lunes, 22 de noviembre de 2010

¿Cual es el sentido de mi vida?

No tengo la fuente de este artículo. Su autor me va a disculpar, pero me parecía lo suficientemente elocuente y profundo como para no compartirlo con vosotros. Que lo disfrutéis como yo lo he hecho y que sirva para seguir despertando esa esperanza comprometida. Saludos.

Muchas veces me he preguntado cual es el sentido de mi vida y más aún cómo estoy realizando ese sentido que muchas veces no alcanzo a comprender del todo. Pues bien, viendo hacia atrás, veo que mi vida entera no ha sido más que una larga búsqueda de Dios. En esta búsqueda ha jugado un papel importante la Iglesia católica, una comunidad que se me presenta como un claroscuro o una noche en la que se atisba, pero no termina de despertar la aurora.

Estas reflexiones sobre la Iglesia no nacen del resentimiento ni tan siquiera de una supuesta herida; nacen de un sincero deseo de caminar junto a otros hermanos míos que son católicos y homosexuales y se sienten, nos sentimos perplejos, ante la actitud de la Iglesia católica ante nosotros y nuestros derechos. Una actitud, que en estos últimos meses está alcanzando proporciones verdaderamente escandalosas de empezar a convertirse en una auténtica neurosis obsesiva por parte de algunos miembros importantes de la jerarquía de la Iglesia.
Por eso comienzo diciendo que estas palabras nacen del amor; sí, del amor filial a la Iglesia y al mismo tiempo de la necesidad de compartir, dialogar e incluso discutir. Delante de mi tengo estas palabras de la Escritura que quiero sean la guía del presente escrito: “No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No busquéis vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás” (Flp. 2, 2b-4)

Me ha costado siempre mucho comprender la cerrazón de la Iglesia ante nuestra realidad. Una cerrazón que parte de la negativa a un simple acercamiento, a un simple diálogo que nace de la Encarnación en la que Dios se ha hecho hombre dialogando con el hombre.

La Iglesia dice respetarme y condenar toda discriminación, pero me declara pecador si opto por amar y entregarme a alguien de la única manera que puedo hacerlo; pone todos los medios a su alcance para evitar que tenga los mismos derechos que el resto de la humanidad; me declara enfermo, inmaduro e invertido; me niega la posibilidad de ejercer el ministerio pastoral y hasta me dice culpable de intentar destruir la “familia tradicional” y con ello la sociedad de la cual es la base.

Y por si fuera poco, todo esto lo hace en nombre de Dios. Y entonces, yo me pregunto ¿Dios también me rechaza, me condena? Y entonces, pregunté a Dios ¿También Tu me condenas? ¿Por qué me has creado así entonces? Y Dios me presentó una respuesta desconcertante: me presentó la muerte de su Hijo en la Cruz como una respuesta a ese grito que salía del fondo de un corazón que buscaba respuesta en Aquel que era el Único capaz de darla.

He pasado muchos años contemplando esa respuesta enigmática en el silencio de la contemplación de ese Dios crucificado. Y mi grito ante Dios se fue transformando en un sentimiento de compasión: Dios mío, ¿porqué te han crucificado? Y en esa respuesta, en la respuesta a esa pregunta de porqué han crucificado al Dios Encarnado, encontré la respuesta de Por qué los “representantes” de Dios crucifican hoy a tantos hombres y mujeres por el hecho de ser homosexuales.

¿Quién mató a Jesús? La condena de Jesús fue una condena religiosa. Son los representantes de la presencia de Dios los que condenan a Jesús. Dios había sido definido y sigue siendo definido por los poderes religiosos. Pero una religión se convierte en perversión cuando usa el nombre de Dios para sus propios intereses y su propia concepción del mundo y de la estructura social. Dios queda definido por lo que los poderes religiosos dicen de ÉL. Y entonces Jesús quedó definido por los poderes religiosos como alguien que se opone a Dios, pero Dios, ¿Qué Dios?

Según la ley religiosa yo soy un condenado. Pero ¿y para Jesús? La pregunta está en si Dios viene manifestado por Jesús o por los poderes religiosos. Nos encontramos en la lucha entre la verdad de Dios manifestada en su hijo Jesucristo o la verdad de Dios reducida idolátricamente por el poder religioso. Y esto hace que la verdad y la bondad se degraden.

Nos encontramos aquí con un gran problema: hombres que quieren ser buenos, que buscan la voluntad de Dios, y que al mismo tiempo buscan destruirnos contra la voluntad de Dios que nos ha creado así. Este es el gran engaño de Satanás: hacer creer al poder religioso que hace el bien cuando está haciendo el mal. El hombre religioso queda atrapado por el espacio de la rivalidad y la confrontación. Dios se convierte en sus manos en el gran destructor de la fraternidad humana. Estos nuevos fariseos buscan la justicia, pero su justicia, aniquilando a los que creen que son injustos. Esta forma de “santidad” de “justicia” lo que hace es crear un infierno, e infierno es el lugar dónde no está Dios; por tanto, estos poderes religiosos en vez de manifestar al mundo la presencia de Dios, crean espacios de “no-Dios”.

