Su suavidad. El deslizamiento sin asperezas de una mano sobre otra. Su fragancia dulce, pura, sin mezclas. Su color, como bronce fundido, transparente. El placer de lo sencillo, lo cotidiano, vivido en su esencia, extrayéndole su jugo, el jugo de lo divino. La discreta espuma que no desentona...
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