lunes, 13 de enero de 2014

En Julio

He vivido tan expectante que la espera se convirtió en ansiedad, haciéndome confuso y distraído de sentimientos que parecían puros y no eran más que erupciones de mis sombras. Pensé muchas veces que me estaba enamorando pero tan sólo eran aspavientos del niño necesitado y herido.
Contigo, he recuperado esa sensación auténtica y única, que brota desde lo más profundo de lo que somos y no de ningún subterfugio del yo. Al reconocerla me pregunto cómo he podido confundirla.
Aunque ya no estás, siento clavados en mí tus ojos emocionados de alegría y pasión cuando hacíamos el amor. Y escucho tu voz en ese idioma que en ocasiones se comenzaba a hacer familiar, cuando me preguntabas si era feliz. El olor y el sabor de tu piel, su color haciendo evidente tierras lejanas y culturas fascinantes que siempre habían hecho resurgir en mí ese sentimiento confuso y placentero de lo remoto y lo propio. La profundidad de tu mirada, la maraña de tu cabello donde mis dedos se enredaban no poéticamente, tu porte grácil y elegante, tu gusto exquisito.
Todo se sigue haciendo manifiesto en estos días, que no sé por qué, vuelves a colarte, sin estar.
Has dejado el hogar que tanto disfrutabas lleno de generosidad. No he querido desprenderme de ella porque te siento cerca a pesar de la lejanía y de que te echo de menos con ese dolor profundo del que está enamorado.
Sí, me costó decirlo, pero volví a enamorarme, después de siglos de vida y de experimentos múltiples.
No sé si esperarte o no hacerlo.
Nuevos abrazos me hacen recordar emociones, parecer que estás ahí, simular la maravillosa comunión, el éxtasis de la fusión corporal y espiritual.
Pero no eres tú, y nunca es lo mismo.

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