salto cualitativo de la exigencia evangélica, habrá que trabajar por la recomposición de las víctimas, seguir pidiendo perdón, y llegar al núcleo de la cuestión: por qué tantos curas han abusado de menores. Me parece bien esa Comisión que se va a crear pero no es la solución al problema.

Y es aquí donde ahora me quiero parar, siendo consciente de nuevo que es un tema delicado, que no se puede tocar fría o superficialmente y que por supuesto, sigue siendo tabú. Nos quedaríamos a un nivel demasiado “civil” si sólo dejáramos de ocultar más a los culpables y los entregáramos a procesos judiciales que repararan el daño social y personal causado. Sin justificar lo injustificable, ir al meollo de la cuestión supone hacer un análisis profundo, de qué ocurre en las personas que delinquen abusando sexualmente de menores. Cómo llegan estas personas a los seminarios y casas de formación, y por supuesto, qué tipo de formación se les da allí. Para la misión tan sagrada de ser testigo del Evangelio de Jesús en medio del mundo, para ser voceros de su palabra, para sal y luz se necesitan personas “en pie”. Y ¿qué quiero decir con ello? Pues, se necesitan personas que, siendo vasijas de barro por su debilidad, sean hombres y mujeres con un necesario equilibrio cuerpo-mente-espíritu fundamental y que se echa mucho de menos en estos ámbitos, y lo digo con conocimiento de causa. Sin entrar, por no pararme demasiado, en qué tipo de personas entran en estas instituciones eclesiásticas de preparación para la misión, es absolutamente exigible una formación en este nivel, me atrevería a decir que incluso superior a la académica. Con formadores que en muchas ocasiones tienen más desequilibrios afectivo-sexuales que los propios formandos, esto es muy difícil.

Pero no quiero quedarme en lo políticamente correcto, porque esto que estoy diciendo se decía también en mis tiempos de seminarista. Y con ello llego de nuevo al meollo de la cuestión. He leído por ahí alguna vez que un celibato opcional no reduciría el caso de abusos a menores. Creo que esa afirmación es absolutamente irreal. Estoy convencido de que sí bajaría drásticamente. El seminario no sería un coladero para todos aquellos con complejos de cualquier tipo, un escondite para pusilánimes afectivos. Una vez que se aceptara la posibilidad absolutamente factible y no contradictoria con los criterios evangélicos de que los curas pudieran tener su pareja, hombre o mujer, la vocación sería contrastada con la coherencia de una vida totalmente elegida y fiel más o menos al proyecto de Jesús de Nazaret (habría que revisar otros asuntos también como que el ministerio no fuera un refugio de vagos y vividores, pero ese sería otro tema).
A partir de ahí, porque esto no es lo único, (ya que nos encontramos continuamente con gente con pareja o casados y que distan mucho de una vida psico-afectivo-sexual madura y equilibrada) habría que hacer un trabajo importante con profesionales para llegar a ello. (Esto no sólo es necesario para futuros ministros de la palabra y del Reino, sino para cualquiera). Un trabajo sin descartar ninguna de las dimensiones del ser humano para llegar a ser personas maduras, autónomas, personas “en pie”, al margen de que eligieran libremente vivir cómo célibes o no.

De todo esto, sabe usted mucho más que yo y tendrá miles de profesionales que le asesorarán, pero no olvide que esto tan sólo pretende ser un desahogo.
Por último quería comentarle algo que de nuevo me hiere de esta Iglesia nuestra que habla con “autoridad”. Me llegó una petición de una ONG para que firmara a favor de que usted le retirara el cardenalato a Monseñor Fernando Sebastián por sus declaraciones con respecto a la homosexualidad. Pensé si tenía que hacerlo o la campaña obedecía a una de estas iniciativas populistas y faltas de información que se quedan con lo anecdótico o morboso de la noticia y hace acoso y derribo contra cualquiera. Al final lo hice. Busqué información sobre este hombre, y encontré, que aunque conservador en sus posicionamientos, había sido un hombre conciliador y que había propiciado el diálogo en asuntos complicados de estado y de Iglesia. Supongo que eso es lo que lo motivó a usted a darle el cardenalato a la vez que su valía intelectual. No sé si lo de este hombre ha sido un desatino propio de la edad que tiene, no sé si no habrá encontrado mejor oportunidad para hacer esas declaraciones, y sé que eso de retirarle el cargo a alguien por unas declaraciones inoportunas, inapropiadas, desacertadas e infundadas en ninguna base científica y médica es prácticamente imposible en esta Iglesia nuestra… Pero, sería tan interesante y positivo que se disculpara, que aclarara, que dijera algo. Comparar la homosexualidad con la hipertensión es, cuanto menos, desafortunado.

Sigo esperando el día en que nuestros pastores muestren su misma contundencia en temas que competen a la dignidad de las personas, a los derechos vulnerados y no a las libertades personales.
Con todos mis respetos de nuevo, y como un simple opinador, me despido con un abrazo fraternal.

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