¿Porqué los poderes religiosos (sacerdotes y fariseos) van a acabar con Jesús? Porque Jesús desde el principio va a integrar a todos aquellos que están fuera de la ley, a todos aquellos que desde su justicia los consideraban pecadores. Hay desde el principio una tensión entre la forma de entender la religión y el mundo Jesús y los poderes religiosos. La acción de Jesús fundamentalmente es de reintegración de todos aquellos que los poderes religiosos excluían de Dios y de la sociedad. Jesús invita a su Reino fundamentalmente, aunque no sólo, a aquellos que la religión consideraba condenados por Dios: pecadores, putas, enfermos, publicanos, paganos… hoy somos los homosexuales los que no entramos dentro de la ley religiosa y por eso los poderes religiosos nos excluyen del espacio sacral y lo intentan de la sociedad.

En la vida de Jesús van a aparecer los impíos como píos, y los justos y religiosos como injustos. Hoy como sucedió en tiempos de Jesús son los “justos”, aquellos que se han hecho con el poder de decidir lo que agrada a Dios y lo que no le agrada, dónde está el pecado y lo mismo que en su tiempo condenaron a Jesús por blasfemo, hoy a muchos nos condenan por ir “contra natura” y contra la ley de Dios. Pero hoy como ayer el pecado no está en nosotros sino en los que nos condenan; son esclavos de su propio pecado y no adoran a Dios, sino a la “bestia” (Ap.13). Jesús fue matado por los sacerdotes, pero Jesús no tenía pecado; el pecado estaba en los sacerdotes. Jesús murió por no cumplir la ley, por ser un blasfemo. A nosotros los sacerdotes de hoy nos condenan con las mismas palabras con las que condenaron a Jesús: “nosotros tenemos una ley y según esa ley…” (Jn 19,7)

La condena a la que continuamente nos someten los hombres de Iglesia, y por la que declaran que nuestra vida no es grata a los ojos de Dios, es un signo claro de que no han aceptado la palabra última de Dios manifestada en Cristo Jesús. La condena y la persecución a la que continuamente nos vemos sometidos por las Iglesias cristianas son un portazo en las narices de Dios dado por aquellos mismos que dicen ser sus representantes: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11)

La Iglesia nos dice en nombre de Dios, que si vivimos como lo que somos: hombres y mujeres homosexuales estamos en enemistad con Dios. Y nos dicen: no es que nosotros lo digamos, sino que es la voluntad de Dios. De nuevo, la frase con la que condenaron a Jesús, se repite; es como si dijeran excusándose; nosotros somos buenos, pero “nosotros tenemos una ley que es dada por Dios, y según esa ley….”(Jn.19,7). Pero la Palabra definitiva de Dios es Jesús, Palabra que los sacerdotes de ayer y de hoy no pudieron aceptar y por eso lo llevaron a la muerte por blasfemo. Jesús, murió condenado y nosotros somos condenados, por una visión satánica que tienen los sacerdotes de ayer y de hoy de Dios. UN Dios que sólo sirve a sus intereses, un Dios que condena con su ley y que siembra la historia de victimas, que convierte la existencia humana de muchos hombres y mujeres en un infierno, despojándolos de su dignidad social; un dios falso que es humillación del hombre y que los sacerdotes de ayer y de hoy usan para expulsarnos a algunos del mundo humano.

Pero Jesús ha entrado en Aquel lugar donde los hombres se creían alejados de Dios, condenados por sus representantes. Jesús, condenado como blasfemo, invitó e invita a los sacerdotes, a todos los poderes religiosos, a hacer de su vida no una condena para los demás, sino a ser dadores de vida desde la verdad de Dios. Jesús está ya para siempre unidos a todos aquellos hombres y mujeres homosexuales que a lo largo de tantos siglos hemos sido condenados por está visión satánica de Dios, que muchas veces ha mostrado la Iglesia, todas las Iglesias.

La muerte de Jesús, el Justo condenado por aquellos que se creían portadores de la verdad de Dios se convierte para nosotros hoy en Aquel que nos da vida; como a la adúltera, nos hace sabernos amados por Dios, como al publicanos nos hace llamados a seguirle; como a Zaqueo nos hace sentir la mirada acogedora del Padre.

¿Qué dice el Crucificado a la Iglesia? “Ponte detrás de mi, Satanás, que piensas como los hombres y no como Dios” (Mc, 8,33). “Ponte detrás de mi” es decirle que vuelva al seguimiento, a seguir la vida y las enseñanzas de Jesús, siguiendo sus pasos, sus acciones y sobretodo una llamada a convertirse al Dios de Jesús.

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